La semana pasada asistí a un acto muy especial, un acto tan especial que no he podido evitar la tentación de compartir con vosotr@s unas líneas al respecto, porque por otro lado creo que comparte significativamente la columna vertebral de nuestro blog.
El acto en cuestión fue la VIII entrega de los premios anuales de
El motivo de mi visita al evento no tiene mucha importancia, lo importante es que la Fundación nace del dolor, del dolor de la pérdida por un ser muy querido, para erigirse en faro que ilumina conciencias, en un faro que recuerda no sólo la memoria de todas las personas que fallecieron injustamente ese día, sino sobre todo y ante todo, las cualidades personales que llevaron a Rodolfo a ser la persona que era, admirada y querida tanto por sus amigos, como por sus familiares y compañeros de profesión.
Y aquí empieza lo importante, este es un ejemplo más de cómo el dolor más absoluto y devastador puede convertirse en la fructífera semilla de un anuncio que nuestro mundo necesita que nos repitan cada día: el valor de la convivencia y la solidaridad para llegar no sólo a la superación del dolor sino también al perdón. En otros artículos os he comentado cómo creo que es posible renacer de las propias cenizas tras un trauma de magnitudes incalificables. Pero me gustaría aprovechar la cercanía del recuerdo de las víctimas del atentado para partir una lanza más a favor de la convivencia, de la libertad, del amor entre todos los seres humanos independientemente de la nacionalidad, el género, las creencias o el color de la piel.
Vivir instaurados en el resentimiento de la pérdida nos impide el verdadero reconocimiento de las virtudes por las que quisimos a esas personas que ya no están. Cuando alguien dedica su vida a los valores de la convivencia, de la integración, de la innovación y se despierta cada día con la firme intención de hacer un poco más cómodo el mundo de todos los que están a su alrededor, no podemos agotar todo eso por el hecho, difícil, injusto y duro, sí, de que esa persona ya no se encuentre en mi vida, independientemente de las circunstancias que llevaron a esa pérdida.
(Imagen de: micaminosindestino.blogspot.com)
¿Cuántas veces enterramos bajo toneladas de resentimiento las virtudes que nos hicieron amar a otros? ¿Cuántas veces nos olvidamos de las propias características que hicieron que esos otros nos quisieran? Frente a la injusticia del verdugo, no podemos caer en la tentación de convertirnos en víctimas propiciatorias, que no hacen más que recorrer, en cada ocasión, el mismo absurdo camino al matadero.
No tenemos la opción de recuperar aquellas personas que hicieron posible nuestra felicidad, no tenemos la opción de revivir las circunstancias pasadas, pero sí tenemos la opción de luchar por todo lo que esas personas lucharon, tenemos la opción de abanderar sus mismas luchas, porque no hay peor desatino que dejar morir el amor cuando nos deja una persona que ama. Podemos retomar la bandera del caído y puede que sea el único verdadero y honesto homenaje a su memoria.
En cuantas ocasiones nos decimos a nosotros mismos que no vamos a olvidar y entonces renacemos cada día con el corazón lleno de alquitrán, sintiéndonos maltratados por la vida. Estoy de acuerdo en que no debemos olvidar, pero recordar, recordar con toda la magnificencia de lo que significa la memoria humana, es fundamentalmente ser conscientes y actualizar aquel mundo que soñaron nuestros seres queridos, actualizar los valores que les hicieron héroes de nuestra vida, materializar un mundo del que se hubieran sentido orgullosos de pertenecer.
Si el recuerdo perpetuo del dolor sólo nos sirve para mantener viva la llama del odio, del rencor, de la separación, de la injusticia…Pobre y flaco favor le estamos haciendo a las personas que dedicaron su vida a los valores contrarios. Quizá la historia de Rodolfo sea ajena y anónima para aquellos que no le conocieron, pero la fuerza de su vida sigue palpitando con toda energía no sólo en el corazón de los que les quisimos, sino sobre todo, en cada nueva ocasión en que cada persona, en cada lugar del mundo, en cada instante histórico, levanta la mano para pedir justicia, se levanta del asiento para ceder su sitio, acoge la vida en todas sus manifestaciones y sobre todo orienta toda su existencia a hacer un poquito mejor la vida de todos sus semejantes.
Deseo sinceramente que el recuerdo de ese fatídico día, sea una ocasión para hacer que el mundo en el que vivimos se convierta en un lugar mejor par vivir, probablemente llegaremos a experimentar que es la única y genuina manera de que la injusticia quede definitivamente erradicada, la única y genuina manera de honrar la memoria y la vida de las víctimas, la única y genuina manera de conseguir que una muerte tan injusta y cruel tenga un verdadero sentido.
A LAS 192 VÍCTIMAS MORTALES DE LOS ATENTADOS DEL 11 DE MARZO: OS QUEREMOS, OS RECORDAMOS, OS VIVIMOS.
EDU
Recordando ese trite dia del 11 de marzo y todas sus victimas, hablas de un tema que nos afecta a todos : la pérdida de un ser querido, la manera en la cual podemos reaccionar y mas alla nuestra forma de vivir...
ResponderEliminarEl recuerdo perpetuo del dolor no es la buena via, sin embargo recordar todo lo bonito de su vida, todo el amor que compartimos hace que siempre son aqui con nosotros, su memoria nunca desaparece... porque nada es peor que el olvido.
Suscribo tu comentario completamente, aunque quizá sí hay algo peor que el olvido: ayudar a construir un mundo contrario al que mantenía vivo a ese ser querido o el proyecto que compartíamos con él. Un abrazo muy fuerte
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