Supongamos por un instante que todo aquello de lo que nos habla la televisión es mentira. Toda esa historia de la crisis, de las guerras, del hambre, todo. Os pido un pequeño ejercicio de imaginación. Bien, supongamos que es mentira, todas esas circunstancias se dan por una razón: Nos han convencido de que en el mundo los recursos son limitados. Si tú tienes mucho de una cosa entonces yo tengo menos y en el peor de los casos no tengo nada. Me da igual de lo que estemos hablando, dinero, agua, comida, energía eléctrica…necesidades básicas al fin y al cabo. Elementos que son imprescindibles para la supervivencia.
Ahora imaginemos un mundo distinto, un mundo donde hay más que suficiente dinero, agua y comida para los más de siete mil millones de personas que poblamos el planeta. Imaginemos por un momento cómo sería ese mundo dónde yo tengo lo que tú necesitas y tú tienes lo que yo necesito. Un mundo donde nuestras necesidades básicas están cubiertas suficientemente, un mundo donde puedes hacer, literalmente, cualquier cosa que desees en el lugar donde desees.
En un mundo así, no tendría que abandonar mi país para buscar una vida con mayor posibilidades para mí y para mi familia al otro extremo del mundo, en un planeta así no tendría que buscar el agua a kilómetros de distancia, en un lugar así los poderes económicos no controlarían el poder político, en un lugar así, en definitiva, existiría la posibilidad de ser feliz.
Ahora viene la noticia que hace que os quedéis pegados a la silla: Ese lugar utópico e ilusorio existe, se llama planeta tierra y si estás leyendo estas líneas es porque vives en él. No son sueños de muñeco chocho y desgastado, no es una paranoia transitoria ocasionada por alguna sustancia psicotrópica, no son elucubraciones mentales de cuatro ilusos que acampan en alguna plaza. Son los datos verídicos de muchas investigaciones: En este planeta hay suficiente de todos para todos. Eso sí, está mal repartido.
¿Y de dónde proviene ese reparto equivocado de las cosas? Pues de que en algún momento de nuestra adorable existencia humana, decidimos, y cuando digo decidimos lo hago con todas las consecuencias, es decir, todos y cada uno de nosotros, desde el primer aborigen australiano hasta el último mongol del desierto del Gobi. Decidimos, pues, sustituir personas por objetos.
Antes de que se me echen encima los perros de presa del statu quo y la racionalidad obtusa, diré que la idea no es mía, es de un señor que se llamaba Jung, respetable y eminente psiquiatra, psicoanalista, médico y científico. Así pues, Jung opinaba, con razón, que hemos sustituido personas por objetos. Es decir, que el ansía de relacionarnos con el que todos venimos a este mundo (o para los más puristas, aprendemos) se sustituye por una especie de versión edulcorada de síndrome de Diógenes y pasamos del verbo poseer al acaparar sin solución de continuidad. Así que pasamos por la vida acaparando fama, éxito, títulos, licenciaturas (perdón, grados) y juventudes prestadas a la cirugía por una única y exclusiva razón: Nos da miedo mirarnos al espejo. Al menos nos da miedo mirarnos al espejo y regalarnos una sonrisa o una palabra amable y entonces no nos queda más remedio que mirar al otro y tratar por todos los medios de arrancarle a golpe de talonario esa sonrisa que somos incapaces de regalarnos a nosotros mismos a cambio de nada.
Esto sí es un problema, queridos lectores, esto sí es un problema. Porque consideramos que el cariño se puede comprar y como buscamos cariño por encima de todas las cosas en vez de pararnos a mirar qué es lo que sucede debajo de nuestro ombligo, enseñamos a nuestros niños cómo ser mejores ingenieros, mejores economistas, mejores abogados, mejores policías o mejores investigadores, pero nadie pone un duro para enseñar a esos mismos niños a ser simplemente, mejores personas. Por eso les castigamos cuando sacan malas notas pero nadie se preocupa de qué monstruos se esconden en el armario, cosas de niños. Cosas de niños que hacen temblar el mundo adulto que construimos cada segundo.
Yo creo que se ha acabado el tiempo de las excusas, el tiempo del victimismo, el tiempo de las proyecciones. Ya basta de echar la culpa a la subida de la prima, a la bajada del Euribor, a las acciones que se ponen delante en la fila y al sunsum corda de la señora de algún país centroeuropeo. Porque tú tienes algo que ofrecer al mundo. Porque si tienes algo que ofrecer es porque el mundo lo necesita y ya se preocupa él suficientemente de mantener las cosas que necesita. Porque basta ya de querer hacer lo que nos dicen que tenemos que hacer y empezar a hacer lo que nos dicta nuestro propio corazón. Porque basta ya de pensar que eso (póngase en eso lo que cada cual desee) es más importante que lo que yo sé que es mejor para mí. Porque basta ya, basta ya de pensar que el vecino del quinto es mejor o peor que yo.
La abundancia es un estado de la mente, no de la cuenta corriente. La abundancia no la dicta un número en una pantalla de ordenador, ni un señor con bigote en el noticiario de las tres de la tarde. La abundancia está, en presente, para todos, sin excepciones. Y si de verdad no tuviéramos miedo de creerlo, realmente viviríamos en el mundo ideal y utópico y feliz que quizá, sólo quizá, este viejo y chocho muñeco de trapo desea habitar.
Feliz y abundante semana para tod@s
EDU
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