¿Cuántas veces nos hemos preocupado por qué haremos mañana? Probablemente muchas más de las que ni siquiera nosotros somos capaces de aceptarnos. Pero es más difícil plantearnos la pregunta, porque quizá supone darnos respuesta que no nos gustan.
Recuerdo que una vez, en este mismo blog, hablé sobre la incertidumbre y ciertamente, sería tonto no reconocer que vivimos tiempos inciertos, parece que en efecto, la palabra para siempre es demasiado larga y sin embargo, vivimos una especie de falacia de control, donde pretendemos saber en qué momento exacto nos encontraremos no ya mañana, sino el mes siguiente o incluso el año que viene.
Ahondar en esta idea me parece un poco repetitivo, porque ya sabéis lo que opino al respecto o podéis consultarlo, pero pensando en ello he caído en la cuenta de que este error tan común proviene de una disyuntiva que solemos pasar por alto, quizá porque a ninguno de los medios que quieren controlar nuestras vidas le interesa plantearla en su forma más cruda: ¿Qué es más importante: ser o hacer?
Supongo que no habrá dudas de en cuál de los dos aspectos me sitúo, lo que me gustaría es compartiros las razones por las que considero que “hacer” nos sitúa en una situación incómoda, muchas veces porque nos enfrenta al aspecto más enriquecedor, o acaso el único, de nuestra existencia. Precisamente, la esencia de quienes somos.
Invariablemente, las personas que acuden con un problema hasta mi consulta, lo hacen arrastrados por una vida que no les pertenece. Una vida donde siempre tienen que hacer algo. Una buena parte del proceso de terapia consiste en realizar una reprogramación para que el paciente caiga en la cuenta de que su vida, sencillamente, se vive. Sin que tenga que hacer nada.
Nos despertamos, tenemos que ir a trabajar para conseguir dinero que nos permita hacer cosas como viajar, comprar, ilusionarnos…Una ilusión estéril. La esencia de la vida, como no podría ser de otro modo, se encuentra en la esencia de nosotros mismos. Cuando nuestras actividades cotidianas están alejadas de ella, nos sentimos arrastrados por una fuerza externa, por un sentimiento de inutilidad que muchas veces ahoga nuestra creatividad interior y que llevado hasta el extremo, nos deja un vacío perdurable.
Quiero reivindicar el ser, el sentir, el pisar, el arraigarse en el suelo, fijándome de vez en cuando, aunque sólo sea, en dónde pongo los pies. Quiero reivindicar la vida en todos sus detalles: Esa tienda única en mitad de los escaparates de las franquicias, esa flor que sobrevive entre la jungla de asfalto, esa palabra única que convierte una anodina conversación en una auténtica ducha de ligereza para el alma.
Pudiera ser que toda esta confusión no sea más que el síntoma de que hemos perdido nuestra esencia, enfocarnos en el hacer nos aliena y nos convierte en autómatas, nos fija modelos de conducta. Siempre tienes que ser más alto, más guapo, más delgado, más blanco o más negro. Pues mire usted, se lo voy a explicar clarito y desde el corazón: Soy un muñeco bajito y rechoncho, con canas y menos pelo en la cabeza del que me gustaría, un poco resabiadillo y quizá puede que hasta pedante en ocasiones. Pero lo cierto, lo único y verdaderamente cierto es que ni usted ni nadie puede imitarme, porque por muy naranja que sea mi piel, no hay nadie que pueda ser más yo que yo mismo.
Cuando aceptamos esta verdad, cuando nos olvidamos de compararnos con el vecino de enfrente, cuando dejamos de desear el coche que tiene, el dinero que tiene, el porte que tiene, entonces puede que descubramos que la verdadera felicidad viene cuando somos nosotros mismos, sin disfraces.
Yo soy yo, con mis virtudes, con mis defectos, pero sobre todo conmigo. Quiero reivindicar un mundo donde todas las criaturas puedan ser, donde no le digamos a ninguna rosa que tiene que ser margarita, donde no pidamos peras a ningún olmo, donde podamos apreciar la inocencia de las unas y la elegante fragancia de las otras.
A cambio te hago una promesa: Prometo, eternamente, respetarte tal y como eres, sin juzgarte, sin cambiarte, sin justificar mi falta de seguridad a través de un malentendido proteccionismo. Prometo aceptarte con tus faltas, diciéndotelas, sí, pero teniendo la paciencia necesaria como para que las cambies en función de tus ritmos y tus tiempos y no de los míos.
Prometo mantenerme a tu lado respetando tus silencios y tu intimidad. Prometo ser siempre honesto contigo, de forma que cuando quiera verte te veré y cuando no quiera hacerlo también te lo diré, porque será la única forma veraz de que compruebes que estoy contigo porque quiero y no porque me siento obligado. Y me da igual que seas mi amigo, mi amiga, mi hermana, mi madre o mi marido.
Prometo aceptar que no quieras verme, porque así celebraré los encuentros que decidas tener conmigo y me da igual que seas mi marido, mi madre, mi hermana, mi amiga o mi amigo.
Prometo seguir creciendo en mi propio camino para que siempre pueda sentirme orgulloso de quien soy, para compartir lo poco o lo mucho que la vida me depare, para situarme frente al espejo y poder decir, de nuevo, que no te necesito pero que tu presencia en mi vida hace que la felicidad que comparto se multiplique cuando compartes tu felicidad conmigo.
Gracias por querer compartir este espacio de reflexión, que tengáis una feliz y esencial semana
EDU
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