ALEGRÍA DE AMAR, ALEGRÍA DE VIVIR

Hablaba el otro día con un amigo que ha escrito un libro sobre la capacidad de amar y la alegría de vivir y realmente, no se me ocurría mejor forma de recuperar el “estilo libre” del blog, tras la serie sobre los pecados capitales, que hablar sobre estos temas.

Dice mi amigo que el amor es una alegría. Así, de entrada. La afirmación no deja de sorprendernos, porque quien más o quien menos, hemos tenido más bien la experiencia contraria, es decir, que el amor nos da más penas que alegrías.

¿Será que nos equivocamos al elegir a nuestra pareja de camino o será que eso del amor es un absurdo que no tiene cabida en nuestra vida? Al fin y al cabo, el amor se acaba siempre, ¿no? La contestación me dejó un poco boquiabierto, la verdad y es que según mi amigo, psicólogo él también, resulta que el amor no depende de la persona que tenemos al lado, sino de nuestra propia capacidad para entregarnos a los demás.

Así dicho, más bien parece un acto masoquista y puede servir como argumento para multitud de situaciones psicológicas que hemos denunciado en muchas entradas de este blog. Pero parémonos por un momento a considerar las implicaciones más profundas de esa aseveración. El amor es la propia capacidad para entregarnos a los demás...Así pues, por un lado, que las cosas vayan bien o mal en mi relación con el amor es una cuestión propia y no del otro, de forma que tengo que empezar a mirar más para dentro y menos hacia fuera. Por otro lado, eso que llamamos amor tiene poco que ver con el amor de verdad, puesto que es una cuestión mía y no de las personas que me acompañan. Y he de reconocer que esto encaja mucho más con mis ideas y mis experiencias.

Para dar algo, obviamente primero tenemos que tenerlo, así que la alegría está en entregar aquello que tenemos, sea lo que sea. Es curioso como muchas de las parejas que vienen a consultarme a terapia, adolecen precisamente de este defecto, no quieren dar. Porque consideran que es indigno, o que no es el momento o que no va a ser recibido por la otra persona. Cuando tenemos miedo de dar, empiezan a surgir las dudas, porque entonces la relación no tiene nada de alegre, sino que se convierte en un absurdo juego de justificaciones para convencer al otro de que el mundo es exactamente como yo lo veo, pero en realidad hay tantos mundos como personas habitamos en él, así que es una energía malgastada inútilmente.

En definitiva, el amor no tiene nada que ver con parejas, con romanticismos ni con historias de tú antes que yo. Porque si no me preocupo de lo que doy entonces estoy cargándome el amor desde los mismos cimientos. Y si tengo miedo de dar, igualmente tendré miedo de recibir y por tanto, no sólo me estoy privando de mi propia capacidad de amar sino que también estoy privando al otro, sea quien sea y juegue el estatus que juegue en mi vida, de desarrollar su propia capacidad.

Aunque ya lo hemos repetido por activa y pasiva (incluso creo que alguna vez por perifrástica), no está de más recordar que a este mundo no hemos venido a sufrir, sino a desarrollar una misión que es propia de cada uno de nosotros. Todo lo demás, son cuentos. Y precisamente ahí radica la importancia del asunto, cuando realmente soy yo, no importa lo que haga ni con quién esté, todo se vuelve una ocasión para desarrollarme, para ser más libre y por lo tanto, para ser más feliz.

Imagen de planosinfin.com

Ya dije hace tiempo que la alegría o la felicidad, es una cuestión de pura decisión y es absolutamente independiente de las circunstancias que me rodean, incluídas las personas con las que me gusta estar o las que no. Si el amor es cuestión de alegría, también es cuestión de decisiones.

Desde hace bastante tiempo he llegado a la conclusión de que la única realidad válida, puesto que no podemos fiarnos de la que percibimos por los sentidos, es la realidad emocional, es decir, cómo me siento en determinada situación más que cómo esa misma situación me hace sentir. Así que el amor también es una decisión de manifestar en el mundo lo que realmente he venido a hacer aquí.

Y cuando hago lo que debo, más allá de los condicionantes, de las expectativas, de las obligaciones externas...la felicidad es el resultado lógico.

Amarse, pues, está bastante alejado de ese sentimiento de posesión hacia una persona determinada. También está muy lejos de ser un “pamplinas” que anda por el mundo siendo sumiso y condescendiente con todo el mundo, para nada.

Amar es un verbo activo, que implica una apuesta valiente y decidida por mi propia libertad. No podemos esperar amar a nadie si antes no hemos descubierto quienes somos, qué hemos venido a hacer, cuáles son las claves que me impiden desarrollarme, qué aspectos de mi vida sobran y por dónde se me va la energía que podría estar dedicando a construirme en vez de destruirme.

La verdadera alegría es la alegría de ser. Durante los últimos meses hemos estado viendo distintas manifestaciones de este problema. Cuando dejo de ser, comienzo a poner la misma máscara una y otra vez, para no tener que enfrentarme a la única decisión que importa: ¿estoy dispuesto a ser yo mismo?

Ser yo mismo no es sinónimo de evitar el dolor a toda costa, el dolor es inherente a la experiencia humana. Precisamente nos hace conscientes de que también tenemos la necesidad imperante de pertenecer, de dar el paso más allá de nuestro ego. Pero es que resulta que la experiencia humana es pertenencia individualizada. Somos individuos inmersos en realidades que nos sobrepasan y por eso mismo, nuestro entendimiento y comprensión de la vida es absolutamente parcial. Cuanto antes reconozcamos esta verdad, antes estaremos listos para tender la mano a esos que con fastidio personal, nos recuerdan que ni somos súperhombres ni llegaremos a serlo nunca.

La alegría de amar, por tanto, es la alegría de manifestarse en toda la plenitud de nuestras capacidades, que son muchas. Y la más importante de todas es la conciencia para reconocer que cuando no basta con mis propios recursos, siempre habrá alguien que aportará aquello de lo que yo carezco en ese momento, para ayudarme a seguir creciendo.

Amor, libertad, crecimiento y alegría van juntos. Aunque a veces dolerá, a veces molestará, a veces supondrá decir adiós, pero siempre, siempre, merecerá la pena.

Que paséis una quincena llena de amor y alegría

Os quiero


EDU

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