CÓMO DECIR “NO” SIN HERIR

Creo que este es uno de los mayores problemas al que todos y todas nos hemos enfrentado en alguna ocasión. Decir “NO” puede resultar una tarea muy complicada y, más aún, si entran en juego implicaciones emocionales.

Uno de los casos clásicos es aquel en el que se nos demanda un favor. Dependiendo de qué pida y quién lo pida, el favor puede volverse una pesadilla. Claro está, hay favores y favores…

No es lo mismo que nos pidan ayuda para realizar un trabajo que dominamos a que nos pidan que se lo hagamos. En esto de los favores la persona que solicita colaboración juega un papel muy importante. El mundo está lleno de abusones que no dudarán en cogerte el codo después de haberte solicitado la mano.

Hay que ser cautelosos, pues si somos especialmente predispuestos a prestar nuestras buenas intenciones, será probable que también se nos lea en la cara “este tío hace todo lo que le pidas”. Y es aquí cuando llegan los problemas. A veces estamos tan inmersos en nuestra grata actitud que llega ese punto del camino en el que hay que ser fuertes y decir “NO” por primera vez. Este paso es dificilísimo, pero una vez dado, es como si te hubiesen quitado una mochila de montañero de la espalda. Eso sí, no debemos caer en la tentación de, a partir de ese momento, decir que no a todo. Lo importante es que sigamos siendo esa desprendida persona, pero que sabe poner límites a las situaciones por las que no está dispuesto a pasar.


Sin embargo, las veces que tenemos que decir “NO” con implicaciones emocionales son muy diferentes. Ya no se trata de una actitud sino de un sentimiento. Imagino que estás pensando ahora en aquella vez que alguien quiso mantener una relación amorosa contigo y, sencillamente, no querías. ¿Cómo se dice que No al amor de alguien que te lo da sin más? ¿Cómo se rechaza a esa persona sin herirla?

Tras darle muchas vueltas a este tema he llegado a la conclusión de que no se puede. Las frases cargadas de tópico y que tanto odiamos escuchar como “No puedo estar contigo pero te quiero como amigo”, seguramente se dicen con toda la buena intención del mundo. ¿Qué podemos decir si no? No hay grandes claves para no dañar cuando lo que la otra persona quiere está lejos de lo que pretendemos darle. Mi recomendación es ser sincero. Y para ello conviene comenzar sincerándose con uno mismo. Desde luego, si hay algo peor que decir “NO” hiriendo es decir “NO” cuando en realidad SÍ se quiere pero se cree que no se puede.

Esta última situación es fatal para ambas partes. La sensación de desazón quedará perpetua en el ambiente y generará una tensión que podrá acabar con regreso a la situación primera o con la ruptura definitiva.

Si responder a la pregunta que desencadenó el título de este post es lo que más nos preocupa, cabría aquí imaginar todo tipo de situaciones en las que nos vimos o pudimos vernos implicados.

¿Cuántas veces y cómo he dicho que No? ¿Cuántas veces y cómo me han dicho que No? Seguro que al recordar esas situaciones nos viene a la memoria una sensación agridulce y alguna que otra sacudida de ridículo.

Esto me recuerda a la famosa realidad del amigo “paga-fantas” que tiene delante a una tía dispuesta a todo y dice que No porque no se atreve.

Afortunadamente, en la vida nos encontraremos más ocasiones por las que decir que SÍ de las que podrá empañarnos la palabra NO. Cada día decimos que sí a un café, sí a una llamada de teléfono, sí a un amigo, sí a una nueva situación, sí a un empleo, sí a un hobbie, sí al amor.

No digas nunca NO si eso no era lo que de verdad querías decir y no digas nunca Sí si eso no era lo que de verdad sentías…

CADA.

NUNCA ES TARDE

Me resulta enormemente curiosa la cantidad de excusas que, ocasionalmente, nos damos a nosotros mismos con tal de no aceptar un poco de incomodidad y tratar de cambiar aquellos aspectos de nuestra vida con los que no estamos del todo a gusto, aspectos que suponen un verdadero “grano emocional”, recordándonos continuamente que deberíamos empezar a hacer cosas distintas.

Una de las excusas que con mayor frecuencia vienen a nuestra mente en estos casos suele ser la de que es demasiado tarde. Me recuerda a aquel marinero que sentado todos los días en el muelle, esperaba ser contratado por algún capitán de barco. Muchos se acercaban y todos, sin excepción, recibían la misma respuesta: “No me interesa. Sólo quiero formar parte de una tripulación cuyo destino sea Singapur”. Extrañados, los capitanes volvían sobre sus pasos y buscaban manos más dispuestas a surcar otros destinos. Las horas pasaban y al atardecer, el marinero volvía a su casa con la esperanza de que al día siguiente, llegara el carguero que le pusiera rumbo a su ansiado destino, pero el nuevo amanecer llegaba y el crepúsculo le sorprendía sentado en las mismas maromas que el día anterior.
Así, esperando, fueron pasando los años hasta que un día, con el amanecer, un viejo capitán se acercó al marino: “Me han dicho que llevas aquí esperando mucho tiempo”
-         Así es, respondió el marinero.
-          ¿Y qué esperas?, preguntó, extrañado, el capitán.
-         Un barco con destino Singapur.
-         Entonces hoy debe ser tu día de suerte. Y señalando al puerto comentó: Aquel es mi barco y aquella mi tripulación. Uno de mis hombres se ha puesto enfermo y necesito alguien para reemplazarle. Mi destino es Singapur.
El marino enarcó las cejas y encogiéndose de hombros con aire distraído, respondió: “No me interesa. Ya estoy mayor para un viaje tan largo”.

Muchas veces nos comportamos como el marino del cuento, esperamos y esperamos, malgastando en ilusiones nuestras energías, para luego dejar escapar la ocasión de ver cumplidos nuestros sueños porque “somos demasiado mayores”. Entonces el juego de las excusas comienza a girar en nuestra mente, lamentamos la mala suerte y la mala vida que nos abre la puerta cuando no tenemos fuerzas para traspasarla. Sin embargo, todo esto no son más que excusas, pues por fuerte que sea nuestro deseo, las maromas de la rutina esclavizan nuestras fortalezas.

El tiempo es un invento humano y goza, sin merecerlo, de un estado inquebrantable cuando en realidad sólo tiene un valor relativo. El tiempo no tiene sentido más allá de lo que hagamos con él. Por eso, nunca es pronto para lanzarse al mar ni demasiado tarde para embarcarse en ninguna empresa.



Cualquier circunstancia de la vida nos sitúa ante la misma encrucijada, una y otra vez. Sólo nosotros tenemos la decisión última sobre nuestro destino, no existe nada ni nadie que nos impida realizar aquello que hemos soñado, al menos nada externo a nuestros miedos o indecisiones. Un revés sigue siendo la oportunidad soñada. Nos pasamos la mayor parte de nuestra vida deseando más dinero, más tiempo, un trabajo mejor, una pareja más comprensiva…Y cuando tenemos aquello que deseamos no sabemos qué hacer con ello, excepto seguir atesorándolo para echar de menos aquel tiempo pasado, que invariablemente, siempre fue mejor.

A lo largo de mi vida he conocido jubilados universitarios, octogenarios enamorados con la fuerza de un adolescente, profesionales reconocidos que un día se levantan y deciden cambiar de rumbo su carrera…No hay más límite que nuestros sueños y el valor de perseguirlos, a pesar de las circunstancias, especialmente a las que el paso del tiempo se refieren.

Siempre me ha molestado un poco ese comentario de que es tarde para empezar. Al fin y al cabo, como no sabemos dónde estaremos mañana, tampoco sabemos dónde está el principio ni el final. Cada paso es en sí mismo suficientemente importante como para atrevernos a darlo y si no lo hacemos así, no merece la pena caminar, porque no sabremos, ni siquiera, apreciar la sensación del crujir del polvo bajo nuestros pies. Cada paso tiene valor en sí mismo,, cada palabra es un torrente de emociones que desborda la mirada de quien la escucha, cada nota lleva dentro de sí la grandeza de una partitura eternamente inacabada y eternamente concluida.

El mensaje de fondo siempre es una llamada a la esperanza, la esperanza del encuentro, con nosotros mismos primero, con el otro después. Cuando abrazo el tiempo por haber perdido el miedo a perderlo para siempre, las circunstancias se relativizan, el encuentro es más genuino y cercano, la vida despliega los pétalos de ilusión de un mundo que renace y se recrea a cada instante.

Espero que me perdonéis el acceso lírico de hoy. Nunca es tarde para comenzar, nunca es tarde para cambiar, nunca es tarde para soñar, porque cada comienzo, cada cambio y cada sueño no son más que la manifestación palpable y concreta de que no hay más vida que la que tenemos ahora mismo, en este preciso instante, eternamente inacabado y eternamente concluido.

Sólo deseo que este post os ayude a reflexionar sobre esas oportunidades perdidas que siempre vuelven, porque la vida está llena de segundas oportunidades, una y otra y otra vez. Feliz semana a tod@s y un abrazo muy, muy grande.

EDU

¿COMIDA BASURA O COMIDA PAVURA?

Las grandes marcas hamburgueseras, de sobra conocidas por todos, están representadas por unos personajes que se han hecho tan famosos como públicos. Seguro que todo el mundo adivina ya que me estoy refiriendo a un “payaso” y a un “rey”.

Supongo que cada marca tuvo sus razones bien fundamentadas para decidir qué muñeco representaría su firma.

El payaso está muy asociado a la infancia. Se trata de un personaje que pretende ser entrañable, divertido, cercano, etc. ¿Acaso Ronald es algo de eso? Mucha gente odia los payasos porque los asocia a tristeza. Pero fijémonos bien en este payaso. No puede vincularse ni a diversión ni a melancolía. Se parece, más bien, al payaso de la peli It. Si, eso es. Es el payaso del terror. Así que no sé si más bien la idea era aterrar a los niños para que no comiesen tantas hamburguesas… Sea cual fuere el objetivo, no creo que se haya logrado. No conozco a un solo niño que quiera un muñeco Ronald, ni una fiesta de cumpleaños asociada al tipejo ese. Pero ¡¿qué les pasó a los consejeros de publicidad de esta cadena?! ¡¿Qué clase de trauma infantil sufrieron?!




Imagino un restaurante de esta entidad un día de tormenta. De pronto se va la luz y comienza a cundir el pánico. Ronald sale de detrás de las freidoras y … ¡Mejor ni pensar lo que sería capaz de hacer! Esa cara pálida y ese pelo panocha que se encrespa con la humedad… Y no hablemos de su traje: ¡Pero si va en pijama por la vida! ¡Vaya un guarro!

Ahora bien, puestos a pasar miedo, ni qué decir “del Rey”. Será rey en su casa, porque con esa pinta no se puede reinar en ningún otro sitio… La primera pregunta que siempre me hago es por qué tiene cuerpo humano y cabeza de cartón piedra. Inspira lástima. Pobrecito, debe tener algún tipo de enfermedad que explique la cabeza anormalmente desproporcionada y la sonrisa boba permanente.

Además de vestir estilo Luis XVI, lo cual indica que sale poco, es un roñoso. ¿No habéis visto sus anuncios? Siempre está insinuando que ahorremos más y esconde monedas en bolsas… Alguien debería decirle que en el Banco de España las puede cambiar por billetes. Como no es muy listo no sabe de esas cosas.

Y volvemos a la pregunta de antes, ¿en qué pensaban los publicistas? ¿Qué querían transmitir a la infancia con semejante engendro?

Creo que una gran idea sería presentarles. Los dos están muy solos y dan bastante miedo. Seguro que podrían hacer buenas migas. Pueden dejar el mundo de la restauración y dedicarse a otras cosas más propias de su imagen, como el cine de terror.

Claro, que si les juntamos lo mismo empiezan a aterrorizar a la gente por las calles. Quizá salgan de marcha por la noche y se tomen un par de copas en algún bareto abarrotado de gente. Puede que, incluso, se quiten el pijama y la ropa barroca y se planten una camiseta ceñida y unos vaqueros. Con ese nuevo look intentarán entrarle a alguna chica. Pero no funcionará. Nadie quiere liarse con unos bichos raros que huelen a fritanga. Entonces se deprimirán un poco. Amanecerán en un motel de carretera resacosos y sin pasta. Robarán un descapotable en una gasolinera y harán kilómetros sin más.

De estos dos sólo puede esperarse eso. Que acaben como un par de delincuentes de poca monta. Querrán vivir la vida al límite porque será la primera vez que salgan de sus hamburgueserías. Todo el mundo les reconocerá porque su imagen es inolvidable. Conducirán cada vez más deprisa desafiando a la Guardia Civil y a los radares de tráfico. Las autoridades locales, nacionales y la prensa comenzarán a perseguirles.

Llegarán a Finisterre seguidos de coches policiales, bomberos y helicópteros. En este punto no habrá vuelta atrás. Pasarán a la historia como Ronald y El King. Se mirarán, se darán la mano, acelerarán a tope y, afortunadamente, les perderemos en el precipicio.

Menos mal que se inventó Thelma y Louise. Esa esperanza nos queda como grandioso final. Así, al menos, podremos recordar con media añoranza los horrores que fueron la representación de una marca.

Y a partir de este momento espero que alguien con imaginación y buen gusto pueda crear algo nuevo…

CADA.

CÓMO SUPERAR UN DESPIDO

Raúl nos dio en facebook la idea para hacer un post sobre este tema.
En realidad, muchas de las ideas que hemos desarrollado en el blog servirían para superar un despido, o cualquier otra circunstancia adversa, pero voy a intentar contextualizar esas ideas en el mundo laboral.

Uno de los peligros que encierra el despido, como si de una ruptura de pareja se tratara, es que uno recuerda con cierta nostalgia el trabajo que dejó atrás (sin hablar del sueldo que deja de percibir, pero ese es otro tema). Ya sabemos que cualquier momento de crisis se asocia con cierta tristeza, porque el cuerpo nos pide pensar más que actuar. Si unimos la nostalgia por el pasado con la tristeza por la imposibilidad de ver el futuro podemos caer en la tentación del “cualquier tiempo pasado fue mejor” y “nunca voy a ser tan feliz como cuando…” Este tipo de ideas y no las circunstancias del mercado laboral, son las que realmente me impiden hacer cosas y las que me pueden impedir observar la vida como realmente está, con sus amenazas y oportunidades.

Como cualquier otra circunstancia de la vida, un despido también lleva encerrada su parte de oportunidad. Cuando una persona lleva un tiempo determinado realizando las mismas funciones y solucionando problemas parecidos, es normal que al principio le invada una especie de miedo y que el pensamiento más habitual sea “¿Y ahora qué voy a hacer yo?” La respuesta más sensata y realmente la única que existe es: “Exactamente lo que tú quieras”. En muchas ocasiones nos quejamos de nuestras circunstancias laborales, horarios, clientes, tareas, rutinas…Pues ha llegado la hora del cambio. Quizá los cambios son más fáciles cuando los decidimos nosotros mismos que cuando son forzados, cierto, pero ahora puedes decidir lo que hacer, exactamente igual que si hubieras cambiado de trabajo por motivos propios.

En este contexto lo primero que tengo que preguntarme no es ¿a dónde voy a ir?, sino ¿a dónde quiero llegar? Y aquí es cuando empezamos a hablar de la autoestima.
La confianza en mis posibilidades me permitirá plantearme más y mejores metas.
Una vez que he decidido dónde quiero ir, es decir, el tipo de trabajo que me gustaría realizar, las empresas que me interesan, las capacidades que me gustaría poner en marcha en el futuro, es el momento de analizarme, de descubrir con sinceridad mis debilidades y fortalezas. Aquí todo vale, toda mi vida, no sólo el aspecto laboral de ella, me ha enseñado miles de habilidades, de las cuales una pequeña parte he tenido la posibilidad de desarrollarlas en el trabajo. Es el momento de sacar, limpiar y pulir todas mis armas, de darme cuenta de todo mi valor, de ser consciente de lo bueno que en realidad soy.



La labor de encontrar trabajo es un camino no exento de desencuentros, en muchas ocasiones ni siquiera tenemos la oportunidad de defendernos o valorar qué aspectos tenemos que mejorar, en esta situación es fácil caer en la frustración. Es una emoción peligrosa, puesto que nos hace dudar de nuestras posibilidades y el fantasma del tedio puede hacer mella en nosotros. Es en estos duros momentos cuando más necesitamos de los otros. Siempre podemos contar con los amigos, no para llenarles la cabeza con nuestros problemas, pero sí para que nos recuerden que somos personas válidas, que tenemos muchas capacidades que demostrar, que somos capaces de vivir y luchar y sobreponernos a las caídas. En ocasiones, cuando la sombra negra de la tristeza acecha, una palmada en la espalda puede ser suficiente para recordarme que soy capaz.

Otro de los peligros que encierra la situación de despido y que está relacionada con la frustración es el daño que produce en la percepción que tenemos sobre nosotros mismos. Cuando nos definimos, en muchas ocasiones lo hacemos pensando en el trabajo: Soy carpintero, soy soldador, soy operario de la fábrica tal. Es el momento de darnos cuenta de una gran verdad: El trabajo es únicamente una circunstancia más en nuestra vida y por absurdo que pueda parecer, tampoco es la más definitoria ni la que más peso tiene. Es ahora cuando debemos poder satisfacer todas esas necesidades que conforman nuestro entramado vital. Somos carpinteros, de acuerdo, pero también somos padres, madres, hijos, hermanos, compañeros, amigos…Un largo etcétera de papeles que no están condicionados por nuestra circunstancia laboral.

Uno de los peores pensamientos cuando perdemos el trabajo, o nos despiden, puede ser el de “no sirvo para nada”. A parte de ser categóricamente mentira, es una trampa peligrosa. Evidentemente uno sirve para muchas cosas, pero además, este pensamiento deja el amargo regusto de que no voy a servir para nada, nunca. Y si hay dos palabras que debiéramos extirpar de nuestro vocabulario son, precisamente, nunca y nada. Porque siempre podemos hacer algo. Esto es tan importante que lo voy a repetir: SIEMPRE PUEDES HACER ALGO.

No voy a negarlo, cualquier situación de ruptura es dolorosa y requiere de un proceso de duelo. Siempre deseamos salud, trabajo y amor y cuando alguno de estos tres apoyos falla, nuestra vida se tambalea. Pero ese inestable y momentáneo desequilibrio sólo es una oportunidad más. Una oportunidad para mejorar, una oportunidad para aprender, una oportunidad para seguir, una oportunidad para descubrir las verdaderas fortalezas de mi vida.

Desde aquí, mucho ánimo a todos los que estáis en la desagradable situación del desempleo. Recordad que no es un punto final, sino sólo un punto seguido. Recordad todo lo bueno que lleváis, agradeced lo aprendido, seguro que os sirve en el duro peregrinar hasta un nuevo puesto de trabajo. Ojalá este post os traiga un rayito de esperanza, porque ciertamente, el sol sigue brillando en el cielo aunque esté oculto tras las nubes.

Un gran abrazo para tod@s
EDU

LAS PEQUEÑAS INCOMODIDADES DEL DÍA A DÍA

¿Cómo puede ser que te hayas levantado feliz, el día haya transcurrido bien y, sin embargo, llegues a casa por la noche con un enfado de mil demonios sin razones aparentes?

Las pequeñas incomodidades tienen la culpa. Tú te esfuerzas lo suficiente y pones todo el empeño del mundo en empezar con buen pie y hacer de tu día unas horas por delante agradables y colmadas de éxitos. Entonces... ¿Qué ocurre?

RIIINNNNNGGGGGGG!!!!!!! Suena el despertador. Te levantas de un salto, te calzas unos pantalones de chándal, una sudadera, unas zapatillas y sales a correr. Media horita es suficiente. Hoy llueve, pero no pasa nada. Estás a tope, en plena forma. Un poco de lluvia no te hará daño y servirá para espabilarte.


Llegas a casa, te metes en la ducha, te vistes, bebes un poco de zumo y es en ese momento cuando comienzas a sentir que empieza la jornada.

Y vaya si empieza... la lluvia siempre propicia un poco más de atasco y mucho más en lunes. Pero no te importa. Hoy hay cosas importantes que hacer y ni la lluvia ni el tráfico tienen nada que ver con toda la energía que tienes dentro para hacer que tus proyectos funcionen.

Llegas al trabajo, bajas del coche y ¡zas! metes el pie en un charco. ¡Qué contrariedad! Pero eso no es nada. En cuanto abras la puerta te quitas el calcetín y lo pones en cualquier radiador unos minutos y listo. Pero al llegar hay dos personas esperándote y tres llamadas pendientes ¡¿Acaso el tráfico sólo te ha afectado a ti?!

Empiezas a atender las visitas y no puedes dejar de pensar en ese pie que se te está quedando tieso. Por fin terminas todo lo pendiente. Son las 12 de la mañana. Aún no has comenzado con el proyecto que quieres presentar hoy, pero no importa. Primero debes ponerte un café. Te lo has ganado. El pie hace rato que te da igual. Te pones el café y te sientas ante tu ordenador. El teléfono te interrumpe una y otra vez. Tienes que hacer esto y aquello. Vuelves a tu mesa. Son las 13:30. El café está más congelado que tu pie. ¡Qué asco! Lo tiras por el lavabo y piensas: hoy no es un buen día para empezar con el proyecto. Será mejor que atienda todas estas urgencias que están surgiendo y comience el proyecto mañana desde primera hora.

Pasa el tiempo. No has tenido ni un momento para comer y tienes la incómoda sensación de que tampoco has cumplido con el objetivo del día. Tratas de reconfortarte con el pensamiento de que eres humano y lo has hecho lo mejor posible. Tampoco ha estado tan mal la cosa. Sí; incluso ha estado bien. Has colaborado y resuelto bastante. Seguro que mañana podrás emprender lo que tenías en mente para hoy y no habrá complicaciones porque ya las has resuelto.

Miras el reloj ¡Qué tarde es! Has quedado con un amigo para ayudarle con un problema y llegas a deshora. Te subes al coche. Zigzagueas entre el intenso tráfico. Sientes una especie de presión sobre ti. Debe ser eso que llaman estrés. Te muerdes el labio para descargarlo. Llegas tres cuartos de hora tarde. Para aliviarte piensas que, al fin y al cabo, no puede enfadarse porque vas a hacerle un favor. Aparcas, te bajas, cierras la puerta del coche y ¡Ay! ¡Qué calambrazo! ¡¿Por qué tienen que hacer los coches metálicos y cargados de electricidad estática?!?!

Sigue lloviendo. Has aparcado a dos manzanas y no tienes paraguas. Empiezas a pensar que tenías que haber desayunado un donuts y, al menos, habrías tenido un día redondo. Te esfuerzas por sonreír. El tráfico, la lluvia y el cansancio no son culpa de tu amigo.

A las 00:05 giras la llave en la cerradura de tu casa. Por fin has llegado. Ha sido un día largo y duro. Suena el teléfono. ¿Quién puede llamar a estas horas?!?!??! Es tu madre. Te regaña. Lleva todo el día intentando localizarte. "¿Nunca estás en casa? "

Te tomas un vaso de leche. Ya no tienes ganas de sonreír. Tienes un enorme enfado. Analizas el día. No ha ido mal. Has trabajado bien. Has ayudado a un amigo. Entonces... ¿Por qué la ira te invade?

La lluvia, el tráfico, las visitas inesperadas, el café que no te has tomado, la comida que te has saltado, el calambre... Las pequeñas incomodidades...

CADA.

LA HABILIDAD DE SER AMABLE

Hay una circunstancia del mundo moderno (o postmoderno, según se mire) que me llama muchísimo la atención. Sobre todo para los que vivimos en las grandes ciudades podemos definir nuestra vida cotidiana como una jungla donde cada cual trata de sobrevivir exacerbando un individualismo arrogante, De hecho, una de las características más relajantes y bucólicas del mundo rural es el hecho de que cualquier persona a la que no conoces de nada te saluda por la calle, casi siempre dispuesta a sonreír u ofrecerte su ayuda en lo que sea menester.

Si el ser humano es ante todo un ser social, en comunicación con sus semejantes (de hecho, podemos decir que es la capacidad de reflexionar sobre nuestra comunicación lo que nos hace realmente humanos), parece que el hombre y la mujer de hoy ha perdido la capacidad para relacionarse más allá de su núcleo familiar. Al menos en lo que a la amabilidad se refiere.

Yo suelo venir a trabajar en autobús, cada día me siento con una persona distinta y puedo contar con los dedos de una mano aquellas que se dignan no ya a entablar una conversación, sino a saludarte o mirarte siquiera. Gente que coge el autobús siempre a la misma hora y sin embargo no da ni los buenos días al conductor. Gente que se cruza con los mismos viandantes, vecinos que no se conocen, enjambres de bípedos solitarios parapetados tras los muros de la “república independiente de nuestras casas” sin querer salir de la confortable calidez de lo archiconocido.

¿Por qué tenemos tanto miedo a quitarnos la coraza de nuestra soledad? Esto se hace todavía más incoherente si pensamos que toda nuestra vida gira en torno a un ocio fabricado para consumir y no pensar, precisamente, que estamos solos. Quizá la mala relación con nosotros mismos, con nuestro auténtico yo, favorece también que no demos el paso de salir a la puerta del portal simplemente a decir buenas noches y que esperemos hasta muy tarde para no tener que coincidir con el vecino a la hora de bajar la basura.

Creo que una de las razones de esta situación radica en que nos han educado para esperar siempre algo a cambio. En este sentido me acuerdo de una anécdota curiosa, un amigo me contó lo siguiente: ”Tengo un amigo que está enfadado conmigo, al parecer me vio por la calle y no lo saludé. Yo le dije que el que debería estar enfadado sería yo, porque él me vio y tampoco me dijo nada”. Lo comentamos como anécdota graciosa pero para mí resulta muy significativo: para dar primero hay que recibir, ¿de verdad es este el mundo que queremos?



Mi propuesta es bastante simple, pero creo que conlleva grandes beneficios. Al fin y al cabo la amabilidad es la habilidad para “querer” a los demás. Está demostrado que cuando nos sentimos queridos aumenta nuestra autoestima, nuestro nivel de activación y nuestra creatividad. Tendemos a pensar que podemos alcanzar metas más altas, nos sentimos eufóricos e incluso hay estudios que relacionan esa sensación con un aumento de eficacia del sistema inmunológico. Otra ventaja evidente es que la amabilidad se contagia, por lo tanto, cuanto más amables somos con los demás, más amables serán esas mismas personas.

Habitualmente pensamos que no podemos cambiar el mundo porque es demasiado difícil o demasiado imposible. Pero en numerosas ocasiones un pequeño cambio de actitud tiene un efecto impredecible en nuestro ambiente cercano, al igual que en la famosa metáfora en la que el vuelo de una mariposa en Australia puede generar un huracán en el Caribe. El efecto de la amabilidad es un suave aleteo que puede generar una verdadera corriente de amistad.

Pequeños gestos como saludar al conductor del autobús, sonreír a nuestro compañero/a de viaje, gastar una pequeña broma al compañero de trabajo, dejar salir antes de entrar, abrir la puerta a tu vecino, pedir las cosas por favor, agradecer los pequeños favores…Es una grata manera de crear felicidad a nuestro alrededor y de paso, hacerle un gran favor a nuestra autoestima. Como podría firmar el mismísimo Armstrong: “ Un pequeño gesto para mí puede ser una auténtica revolución para la humanidad”

Feliz y amable semana para todos y todas

EDU

EN TU CASA O EN LA MIA (PARTE II)

Contra todo pronóstico, las relaciones de pareja no son, ni con mucho, lo que nos habían querido hacer ver cuando éramos pequeños. Sirva como ejemplo meditar por unos segundos en esa "pareja perfecta" que conocemos. Me refiero al matrimonio que lo ha vencido todo contra viento y marea y llevan toda la vida juntos sin que se atisbe ni una sola grieta ínfima de fracaso.

Cuesta encontrar algo así, ¿verdad? Hay parejas que llevan toda la vida y han aprendido a "soportarse". Hay matrimonios cargados de falsedad y, por último, si hubo una unión que funcionaba, alguno tuvo que abandonar.

No quiero resultar drástica porque no deseo que parezca que no existe el amor o que nunca va a funcionar. Lo que quiero es que le demos una nota de realismo a las relaciones personales y nos dejemos de engañar con tintes de "las cosas son lo que no parecen".

Voy a tratar de explicarme:

Para empezar, digamos que el auténtico amor puede existir. Hay personas que se enamoran perdidamente y el sentimiento es real. Todo empieza con la chispa famosa que algunos tenemos la suerte de haber vivido en propia piel. Con el tiempo, la relación no tiene por qué ser mejor ni peor. Aunque esta parte da igual, porque pase lo que pase la presión social es inmensa. Esto explica que las cosas tengan que parecer algo que está positivamente reconocido, porque si fuesen de otra manera nos empezarían a mirar como bichos raros.

Yo, Cada, me declaro completamente harta de esta pantomima. Pero ¿quién inventó la parte de farsa? Porque todos los seres humanos, aunque sólo sea por nuestra condición animal, pensamos de otra manera. Sin embargo, nos seguimos ocultando entre las sombras y mostramos a la sociedad la cara amable para hacer a escondidas lo que nos plazca.

Entonces, cuando algo comienza a fallar, debemos plantearnos cómo afrontarlo socialmente y lo que sintamos deja de ser importante.

Me niego. Yo quiero ser feliz a pesar de los pesares. Pero mi negativa no me trae más que disgustos…

Como ya venía prometiendo el lunes pasado, vamos a ejemplificar las situaciones a las que me refiero con dos historias cercanas de dos amigas que están viviendo lo denominado como socialmente incorrecto. Aprovecho la ocasión para animar a ambas, y a quien se sienta aludido por algo parecido, al disfrute de estas experiencias.

El primer caso es una amiga que después de 15 años con una persona que absorbía todo su ser, por fin se ha dado cuenta de que debía salir de copas y probar nuevas experiencias. Ella aguantaba por amor todas las situaciones absolutamente kafquianas que le proporcionaba su pareja. Durante cinco lustros no se dio cuenta de que el amor que profesaba hacia la otra persona se volvía odio contra sí misma.

Pero sucedió. Se lió la manta a la cabeza. Dejó de escuchar a su conciencia marcada por normas que entienden de situaciones pero no de bienestar personal y, tras unas copas, terminó en la habitación de un desconocido.



Los momentos de satisfacción son tan peligrosos… Hoy estás en un lugar extraño con alguien diferente y mañana, sin más, repites. Semanas después te levantas un día con una resaca increíble, te miras al espejo mientras te enjuagas la boca y te dices: "¿No querías caldo? ¡Pues toma dos tazas!"
Si agarras el toro por los cuernos paras a tiempo, justo antes de convertirte en una crápula. Pero eso sí, no sin antes haberte metido unas cuentas juergas que, aunque te han hecho estar sin dormir semanas, te han recordado que sigues viva.

Y después de esas fiesterillas tiras de la agenda y llamas a ese primer individuo extranjero del pub de aquella noche y decides ir a visitarle a su país para dejar de sentirte en deuda contigo misma.

El segundo caso, también un clásico, es la amiga que salió de una relación "perfecta" y entró directamente en otra que no tenía nada de perfecta pero que parecía comenzar a funcionar.

Cuando uno abandona la vida en pareja que tuvo durante años suele tener dos tipos de tendencias:
1.Quemar la vida haciendo todo aquello que parecía prohibido
2. Buscar desesperadamente otra pareja para no vivir en soledad
Esta amiga se parece más al segundo caso, aunque la búsqueda es inconsciente. Realmente, no trataba de apegarse a nadie sino de compartir experiencias sin más. A veces se cruza alguien que, simplemente, no me da razones para darle un no. Y mientras llega el momento en que deba plantarme y decir "hasta aquí hemos llegado" se me pasa la vida con esa otra persona. ¡Cuando quieres darte cuenta has vuelto a hacerlo!

Pero al fin y al cabo, todos hacemos lo que buenamente podemos…

CADA.

DOS DÍAS DE DESCANSO

No sé a vosotros pero a mí me resulta bastante curioso como a veces, en las novelas, en las películas o incluso en la vida cotidiana los pequeños detalles son los que se quedan más grabados en la cabeza o en el corazón. A mí me sucedió con uno de los detalles de “Sexo en Nueva York 2”. Una de las protagonistas, decide, junto con su marido, darse dos días de descanso en su matrimonio para poder “hacer esas cosas que uno quiere y al otro le molestan”. Como podéis imaginar, el detalle, en el guión, da para algunas anécdotas, pero yo quiero centrarme en el juego de espacios que se produce y de paso, echar un cablecito a alguien que pueda sentirse culpable por querer coger “dos días de descanso”.




Parece que cuando alguien decide comprometerse en una situación, ya sea con una pareja, una empresa, un amigo, amiga, o cualquier otra que se os ocurra, firme una especie de contrato de exclusividad en el que la persona queda definitivamente anulada a favor de esa institución común. Este hecho, que en principio puede resultar el “estado ideal de las cosas” abre por sí mismo el abismo de los problemas. Con demasiada frecuencia parece que la relación ideal es aquella donde dos forman un solo uno. Sin embargo, la relación verdaderamente sana se da entre dos personas que mantienen y cuidan su individualidad, siendo conscientes de que, también, son parte de un todo mayor.

Por todo esto, puede ser positivo tener algo de “descanso” en la relación, cuidarse a sí mismo, no renunciar a todo lo que me hace crecer, sentir y desarrollarme como persona. ¿Cómo si no voy a poder compartir lo que soy?¿Cómo si no voy a ayudar al otro a seguir creciendo?¿Cómo si no va a resultar agradable y enriquecedora mi compañía? Igual que un tronco arde más cuando se separa del que le hizo arder, una relación (sentimental, de amistad o laboral) se enriquece más cuando sus miembros son individuos completos y no las medias naranjas que la literatura o el cine nos hacen creer.

La magia existe, no cabe duda. El primer chispazo de emoción que hace que me embarque en una aventura vital es imprescindible. Pero como la artificialidad de los fuegos fatuos, la magia también desaparece si no se cuida, cuando el chispazo desaparece, el fuego se mantiene a base de desarrollo personal. Disfrutar un momento de la hermosa compañía de mi propia soledad es el mejor antídoto contra el aburrimiento. Compartir las experiencias y las emociones cuando se vuelve al seno de la relación, volcando en la sala común lo vivido en soledad, trae como consecuencia un huracán de nuevas perspectivas, un necesario periodo de oxigenación que refresca y entusiasma. Debemos ser valientes para dar un paso más allá de la rutina diaria. Sorprendernos a nosotros mismos para sorprender a quien comparte nuestra vida, reclamar el oxígeno necesario para respirar “fuera de la torre de marfil”.

Probablemente si hiciéramos una encuesta de por qué la gente abandona sus relaciones, muchos de los entrevistados nos contestarían: “se acabó la ilusión”. Probablemente alguno o alguna de quien lea esto haya sufrido esta falta de ilusión en ellos mismos o en sus compañeros de viaje. ¿Existe algún antídoto contra la rutina?¿Es posible el don eterno de beber los vientos por el otro? Yo diría que no… afortunadamente. Los momentos iniciales de una relación se caracterizan por una especie de sumisión personal al espacio común, realmente esto es bueno y necesario, pues me permite conocer y valorar al otro con quien comparto mi vida. Sin embargo, mantener ese estado más allá de lo imprescindible puede hacerme caer en el error de abandonarme a mí mismo, lo que generará un círculo vicioso de predecibles consecuencias.

 Supongamos la siguiente escena: Luis y Sara se acaban de conocer, a Sara le ha gustado Luis porque le ve como alguien “diferente”, puede citar a Schopenhauer y hacer un chiste irónico casi en la misma frase. Al parecer la atracción es mutua, deciden quedar una segunda, tercera vez, la relación se consolida, aparece el amor, el deseo…Todo parece perfecto. Sin embargo, el tiempo que pasan juntos les impide a ambos seguir desarrollando las capacidades que un día les unieron y al cabo de unos años aparece el tedio y el hastío, compañeros incansables e indeseables de la falta de espíritu aventurero. Por mucho que nos duela reconocerlo, el ser humano se acostumbra a la estabilidad, necesitando mayores dosis de cualquier elemento que se cruce en el camino. La buena noticia es la siguiente: Nuestro poder de desarrollo es infinito, por lo tanto, dejarse llevar por uno mismo de vez en cuando supone mantener cierta tensión imprescindible para que el otro quiera seguir estando a mi lado, para no perder la admirable capacidad de sorprender y sorprendernos.

No se quieren más los que pasan más tiempo juntos, sino el que comparte más su vida. El que tiene más vida para compartir, el que no ha perdido la capacidad de soñar que otro mundo es posible, el que cada mañana, cuando se despierta al lado de su pareja, cuando ficha en el mismo reloj desde hace veinte años, cuando otra tarde de sábado más queda con la misma pandilla del colegio, mira fijamente a los ojos del otro, se ve reflejado como en un espejo y es capaz de tender la mano para decir: “Hoy he vuelto a soñar, es un sueño distinto, pero quiero soñarlo, un día más, a tu lado, ¿quieres soñar conmigo?”

Un beso y un abrazo muy fuerte a todos y todas las soñadoras

EDU