BARBIE SE DEPILA

¿Conocéis esa temida expresión que dice: “la belleza hay que sufrirla”? Pues tan real como la vida misma.

Solía hacerme bastante gracia oírle a mi abuela utilizar con sorna dicha sentencia. A mis 14 ya descubrí que ella estaba en lo cierto. Y debía decirlo muy en serio, pues mi abuela fue una mujer muy guapa que dedicaba su tiempo diario al culto de su propio cuerpo para estar bella ante los demás.

Como decía, a los 14 me di cuenta de que, verdaderamente, la belleza es un sufrimiento. Creo que todo empezó cuando mi madre me dijo que existían unos curiosos objetos llamados “pinzas de depilar” que mi entrecejo agradecería… Bueno, yo estaba en plena expansión hormonal y quería gustar a los chicos, así que decidí probarlo. Y mientras me caían los lagrimones tirando de cada pelo, mi madre insistía en que ese dolor sólo lo notaría las primeras veces.

Pero no se detuvo ahí la cosa. De las pinzas pasamos a la cera, los tampax, los sujetadores con aros, las horas de secador y plancha, la piedra pómez, meter tripa al caminar por la playa… y un sinfín de torturas más que un día se convirtieron en la normalidad.




Miro a una muñeca Barbie, tan perfecta, con sus ojos tan contorneados, su piel tersa, su pelo radiante y se reafirma mi teoría de la cantidad de horas que esta chica debe dedicar al sufrimiento de la belleza. Tantas que empieza a resultarme imposible que tenga su casa impoluta, sea autónoma liberal, mantenga novio y salga con sus amigas, por no citar los ratos que pasea a sus sobrinas… ¿Pero de dónde saca tanto tiempo y coraje?

Por desgracia, la belleza no es lo único que hay que sufrir y también hacia los 14 empiezas a darte cuenta de lo que cuestan las cosas. Las eternas negociaciones para que te dejen salir, los primeros desamores, la bronca por un suspenso que era culpa del profe que te tenía manía, etc.

Con los años se endurecen las facciones y también la vida. Y aunque cada vez que me depilo, completamente inmunizada ante el dolor, recuerdo a mi madre diciendo que la piel se acomodaría y dejaría de sentirlo, me doy cuenta de que el corazón corre el mismo riesgo de acomodarse, también él, a los reveses de la vida. Miro a mi alrededor y encuentro cientos de ejemplos en personas que parecen ya no sentir dolor. Durante años me han preocupado mis excesivas muestras de emotividad y la carencia absoluta que tengo para ejercer el control de la misma. ¿Por qué soy la que más llora en un entierro? ¿Por qué se me saltan las lágrimas cuando veo unos padres preocupados en urgencias por su hijo? ¿Por qué no puedo ver en televisión un accidente o un atentado? ¿Por qué me parte el corazón que alguien se quede sin hogar? ¿Por qué no puedo dar discursos que impliquen sentimientos?

Me llegó a obsesionar tanto mi incapacidad para controlar los sentimientos públicamente que empecé a creer que debía tener algún problema no superado de la infancia y que acabaría teniendo que aceptarlo y acudir a un especialista.

Pero de un tiempo a esta parte he llegado a una conclusión casi trágica: el problema lo tienen los demás y nuestra cultura es tristemente fría. No sólo muchos seres humanos se autoprotegen de la sociedad mostrándose fuertes, si no que acaban siendo incapaces de incluso llorar en la intimidad. La sensación de vulnerabilidad nos aterra tanto que llega el punto en el que ya no sólo nos preocupa parecerlo ante los demás, si no también parecerlo ante nosotros mismos.

¿Qué tratamos de demostrarnos?

Yo he conocido gente que ha dejado de llorar. Y para ser sincera, lo que me produce es pena.

Siempre se ha dicho que lo que distingue a los humanos de las máquinas es la capacidad para sentir. ¿Sirve de algo sentir si no pueden hacerse manifestaciones de esos sentimientos?

Recuerdo de nuevo a mi madre insistiendo en que el dolor sólo lo notaría las primeras veces… Eso debe haberle pasado a la mayoría. Eso que, por la razón que sea, aún no me ha pasado a mí.

Ahora soy ese bicho raro al que todos miran con extrañeza porque se le saltan unas lagrimillas en las situaciones más insólitas. Pero ya no me preocupa; ya no es un caso de ningún psiquiatra. Yo no seré la que sufra por ocultar lo que siente; yo, en silencio, sólo sufriré por la belleza…


CADA.

LA ALIANZA DEL CUERPO

En el mundo político, concedemos cien días a los presidentes para hacer un primer balance de su gestión. En un año, un mes puede ser tiempo suficiente para hacernos una pequeña composición de lugar acerca de lo que podemos esperar de los once meses que nos restan.

Desde hace relativamente poco tiempo, he adquirido la costumbre de tratar de encontrar un tema central acerca de mis aprendizajes para el año que comienza y aunque de momento no es más que una intuición, tengo la sensación de que este 2014 será un año importante en cuanto a dejar que las cosas se materialicen.

Esta palabra, materializar, es de uso socorrido en ciertas tradiciones energéticas y quiere decir llevar las cosas a término. En nuestra cultura, quizá el principio que más se acerca sea el “ora et labora” que rige la vida monástica, también reconocido en el refranero con el famoso “a Dios rogando y con el mazo dando”. En definitiva, se trata de no quedarnos sólo en las ideas y proyectos, sino que debemos procurar las condiciones necesarias para que esas ilusiones se transformen en realidad.

No es un tema sencillo, en mi caso concreto hay bastantes lagunas en cuanto a la habilidad para hacer que lo que pienso se convierta en una realidad que podamos contemplar, tocar y sentir. Esta no es cuestión baladí, porque en el mundo tecnológico que nos movemos el criterio fundamental de eficiencia está corrompido por una especie de idolatría del resultado. Esto lleva a que en muchas ocasiones, nuestras mejores ideas no tengan la oportunidad de dar a luz. Estamos más pendientes del rendimiento económico que de la manifestación de nuestro ser.

Parece que el cuerpo y la mente están tan separados que todo lo que tiene que ver con la recuperación corporal es bajo y sucio y las cuestiones altas y nobles son objetos mentales. Esta situación genera dos problemas, uno es el culto al cuerpo como lo único que merece la pena cuidar y otro es un envilecimiento de lo material, con la excusa de que al fin y al cabo no es más que una envoltura que tendremos que abandonar más tarde o más temprano.

El camino correcto, desde mi punto de vista, es que el cuerpo es una manifestación de lo que sucede en nuestra mente. Pero no podemos abstraernos de él, porque esa manifestación hace que dependamos de lo corporal de una manera fundamental. En el sentido de que sin cuerpo no haríamos absolutamente nada. Fundamental porque todas las estructuras del ser humano se construyen apoyándose en el cuerpo, fundamental porque es precisamente lo menos humano que tenemos en nosotros.

Nos buscamos mil excusas para no desarrollarnos completamente y si queremos empezar la casa por los cimientos, en el ser humano nuestro cimiento es material, aunque a la vez nuestras funciones más importantes son las que se desarrollan en otros aspectos. Esta es una paradoja difícil de explicar en dos folios, pero lo más importante, desde mi punto de vista es observar los obstáculos que nos impiden traer a la vida lo que guardamos en el alma.

Un primer problema es ese envilecimiento, del que hablaba antes y que supone que el cuerpo es algo de lo que debemos alejarnos. Un error. Otro problema es que no nos atrevemos a demostrar quienes somos. Manifestar tiene un componente de riesgo, porque mientras los proyectos están en nosotros, no están expuestos al juicio público y en la oscuridad de nuestra mente puede tener todos los errores posibles, pero ay, amigo. Probad a decidle a una madre que su hijo es feo y comprobaréis en vuestras propias carnes lo que quiero decir.



Dar a luz significa iluminar, mostrar al mundo, dejar que los demás opinen y ante esta petición de sinceridad absoluta nuestro ego se resiente, porque no está acostumbrado a las críticas. Así que hay que ser muy valiente para poner una idea en práctica sea la que sea, porque la espada damocliana del fracaso siempre ondea sobre la cabeza de quien decide.

Y precisamente de decidir trata el siguiente problema. Como vivimos en un mundo que se define por su carácter opuesto, decidir equivale, sin excepción, a abandonar. Cualquier elección supone desechar el otro lado de la ecuación. La vida está llena de decisiones y también de muertes, en la misma apuesta. Nos da tanto miedo morir que terminamos por no decidir nunca, por mantener abiertas todas las posibilidades, en un vano intento de guardarnos ese as en la manga.

Y de ases considero yo que va este año. Es el año de apostar definitivamente por lo que queremos que se convierta en realidad, así que más nos vale decidir bien y la mejor apuesta como no podía ser de otra manera consiste en amar mejor. Porque el miedo es enemigo del amor y cuando me guardo ases lo que estoy diciendo es que no estoy seguro de haberme equivocado. ¿Y si no hay elección correcta? Todo sería más sencillo, sabiendo que todos estamos continuamente equivocados, al fin y al cabo, hay que ser indulgente con quien comete las mismas faltas que yo.

Este es el año en que nos quitarán las camisas, en el que saldrán a la luz nuestras equivocaciones, nuestros más oscuros deseos y nuestros inconfesables vicios. Este es el año para acabar con las sombras, con la Sombra. No vivamos con miedo este proceso, porque toda la energía del miedo, que dedicamos a mantener vírgenes las más insondables oscuridades de nosotros mismos será energía disponible para hacer realidad cualquier cosa que nos propongamos y esa es mucha energía.

El cuerpo es nuestro aliado en este proceso, si nos dejamos de estupideces y empezamos a escucharle con atención. Hay mil heridas, cicatrices que están deseando que les de el sol para curar definitivamente. De nada sirve mantenerse en las sombras, de nada sirve el pelele intento de esconder la cabeza en el ala. De nada sirven ya los “por si acasos” y los “quizás”. Es hora de apostarlo todo, porque la única manera de ganarlo todo es perderlo todo y descubrir que en realidad no perdí nada por el camino. Es una verdad sencilla, pero radical en su sencillez, tanto que asusta. Pero el problema no es la decisión, sino el miedo que nos genera decidirnos, impidiéndonos hacerlo.

Escucha tu cuerpo, porque en las heridas de las decisiones no tomadas se encuentra el germen de la mejor manifestación de lo que tú eres, sin comparaciones, sin etiquetas, sin juicios. Y descubrirás que efectivamente, nadie, absolutamente nadie, puede hacer por ti lo que has venido a hacer.

Un abrazo y feliz y corporal semana para tod@s


EDU

NIVELES EDUCATIVOS SEGÚN LOMCE

Aquí os dejo un cuadro explicativo de cómo quedan los niveles educativos estructurados según la Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, para la mejora de la calidad educativa (LOMCE)




EDUCACIÓN INFANTIL
Primer ciclo (0-3 años)
En Escuelas Infantiles


No obligatoria
Segundo ciclo (3 – 6 años)
En Colegios y algunas Escuelas Infantiles


EDUCACIÓN PRIMARIA
Seis cursos
(6 – 12 años)
1º, 2º, 3º, 4º, 5º y 6º
En colegios privados, concertados o públicos


Obligatoria



EDUCACIÓN SECUNDARIA
(E.S.O.)
Primer ciclo (12 – 15 años)
1º, 2º y 3º
En colegios privados / concertados o En institutos



Obligatoria
Segundo ciclo (15 – 16 años)
En colegios privados / concertados o En institutos

BACHILLERATO

FORMACIÓN PROFESIONAL
1º Y 2º Bachillerato
En colegios privados / concertados o En institutos


No obligatoria
Formación Profesional de grado medio

Y para aquellos que queráis leer, aquí tenéis el texto completo...



Beatriz De La Riva
Pedagoga.


RECOMPONER

Hacer rompecabezas es una afición como otra cualquiera. Al igual que en muchos otros entretenimientos, sobre todo los que exigen esfuerzo mental, hay personas más y menos perfeccionistas, más y menos pacientes, más y menos dispuestas a dedicarle tiempo, más y menos resolutivas y más y menos capaces de aguantar hasta el final.

Quizá, el verdadero intríngulis de la recomposición sea precisamente el aguante. Y si éste está sobrevalorando o no. Es decir, “aguantar”, la mera palabra “aguantar” ya suena a que algo no va bien. Porque en sí muchas veces nos decimos “yo no tengo por qué aguantar esto o aquello”.

¿Y si sustituimos “aguantar” por “poder”?

Poder con todo, hay que poder, poder hasta el final…

Aguantar es un peso; poder es un reto.




Cuando las cosas no están sencillas ahí fuera, debemos tender a aplicar el máximo optimismo y dinamismo posible para recordarnos que todo es susceptible de empeorar, pero es más agradable pensar que va mejorando.

Puede llegar un momento de tu existencia en el que sientas que toda tu vida está en el aire. Con cierto temor comprobarás que ya nada es seguro y que todo es, más bien, incierto. La confianza hará aguas por doquier. La mera posibilidad absolutamente remota de ejercer el control quedará desahuciada. Comenzarás a percibir que eres pura fragilidad en el centro de una inmensidad en la que da igual cuánto grites porque todo el mundo pasará de largo a tu alrededor, creando un enorme bullicio que serás incapaz de escuchar. Todo sigue ocurriendo, pero tú ya no formas parte de ello.

Bienvenido a la realidad. La que se vive al día, al minuto, al segundo. La realidad en la que lo más certero es que nada es inequívoco. La realidad en la que por fin debes aprender que la vida es presente y, presente es ahora. La realidad que va a demostrarte que no puedes aprovisionar el futuro y que el pasado hace mucho que quedó atrás. La realidad en la que mirar de frente, en la que estar desnudo, en la que llorar solo, angustiarse solo y remar solo.

Éste es el estado en el que las cosas simplemente se dejan estar.

Perfecto. Ya estás solo. Ya no tienes nada. Ya te has despojado hasta de ti mismo. Es el momento idóneo para dar rienda suelta a la improvisación. Porque vivir a tope, vivir de verdad, vivir como la propia palabra engrandece, es justamente eso; no tener más plan que salir, tragar todo el aire que quepa, andar y reír mientras luchas por no morir de hambre. Y no hay nada más. Sólo necesidades biológicas y emocionales.

Más vale pájaro volando… Más vale pájaro conocido… El refranero español ha dañado tanto la capacidad de improvisación… que llegaste a creerte que perdías el control cuando lo que de verdad ocurría es que nunca lo habías tenido.
Todo el mundo necesita verse peligrar.

Pero tranquilo, ya sé que estás cansado de oír la manida frase tienes que rehacer tu vida. Tú ya sabes de sobra que la vida no hay que rehacerla porque, afortunadamente, no se deshace. ¡La vida, hay que pensársela!

Puede llegar un momento de tu existencia en el que sientas que toda tu vida está en el aire. Pero a lo mejor es lo bonito, poder ir recomponiendo…

CADA.


A L.M. Para que vivamos el presente, para que no perdamos la esperanza, para que improvisemos. Gracias, compañero de viaje.

VOLVER A EMPEZAR

En esta primera entrada del año, me gustaría hablar sobre un tema que parece manido pero que sin embargo está de plena actualidad. Evidentemente hay fechas en el calendario más proclives a ciertos temas y los albores de un nuevo año son dados a los propósitos y a los comienzos.

Una ley inexorable del Universo físico en el que nos movemos es que es cíclico, en el sentido de que necesitamos percibir los opuestos de una manera alternativa, por eso, desde nuestro entendimiento, la realidad está compuesta de extremos que se complementan entre sí. Pero que nuestro sistema perceptivo esté adecuado al tiempo y al espacio no significa que las cosas sean así, sino que las vemos así y esto es una gran diferencia, pues la realidad es todo a la vez, aunque no sepamos o no seamos capaces de aprehenderla en su totalidad.

En cualquier caso, a todo final le corresponde un principio. Me gustaría en estos comienzos del año recalcar la naturaleza de ley que se esconde tras esta aseveración: una ley es una fórmula general que expresa la generalidad, una suerte de brújula que nos guía. Cuando decimos que una de las leyes del Universo es que es cíclico, lo que queremos decir es que tarde o temprano todo llega, o todo pasa, según se mire.

Como estamos hablando de comienzos, nos quedaremos con la parte del todo llega. Y lo más gracioso del caso es que llegará, seguro. No hay que esforzarse, no hay que recurrir a ningún tipo de ritual, no hay que caminar por un sendero de brasas encendidas mientras se hace el pino puente desnudo a la luz de la luna llena. En esto radica la esencia de las leyes, que forman parte de la estructura del Universo y ya está. Sin más.

Otra de las características de las leyes es que están más allá de las creencias. Da igual que creas o no en la ley de la gravedad, por muy escéptico que seas respecto al tema, no se te ocurriría tirarte desde un quinto piso. Con esta ley cíclica pasa exactamente lo mismo. No necesitas creer que las cosas son así, simplemente son. Todos estamos inmersos en este cíclico ir y venir de circunstancias, personas, emociones, entusiasmos y desencantos.

Así que estos primeros de Enero no hacen más que recordarnos lo que todos podemos experimentar cada día, que la vida es un constante volver a empezar, en el trabajo, en la vida, en la pareja, en las relaciones, en mí, en mis células y hasta en las moléculas más fundamentales de mi cuerpo.

Claro está que uno puede quedarse simplemente en los finales, evocar una y otra vez con amargura y nostalgia aquel tiempo en el que fue feliz, envenenarse (literalmente) la sangre cultivando un rencor marchito hacia alguna persona o situación, en busca de una justicia que nunca termina de llegar, martirizar al exterior apelando a una suerte de mecanismo de compensación por lo sufrido en el pasado...Esa es una opción y es válida, pero como vivimos en un mundo de opuestos, yo propongo que al menos tengas en cuenta la opción contraria, que sepas que siempre está a tu disposición el libre albedrío y para actualizarlo al menos debe existir una opción que escoger, aunque no la veas.

(imagen de automotivacion.net)

Y ante los finales, la opción que tienes es la de los principios. Todo pasa y todo llega. Todo acaba....y todo comienza!!! Lo viejo tiene que hacer sitio a lo nuevo y para ello no le queda más remedio que irse. Al igual que es imposible llenar un vaso que ya está a punto de rebosar. Hace poco tiempo volví a coincidir con un viejo sketch de Tip y Coll donde, con mucha más gracia, explicaban esto mismo.

Cuando entendemos que nuestra existencia es un vaso lleno continuamente, no queda más remedio que aceptar que constantemente tenemos que vaciarnos para poder llenarnos, en un constante fluir de finales y comienzos que inexorablemente también terminarán para dar paso a otros comienzos, esos que ahora mismo ni siquiera nos imaginamos.

Muchos de vosotros y vosotras ya habréis acumulado un importante deseo de quitarme los pelos del bigote, frustrados por el recuerdo de esos finales, permitidme que os diga, si es que las líneas anteriores os han enfadado, que las leyes no son patrimonio de nadie en particular. Es mucho más sencillo adaptarse a cómo funcionan las cosas que tratar de parar una maquinaria que sólo está a nuestro servicio. Porque bien mirado, sentarse a observar el río de nuestra vida, sin querer apresar el agua que fluye ante nosotros, es una bendición. A nadie se le ocurriría enfadarse contra la ley de la gravedad, pues no parece cómodo vagar indefinidamente por el Universo. De la misma manera, a nadie debería molestar la ley de la circularidad, pues nos permite siempre una nueva oportunidad, aunque en este caso necesite de nosotros la pequeña colaboración de dejar que lo anterior deje paso a lo nuevo.

Es tiempo de comienzos, aunque una fecha arbitraria en un calendario arbitrario no implique necesariamente que nuestra vida se resetee cada uno de enero, no podemos ser tan pretenciosos, pero lo que sí nos recuerda cada comienzo es que el principio es ahora mismo. Soltar es una decisión, recibir es una decisión, comenzar es una decisión, no una hoja colgada en la pared, no una circunstancia externa.

Cada página en blanco es una nueva oportunidad para realizar lo que deseas, cada día que comienza es un regalo para alcanzar lo que ansías, cada adiós es un nuevo hola y cada conquista es un recordatorio de que la cima aún está un poco más arriba.

La desilusión es el precio de querer vivir con los viejos filtros, las viejas creencias, las viejas ataduras. Tú eliges. Yo deseo que estas dos páginas puedan serviros para creer en los nuevos principios, valga la redundancia. Deseo que este volver a empezar no suponga una carga sino una nueva oportunidad para que de verdad te acerques a quien realmente eres, esa persona maravillosa y perfecta sin la que el mundo estaría huérfano de lo más importante: TÚ.

Que esta semana sea la primera del resto de tu vida


EDU

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EL DINERO NO DA LA FELICIDAD

Como este post abre el 2014, es inevitable para mí hacer eco de algo que ha captado enormemente mi atención en lo que supone dar la bienvenida al nuevo año. Curiosamente he observado cómo la mayor parte de la gente enviaba mensajes del tipo a: “esperemos que el año que entra sea mejor que el que se va”. La sensación que he tenido todo el tiempo, tanto a mi alrededor como a través de los medios de comunicación, es la de una mayor parte de la población aferrada a que el cambio de número suponga una mejora sustancial; y lo que es más importante, que por fin se cierre una etapa negativa. A pocos conozco que no ansíen este canje.

Sin embargo, todo un año da para muchas vivencias. En mi caso particular, me ha supuesto, como poco, conocer a gente diferente tanto en mi entorno laboral como íntimo. Mientras comía las uvas que conmemoran los últimos doce segundos y dan la bienvenida al que da paso, pensaba adiós al año que me ha supuesto una enorme escalada, al año que empezó hace doce meses con el inmenso reto de que todo cambiaría, al año que en menos tiempo mayor aprendizaje me ha supuesto en la vida.

Doce meses difíciles, pero doce meses para la superación. Días donde entraron y salieron personas, donde se forjaron proyectos, donde se asentaron valores y donde no faltaron las fortalezas y las esperanzas.

Para mí y para muchos, una lucha sin tregua, pero también una oportunidad de ponerse en pie de nuevo mirando dónde estaría el escenario exacto en el cual querría levantarme.

La gente se está felicitando el año acompañado por la coletilla de que todo irá económicamente mejor. Sin querer, este hecho me ha recordado a una amiga mía que cuando estaba embarazada de nueve meses, habiendo salido de cuentas, le hizo una confesión a su madre: “mamá, todas las madres ansiamos, principalmente, que nuestro bebé nazca bien y esté sano. Tengo que reconocer que a mí, al mismo tiempo, me gustaría que fuera inteligente. ¿Está mal si además quiero que sea guapo?”

Dos años después, esta amiga estaba mirando a su hija jugar y le dijo a su madre: “recuerdo haberte dicho antes de que naciera, que deseaba que estuviera sana, fuese inteligente y guapa. Ahora resulta que se trata de una niña inquieta. ¿Acaso es importante? Cuando se tiene un bebé sano, inteligente y guapo… ¿qué más se puede pedir? No entiendo por qué no aprendemos a agradecer lo que tan bien ha salido y sólo sabemos mirar lo que ni siquiera es un defecto.”

Mi amiga, mientras se consumían las últimas 24 horas, entre uva y uva, pensaba en qué deseo pedir. Cuál podría ser su mayor pretensión en esos momentos. Si fuese real, si pudiese de verdad ver cumplida su aspiración más ansiada… Debía seleccionarlo con mucho cuidado. Quizá, podría pedir que su trabajo mejorase, o que no tuviese que levantarse cada día mirando la cuenta del banco, o quizá, lo mejor era rogar por su pobre corazón enamoradizo. Puede que fuese buena idea pensar en alguien que la acompañase. Sería bonito tener con quién compartir las ilusiones y, además, los gastos. Pero cuando sólo quedaban tres uvas en su plato, levantó los ojos y vio a su hija, junto a ella en la mesa, haciendo el esfuerzo de comerse las uvas de los deseos y supo que todo lo que necesitaba en la vida estaba justamente ahí, a su lado. Así que cerró los ojos y suplicó: quiero que ella siga sana y conmigo durante todo el 2014. Cuando su hija se comió la última uva se acercó a ella y le susurró al oído “he pedido unas alas” y ella le contestó también en voz baja “yo he pedido que sigas estando conmigo”.




Al afirmar que el dinero no da la felicidad suele contestar alguien diciendo pero ayuda bastante. Sin embargo, ni una sola madre del mundo cambiaría a cualquiera de sus hijos por ser rica. Cualquier ser humano en su sano juicio preferiría ver a su familia sana aunque eso supusiera no llegar a fin de mes.

Obviamente, cuando un día es triste y gris es como un luto. Muchas personas sienten que el mundo es demasiado pequeño y que están atrapadas en él. Todos necesitamos, en ocasiones, recuperar la sensación de inmensidad.

Querido lector, no pierdas la fe ni el empeño en lograrlo. Alguien hace poco me dijo que si hacíamos todo lo que podíamos, que si luchábamos con empeño y tesón persiguiendo un objetivo justo, también sería justo que el “universo” velase por nosotros y nos devolviese un poco de paz y, por qué no, de recompensas.

No hace falta que te felicite el año ni te desee suerte. No es necesario que te diga que todo va a ir mejor. Sólo mi apoyo incondicional para que jamás ceses en tu empeño…

CADA.


P.D.: A N, porque estoy segura de que tu deseo se cumplirá. Quien desea unas alas es porque ya sabe volar