Los pecados capitales son, considerados por la Iglesia Católica , los siete vicios más comunes que puede llegar a cometer el ser humano. Su práctica, según el pecado del que se trate, puede conducir a la persona a la condenación eterna.
A la vista de esta terrible afirmación y con el temor de poder ser enviada al más profundo de los infiernos, la humanidad, durante décadas de existencia, se ha planteado hasta qué punto le compensaba semejante ejecución.
Últimamente, me ha dado por preguntarme la importancia de tales pecados y el significado que tienen en la actualidad. Supongo, que de alguna manera, empieza a sospecharse que todos nos estamos condenando y ya no hay nada que pueda hacerse para salvar a una especie que se ha abocado al fracaso más absoluto.
Lujuria, Gula, Avaricia, Pereza, Ira, Envidia, Soberbia. Siquiera hoy, ¿somos conscientes del auténtico valor de estas palabras?
En absoluto. Ya ni sabemos qué es exactamente pecar. Y, además, ¿pecar de qué?
Ana es lo que puede considerarse una “persona normal”, con una vida normal, llena de aficiones normales, rodeada de gente normal, con un trabajo normal y una familia muy normal. Cualquier vecino suyo diría que Ana es buena gente.
Hoy ha sonado su despertador a las siete de la mañana (como siempre) y, en cambio, Ana no se ha levantado de inmediato. Ha remoloneado casi una hora más. PEREZA. Por supuesto, ha llegado tarde al trabajo. Como no le ha dado tiempo a desayunar, se ha puesto un café en su oficina; pero tenía mucha hambre, así que ha cruzado a la pastelería de enfrente y ha comprado medio quilo de pasteles. Como en su departamento son muchos, los ha ocultado en su despacho. AVARICIA. Acto seguido los ha engullido a toda velocidad como si alguien fuera a robárselos. GULA. Una compañera de Ana se ha presentado en su despacho con un jersey azul celeste que ha captado su atención. Le ha preguntado dónde lo había comprado. Estaba segura de querer uno igual. ENVIDIA. Su compañera le ha comentado que tenía al pesado del cliente de siempre esperando en la entrada. Ana se ha incomodado mucho. Su tiempo es fundamental y no puede perderlo todos los días con un “mindundi” así. SOBERBIA. Estaba muy molesta y ha salido a atender al cliente malhumorada. IRA. Mientras conversaba, Ana se ha quedado mirando al cliente pensado que se trataba de un tipo bastante atractivo. Incluso ha sentido deseo por él. Es pesado, pero tiene “un apaño”. LUJURIA
Ana sólo ha necesitado un total de tres horas para cometer los siete pecados capitales que la conducirán derechita a la condenación eterna.
Pero conozco un caso mucho peor. Se trata de Mario. Ha quedado a cenar con una amiga que hacía tiempo que no veía. Están sentados en el restaurante con el primer plato delante. Mario piensa: “Esta mariscada está de muerte; en cuanto acabe la bandeja pido otra. Mi acompañante también está de muerte; de esta noche no pasa. El de la mesa de al lado no para de mirarme; ya le gustaría a él una tía como esta. Espero que esta chica no quiera los langostinos; no parece comer mucho. Aunque bien pensado, espero que los quiera; no me apetece seguir pelándolos. El restaurante es muy caro; no sé por qué narices hemos venido aquí. Espero que me lleve ella a casa; su coche es mejor”. GULA – LUJURIA – SOBERBIA – AVARICIA – PEREZA – IRA – ENVIDIA. ¡Todo en tan solo unos segundos! ¡Vaya joyita que tiene la chica a su lado! ¿Qué estará pensando ella?
“La mariscada es buena. Mario está siendo muy amable conmigo. Creo que conozco al de la mesa de al lado. No puedo comer ni un langostino más. Bueno, cogeré el último. Pagaré yo. Menos mal que le he pedido el coche a mi hermana”.
De esta situación deduzco dos cosas:
a) Están hechos el uno para el otro
b) No es pecado todo lo que parece
Es decir, los pecados lo son según la magnitud de sus consecuencias. No es lo mismo pensar “ojalá que no se coma el último langostino” que robar un banco a mano armada. Como siempre, no están claros los límites del bien y del mal, por lo que decidir quién se juega irse a vivir con Lucifer no parece ser muy obvio.
(Imagen de: devocionaldiario.com)
En la sociedad actual todo el mundo habla de la pérdida de valores. Yo, sin embargo, tiendo a pensar justo lo contrario. Nunca antes se había dado tanta importancia al rescate de los valores humanos. El valor humano, entendido como ese principio que configura a la persona como tal, es decir, apta para convivir con el resto y, además, cargada de buen hacer y condesciendes intenciones; ese valor humano, está hoy en boca de todos. Antes nadie se preocupaba por buscarlo y también hay una larga lista de hechos históricos que prueban su ausencia.
Hoy nos levantamos preguntándonos qué es lo mejor que podemos transmitir a la infancia para que se conviertan en los buenos ciudadanos del mañana. Y, mientras andamos alocadamente por una vida sin tiempo para la reflexión, cometemos cientos de errores que ni analizamos.
La palabra “pecado” suena a carca. Es casi tan antigua como hablar de relicarios. Los seres humanos de hoy ya no pecan; cometen errores. Unos más graves que otros de cara a la sociedad. Y, por supuesto, los peores errores que cometemos son aquellos que nos auto-agreden y, por desgracia, esos no tienen categoría de pecado…
CADA.
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