Tenía una gran cantidad de temas en la cabeza para escribir hoy. Las dos últimas semanas han sido muy intensas y ricas. Sin embargo, a la hora de sentarme delante del ordenador, se me han ido todas las ideas, inexplicablemente. Así que he decidido escuchar el corazón.
Y he comprobado que quizá era el mejor tema que podía compartir con vosotros en este momento, porque en este mundo de ruidos y excentricidades, hay poco espacio para escuchar realmente lo importante. Lo único importante, que es escucharnos a nosotros mismos.
Porque cuando tenemos el coraje o las circunstancias de escucharnos empezamos a descubrir todas esas cosas que nos gritamos a nosotros mismos y que no somos capaces de reconocer. Sinceramente, me da la impresión de que nos pasamos la vida intentando acallarnos. Pero claro, cuanto más tapamos nuestra voz, el corazón grita con más fuerza. Aunque muchas veces no entendamos su lenguaje.
Lo primero sería darnos cuenta de cuál es el lenguaje del corazón, porque es cierto que grita con una fuerza inusitada: La fuerza de las emociones, entonces nos sentimos desvalidos, o tristes, o ansiosos o alegres. Y no tenemos ni idea de cuáles son las causas de esos aparentemente incómodos huéspedes de nosotros mismos.
Es una lástima que vivamos en un mundo que está pensado exclusivamente para acallarnos. Sería interesante que tuviéramos una estadística de los miles de millones de euros que gastamos al día para no escucharnos, yo el primero, para que os voy a decir otra cosa.
Estamos acostumbrados a vivir en un mundo repleto de “aes-” y “antis-” a- es el prefijo griego para la negación. Vivimos en un mundo a-séptico, a-pático. Esto es, un mundo que está construido para no sufrir, como si el dolor fuera el peor de los pecados, cuando en realidad es sólo la mejor forma de comunicarnos con nosotros mismos. Haciendo una paráfrasis: “Dime de qué sufres y te diré quién eres”. Pero claro, es que es muchísimo más fácil dejarse inundar de antidepresivos, antiestreses y antibióticos. ¿Os habéis fijado en lo que significa la palabra antibiótico? Literalmente, lo contrario a la vida. Y a nadie se le escapa el valor de la penicilina, pero de ahí a tratar de construir un mundo basado en matar la vida, pues sinceramente….
Pero no sólo de dolor vive el lenguaje del corazón. Es curioso como por tratar de silenciar lo que nos hace sufrir, también conseguimos hacer callar lo más hermoso que tenemos en nuestras existencias, todas nuestras potencialidades, toda nuestra vida, en un sentido pleno de la palabra. Vivimos para no aburrirnos y parece que el culmen de la diversión es no estar nunca solos, no estar nunca parados, no estar nunca donde realmente estamos.
(Imagen de: metaconsciente.com)
Hace poco, hablaba con una persona que no podía vivir sin su tablet, que usaba hasta cuando estaba parada en el semáforo. Hemos perdido la capacidad de esperar y esperar es el verbo que da lugar a la esperanza. De tanta asepsia nos hemos cargado, de un solo plumazo, la esperanza. La esperanza en la vida, sin más. La esperanza de que las cosas son como son y no como nos gustaría que fueran. La esperanza de que estamos viviendo sencillamente lo que necesitamos vivir en cada momento.
Hemos destruido la intuición, hemos destruido la capacidad de escuchar lo que se esconde más allá del ruido incesante del tráfico, del bullicio que se nos regala envuelto en paquetes de hormigón y cemento. Y luego nos extrañamos de vivir en un mundo destruido por una burbuja inmobiliaria que explotó en el momento más inoportuno.
Escuchar el corazón es el arte de sentarse a observarse a uno mismo. Dialogar con tus miedos, tus sueños, tus esperanzas. Descubrir que la vida es el instante inmediato donde nos movemos. Somos incapaces de establecer un plan de acción para nosotros mismos, aunque tengamos agendas repletas de acciones para salvar nuestros negocios, nuestras carreras, nuestros trabajos, nuestras miserias…Qué absurdo parece, ¿no?
Escuchar el corazón también es tener la humildad de reconocer que no sabemos nada, que aún podemos aprender. Cuando calla la mente, el mundo se despliega. Con una luz cegadora. La luz de la vitalidad.
Quizá nos ayudara a todos el mero ejercicio de sentarnos en un parque y escuchar: Probablemente descubriríamos el canto de los pájaros, que son capaces de hacerse notar por encima del tráfico de la ciudad. Descubriríamos la risa de los niños, que no han perdido la ingenuidad de asombrarse. Descubriríamos el vuelo de las mariposas, que en algún momento tuvieron el valor de dejarse morir para renacer al mundo llenas de colorido y con unas alas que les permitieran ¡volar!
Y puede, que en ese pequeño instante de silencio y descubrimiento, descubramos que nuestras preocupaciones, nuestros autoengaños, nuestros miedos y nuestros afanes, no resisten más de lo que resistiría un castillo de naipes expuesto al viento.
Si tuviera que expresar un deseo para estas dos semanas, antes de volver a encontrarnos, probablemente sería este: “Que todos los seres humanos tengamos el coraje de encontrar un pequeño hueco en nuestras atareadas vidas para escuchar el verdadero yo que grita en algún sitio dentro de nosotros”.
Sólo tenemos que escuchar…Y entonces el dolor desaparece, porque no necesita ni consejos ni filípicas. Lo único que necesita es un hombro en el que llorar y unos oídos sinceros que le escuchen. Los nuestros.
Sinceramente, espero que podáis encontrar ese hueco para observaros sin prejuicios. Todos tenemos aspectos de los que arrepentirnos, todos tenemos espacios que barrer, todos tenemos heridas que curar. Pero no verlas, es el mejor método para no sanarlas, que se llenen de suciedad y bacterias. Y luego diremos que no nos queda más remedio que acudir a la aséptica penicilina…
Que tengáis una feliz y elocuente semana,
EDU