Hace dos años me
encontraba cruzando, con mi vehículo, el túnel de la calle Costa Rica llevando
dos motoristas de la Guardia Civil pegados a la parte trasera del coche. Cuando
me disponía a incorporarme al carril central, el coche que tenía delante frenó
repentinamente. En ese momento iba a producirse la segunda acción absurda del
día.
Era media mañana
y acababa de llegar de viaje de visitar un matadero por tierras castellanas.
Del matadero se habían escapado dos cabras que corrían a refugiarse entre los
matojos. Este hecho hubiese carecido de importancia de no haber sido por la
cercanía que había a la carretera. La posibilidad de que dos cabritas alocadas
pudiesen provocar un accidente hizo que se diese aviso a la Guardia Civil.
Cuando llegué, dos agentes, arma en mano, buscaban a los animales
desesperadamente. Un hecho lógico, pero que producía una situación cómica.
Mi cansancio del
viaje no me impidió medir, en fracciones de segundo, la mejor opción. Ante la
posibilidad de que se produjera un incidente repasé, a toda velocidad, las
alternativas. Divisé perfectamente la línea continua a mi izquierda. Vislumbré
a la perfección el coche que se aproximaba por el carril central. Y, sin
detenerme ni un segundo, aceleré adelantando al automóvil que había frenado e
incorporándome al carril por delante del que venía y… ¡no pasó nada! Un
accidente evitado en mi haber de buena conductora. A excepción de haber
cometido dos infracciones ante la atenta mirada de las fuerzas de seguridad…
Salí del túnel
creyéndome “la salvadora”. Pero los señores agentes no opinaban lo mismo y
detuvieron mi vehículo.
Aunque yo estoy
convencida de que si hubiese frenado ellos habrían volado por encima de mi
coche, la norma se impuso a toda clase de lógica. ¿Cuándo va a ser más
importante la razón que la legislación? ¿Cuándo la máxima que reza toda persona tiene derecho a la seguridad
(Constitución, art.17) estará por encima de la aplicación absurda de una mera
normativa?
No estoy diciendo
que no debamos cumplir la ley. Lo que estoy apoyando es que, en determinadas
ocasiones, el cumplimiento estricto de la ley puede poner nuestra vida en
peligro.
Todas estas
reflexiones vinieron a mi cabeza el día que observé una hilera de vehículos
detenidos ante un semáforo en rojo mientras se aproximaba una ambulancia con la
sirena activada. Ninguno de los coches avanzó para dejar paso. ¿Por qué? ¡Porque
había un radar sobre el semáforo! Una multa se impone a una vida humana. Esto
es lo que sucede en las sociedades del primer mundo. Aquellas que han tenido
que legislar estrictamente y hasta el absurdo en aras de garantizar la
seguridad.
Esta es una
llamada a la razón por encima de la legislación. Al idealismo de que, algún
día, podamos disfrutar de una sociedad de verdad progre y civilizada en la que
pasear felizmente no esté garantizado por leyes. Una sociedad donde las
garantías de progreso vengan dadas por la educación y la cultura.
Esta es una
llamada a la reflexión de lo que somos, de lo que tenemos, de lo que valoramos.
Esta es una
llamada a la EDUCACIÓN con mayúsculas. La mejor opción que tenemos los utópicos
para defender el derecho a la vida.
Sin embargo, esto
que tenemos es a lo que hemos llegado en las mal llamadas “sociedades avanzadas”.
Por ahora, podemos autodenominarnos seres, pero estamos muy lejos de llamarnos
humanos…
CADA