SÓLO SÉ QUE NO SÉ NADA


En primer lugar quiero pediros disculpas por mi silencio durante este tiempo, a veces las obligaciones personales marcan el ritmo de las prioridades y no tenemos vida para tantas actividades. Soy muy consciente de que no escribo nada desde el año pasado y ya hemos pasado la hora de los deseos y las intenciones, nos toca ahora trabajar para hacer realidad esos sueños que en la noche mágica del treintayuno llenaban nuestras copas y nuestros corazones.

No es fácil, como comprenderéis, retomar el hilo de las publicaciones, máxime cuando alrededor se suceden los cambios y los imprevistos. Para seros sinceros creía que este año iba a ser un poco distinto de como está yendo, por supuesto nos ha dado tiempo a vivir alguna que otra sorpresa agradable y por desgracia, también alguna menos deseable, pero tengo que reconocer que este año me está sorprendiendo y por qué no decirlo, está sacando lo peor y lo mejor de mí.

Así que probablemente lo mejor que podemos hacer con las circunstancias que veo a mi alrededor es no tratar de ocultar demasiadas cosas, es decir, abogar por la sinceridad y por dejar de tratar de ocultar nuestros defectos tras velos ilusorios de perfección. No somos perfectos y por más que sea una frase manida, lo cierto es que nos lo creemos. O nos gustaría creérnoslo.

Últimamente estoy seguro de que tenemos una falsa idea de perfección que nos acompaña, una falsa idea que no se manifiesta en el hecho de que nos consideremos la mejor versión de ser humano posible, puesto que al menos en mi caso, basta con mirarme al espejo para darme cuenta de que no es así. Nada que ver. La falsa idea de que somos perfectos se demuestra en que no nos gusta que nos indiquen nuestros defectos, no nos gusta verlos en los demás y no queremos que asomen más de un palmo de la vieja alfombra de nuestro inconsciente.

Así que para mantener esa falsa idea, que ni siquiera nos atrevemos a reconocer, manejamos miles de defensas que van desde la simple proyección a otras mucho más complejas y enrevesadas. El problema de toda esta amalgama de juegos y procesos mentales es que terminamos creyendo que el centro del Universo nace en nuestro ombligo y nos falta energía para cambiar. No para cambiar las circunstancias, sino para cambiar nosotros, para cambiar sin más.

Si la mitad de la energía que ponemos en marcha para dejar que las cosas sigan como están, aunque no nos gusten, la invirtiéramos en dejar que el proceso se resolviera satisfactoriamente, probablemente viviríamos todos mucho más felices, sin ninguna duda. Pero claro, es muy difícil saltar las barreras impuestas por el ego y no voy a ser yo el que juzgue el estatismo. Quizá, sólo quizá, el verdadero cambio implica una revolución, si el cambio social deriva en revolución social, el cambio personal tiene que implicar pues la revolución personal.

Tenemos que cambiar, es una obligación. No es que el mundo sea cambio, que también. El problema es que nuestro desarrollo personal en este estado de cosas, es algo caduco, obsoleto y absolutamente inútil. Claro que nuestra forma de vida nos ha resultado funcional durante mucho tiempo, claro que hasta hoy nos ha servido, pero ya no nos sirve más.





Hace mucho tiempo, escuché en un congreso que la famosa “cuarta era” consistía en una fase más sincera del ser humano, que había que terminar con las agendas B, con las verdades a medias y con los autoengaños sobre todo.


Si algo me ha quedado claro desde que aquella conferencia es que el mundo no quiere dejarse alumbrar, no es que falte luz, es que la ahogamos porque cuando alguien nos ilumina para dejarnos en cueros, nos fastidia, mucho. Y es muy complicado acabar con un engaño cuando uno no sabe que vive engañado.


Hemos pretendido generar la realidad con unas bases que están totalmente corruptas desde los cimientos, porque siempre tratamos de validar lo que creemos que somos y sin embargo, una de las mayores verdades que he oído es que no tenemos ni idea de lo que somos.


Algunos de los que me conocéis ya sabéis que me encanta un libro que se llama “Un curso de milagros”. El mayor milagro que existe es cobrar conciencia, definitivamente, de que no tengo ni idea. Ese famoso “sólo sé que no sé nada” de Sócrates iba mucho más allá del conocimiento literal. Se trata de un axioma espiritual, si queréis. Porque lo cierto es que no sabemos nada de nada, no tenemos ni idea de quiénes somos, ni idea de la realidad tal cual se nos presenta, ni idea.

Sé que puede parecer desconcertante, pero cuanto más nos aferramos a nuestros supuestos saberes, más se desmorona el mundo que nos rodea. No sé si por desgracia o por suerte se ha acabado el tiempo de las seguridades, de los proyectos, de las previsiones. Tenemos que aprender de una vez por todas la habilidad de dudar, de sacar la navaja del conocimiento y diseccionar hasta la más mínima certeza. En este mundo, al fin, descubriremos que no hay nada cierto, que todo está sujeto a las leyes del azar y que no podemos hacer nada por aferrarnos a ello.

Quizá no haya más propósito para este año que el de no sujetar nada, no aferrar nada, dudar constantemente y soportar como podamos, las sombras de la inseguridad. Tras ese pozo insondable se esconde la verdadera redención, porque se esconde la verdadera luz, la que con nuestra supuesta sabiduría no dejamos que emerja.

Espero que tengáis una quincena llena de duda, pero que más allá de la duda, encontréis la luz, la magia, la verdadera esencia de vuestros proyectos y necesidades y que siempre, siempre, estéis dispuestos a dejar marchar, para seguir avanzando en el camino del verdadero conocimiento.



Feliz quincena para tod@s

Os quiero,

EDU