Por
fin ha llegado el tan esperado equinoccio de primavera, fiel a su cita con el
calendario, como cada 21 de Marzo. La primera reflexión que me produce es que todo llega, pronto se acabarán los fríos
invernales y tendremos más horas de luz para disfrutar de una naturaleza que se
viste de gala gratuitamente. No tenemos que esforzarnos para ello, entre
otras cosas porque tampoco tenemos ninguna opción de acelerar el proceso.
Y
como el ciclo anual de estaciones siempre ha sido una metáfora preciosa (al
menos a mí me lo parece) para la vida, me vais a permitir que utilice la
llegada de la estación de las flores para hablar precisamente de eso, del ciclo
vital.
Se considera el ciclo vital
como la suma de las distintas edades por las que atraviesa un ser humano, a saber: Nacimiento, infancia,
adolescencia, juventud, madurez, senectud y muerte.
El
asunto es que en esta sociedad en la que
vivimos, por factores que no vienen al caso y que darían para mucho más que una
entrada en un blog, el modelo vital de referencia es la juventud y esto es
una especie de atentado contra la naturaleza.
Ser
joven parece ser el culmen de la felicidad, las cirugías estéticas, los modelos
de los que nos hablan los medios de comunicación, los grandes ídolos de nuestro
tiempo lo son por el mero hecho de una fecha en el carnet de identidad. Pero la felicidad no es consecuencia de una
edad, la felicidad es consecuencia de vivir lo que hay que vivir en cada
momento. Y al igual que necesitamos otoños e inviernos para que haya
primaveras y veranos, necesitamos infancias y adolescencias para que haya
madurez.
Desde
mi punto de vista, este sobredimensionamiento de la juventud es una
manifestación de un miedo profundo, un miedo profundo a la muerte en realidad,
que se ve como final del camino cuando en realidad no es más que una parte más
del proceso de la vida. Así, ser adulto y llegar a viejo se considera una lenta
pérdida de facultades, una etapa que no tiene valor. Y este es el verdadero
problema, porque entonces el que no es joven, atlético, fuerte, alto y guapo es
un humano a medias.
Mire
usted, yo no soy joven ni atlético ni fuerte ni alto ni guapo, no tengo una
cuenta millonaria y mis objetivos vitales están más allá de conseguir un coche
mejor o un chalet con piscina. Y no digo que estas cosas no sean importantes,
que lo son. Pero no a cualquier precio. Porque cuando enseñamos y educamos en que lo importante es el resultado, nos
perdemos el proceso. Y en este mundo que nos toca vivir, el proceso es ni más
ni menos que la vida, así que cuando decidimos no ser lo que somos, estamos
decidiendo morir, literalmente. Así que por escapar de nuestro mayor miedo
caemos de cabeza en el pozo.
El
ser humano es un ser en evolución constante y cada nueva conquista está
cimentada en los retos y las dificultades que ha ido superando. Si no tengo
dificultades, si todo se me da hecho, si no me embarco en empresas en busca de
un ideal de superación personal y global, entonces me basta con un “carpe diem”
mal entendido.
Porque
la juventud es la época donde mayor energía tenemos para llevar a cabo las
grandes empresas de la vida, de la vida que estamos viviendo, pero si siempre estamos en una constante
juventud, si priorizamos la primavera sobre el otoño, nada de lo que consigamos
logrará satisfacer nuestra necesidad de tener más, nada de lo que vivamos
nos llevará a disfrutar la inmortalidad.
La
muerte no es el final de un camino al que estamos condenados, la muerte es una
decisión personal que elegimos a cada instante. Sí, ahora mismo, estamos
decidiendo morir o vivir. Y morimos
cuando elegimos lo que no tenemos, morimos cuando elegimos lo que quedó atrás o
lo que aún no ha llegado, morimos cuando vivimos en nuestros pensamientos lo
que no somos capaces de actualizar y materializar en nuestro mundo físico.
Añorar
comparte significado con año, es la nostalgia por los años pasados, los años
que no vuelven, las relaciones que acabaron, las empresas que quedaron atrás. Y
en esa añoranza se nos escurre entre los
dedos la energía suficiente para vivir de verdad, para morder la vida con
fuerza, para plantar los pies en el suelo y decir, hoy es el mejor día de mi
vida, entre otras cosas porque el día de hoy es el único que tienes.
Probablemente,
si dejáramos que cada uno sea como es no
tendríamos que envidiar lo que el otro tiene, ni su edad, ni sus millones,
ni sus medidas de escándalo o sus bíceps hiperdesarrollados. La felicidad es el
resultado de una ecuación donde las incógnitas hay que buscarlas en la
coherencia, en la responsabilidad por mis acciones, en la sincronicidad con las
circunstancias de mi vida.
Si dejamos la envidia atrás y
empezamos a degustar los placeres que cada uno aporta, es mucho más probable
que descubriéramos que cada cual es una nota insustituible de la gran sinfonía
del Universo, es mucho más probable que descubriéramos la armonía de estar
juntos. Sí, ya sé que esto
lo dijo Pitágoras, pero parece que después de siete siglos, aún tenemos que
recordarlo.
Feliz,
armoniosa y sinfónica semana
EDU