… Gracias, gracias, gracias… son las palabras con las que el Dr. Wyne Dyer empieza su película: El cambio.
Esa afirmación tan simple y compleja al mismo tiempo, “gracias”. Un conjunto de letras que pronunciamos cientos de veces a diario y que hoy me han dado mucho que pensar.
¿Decimos gracias todas las veces que se merecen? ¿Lo hacemos con la suficiente pasión?
En ocasiones soltamos el término sin más, con absoluta ligereza, sin darnos auténtica cuenta del valor que encierra. Una llamada telefónica de trabajo suele colgarse con un – gracias – que alguien responde – no, gracias a ti-. Y, de este modo, ya ha vuelto a pronunciarse dos veces y ni siquiera nos hemos percatado de su importancia.
Pero en otras, descubrimos el auténtico valor de esa voz. Un día necesitas el apoyo de un buen amigo que se presenta en tu casa en medio de la noche y decide quedarse sentado y sin dormir en tu sofá para escucharte, comprenderte, aconsejarte y llenarte de coraje. Ese día hablas sin más y sacas de tu interior todo lo que llevabas dentro, todo lo que habías mantenido en silencio demasiado tiempo. Y tras el discurso, tu mano amiga te reconforta y consuela. Seguramente entre sollozos das las gracias. Y así es como descubres la auténtica cuantía de lo que has dicho. Porque no es en sí lo que dices, sino el momento, la liberación, la paz interior que comienza.
Pero, ¿quién dijo que fuera fácil? En absoluto. El punto culmen de la desolación puede alcanzarse. Y, por increíble que parezca, sí hay un punto culmen y, además, se identifica bien. Cuando lo alcanzas, lo sabes. Sabes perfectamente que has llegado al máximo y que a partir de ese momento comienza a gestarse un cambio. Así que tomas decisiones drásticas y arriesgadas, consecuencia directa de lo que tu corazón dicta. Estás muerto de miedo. Ves lo impropio de ti que es todo aquello, pero sientes la necesidad de hacerlo. Llevabas una mochila muy pesada que no te dejaba avanzar por el camino. La abriste, miraste a su interior y encontraste tres enormes rocas. La primera, tu trabajo; una losa que se había vuelto una soga alrededor de tu cuello. La segunda, tu familia; lejos de disfrutar de ella sentías su carga. La tercera, tus sentimientos de amor; te estaban jugando malas pasadas haciéndote sufrir y alejándote del disfrute. En ese punto del camino te detuviste y sacaste esas piedras una detrás de otra. Ahora caminas ligero, pero la mochila está completamente vacía.
Da pánico; pero satisfacción al mismo tiempo. Lo has hecho. Es la primera vez en tu vida que te has escuchado. Por primera vez has eliminado el ruido que había a tu alrededor y ya eres capaz de buscar tu solo la salida.
De pronto, añoras un referente de valentía. Te plantas de pie y te dices: “Ha llegado mi momento! El momento de autodeterminarme”. Sin embargo, un corazón que demasiada gente se tomó la libertad de cogerlo y arrastrarlo, necesita tomarse tiempo para sentirse nuevamente aliviado. Llenar un vacío así es muy complicado. Las semanas van cayendo. El tiempo va demasiado deprisa y uno se pregunta si lo está haciendo bien, si eligió el camino correcto. Aparecen otras personas y empiezas a sentirte cómodo con ellas. Percibes la aventura, la locura interior. Quieres intentarlo. Te diviertes, pero llenar un vacío interior es otra cosa. El quiero pero no puedo ya te ha hecho bastante daño en esta vida. Piensa que eres puro corazón y quien no vaya en esa línea, simplemente, estará fuera del juego.
En el andar por la vida creíste que eras lo que tenías, que eras lo que hacías, que eras lo que los otros pensaban de ti y hoy, te has dado cuenta de que esas estúpidas ideas no valen nada. Tú eres alguien que ya estaba ahí antes de que todo eso llegara.
Si ya has hecho todos esos descubrimientos, si ya has llegado al punto culmen, te has escuchado, has vaciado tu mochila, has entendido que nada de lo que tenías era válido, has empezado a comprender que lo verdaderamente importante nunca ha estado fuera de ti… bienvenido, tú ya estás en ese proceso de cambio tan necesario para el ser humano. Y llegados a este punto, todo lo que esté por venir sólo será bueno, porque se estará adaptando a tu ser.
No es fácil de explicar y menos de entender. Sin embargo, sí de percibir. Cuando todo se destruye a tu alrededor dejándote la sensación impasible de una derrota y, sin embargo, lejos de derrumbarte piensas cuánto de necesaria era esa destrucción, estás en disposición de empezar a valorar todo lo que de verdad importa y a emprender de nuevo tu camino con la constante convicción de lo bueno que fue rehacerse a uno mismo.
En ese preciso instante viene una frase a tu cabeza. Aparece de golpe, como una revelación divina. Para algunos encierra la palabra confianza, para otros música interior y para muchos el firme propósito de salir adelante. La coletilla rige tu camino desde ese momento; tanto, que empiezas la jornada repitiéndotela una y otra vez, para grabarla a fuego, para no olvidarla.
Es triste vivir sin descubrir lo que de verdad es necesario. Así que, cuando se alcanza ese grado de desolación absoluta en el que se ha perdido todo, se llega, al mismo tiempo, a la plenitud absoluta en la que todo es diferente. Romper para empezar de nuevo. Echar un pie atrás, para tomar un nuevo impulso. Es necesario deshacerse por completo para rehacerse por entero.
Al final todos lo entenderemos…
CADA.
P.D.: Recomendación: Película El Cambio, http://www.youtube.com/watch?v=qa8rHDzlSsA
(A MC, por su espíritu valiente y a MA, por su noche en vela.)
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