A lo largo de la convivencia conmigo misma he descubierto que
vivir junto a mí es fácil. Lo que resulta algo más complicado es seguirme el
ritmo y entenderme. Y no es sólo porque lo diga yo, claro. Todas las personas
que han llegado a compartir piso o incluso algo más que piso a mi lado, han
asentido en relación a las facilidades para convivir. Sin embargo, capacitarse
para coexistir intrépidamente, al borde del abismo, son palabras mayores.
¿Alguna vez te has preguntado por qué dos personas se
sientan en un restaurante enfrentadas? Es fácil hablar con alguien que tienes
enfrente. Cruzar miradas es casi inevitable. Pero el contacto físico se diluye.
Sentarse junto a alguien aporta cercanía. ¿Qué provoca que los asientos estén
uno frente a otro, como en una entrevista? ¿Hasta dónde llega la confidencia y
hasta dónde la limitación de un simple encuentro?
He observado que siempre que como con alguien que me provoca
comodidad echo mis pies hacia detrás por debajo de la silla y el cuerpo hacia
delante. Creo que soy de esas personas que no buscan el tacto, pero sí el
calor.
La otra noche fui a tomar una caña con un amigo. Nos
disponíamos a ocupar una mesa que tenía tres sillas. Jugamos un poco a ver cómo
nos sentábamos cada uno. Pero mi compañero de juerga era chico tímido y ubicó
el casco de la moto en la silla del medio, no permitiendo otra opción que
enfrentarnos.
No sé si llevados por la filosofía del momento o por la copa
de más, acabamos por preguntarnos qué significado tenía disfrutar de la vida.
Tan sólo unas horas antes alguien me había hecho una confesión que me heló el
cuerpo: “yo ya no disfruto de la vida”. Esta persona excusaba su situación en
haber vivido al límite su juventud, lo que consideraba que en la madurez, ya no
le pertenecía.
Creo que he comprendido que disfrutar la vida es sentirse,
en términos generales, satisfecho emocional y laboralmente; es decir,
satisfecho con uno mismo y con el curso de los acontecimientos.
Disfrutar no tiene un tope de edad ni tampoco existe una
especie de castigo maldito por los excesos cometidos en la juventud. En la
vida, no pagamos falsas consecuencias; en la vida, aprendemos. Disfrutar tiene
que ver con recoger los frutos de un buen plan previo. Es mirarse al espejo y
decirse: “Hey! Aquí estás comiéndote el día a día y sintiéndote bien”.
Disfrute y satisfacción son unísono. Tanto, que me obsesioné
durante meses. Inicié una búsqueda incesante en la que descubrir cuál era la
lección que la vida trataba de enseñarme y que aún no había aprendido. Qué era
aquello que me consumía, aquello que me había colocado en la situación actual y
de la que parecía no terminar de salir nunca.
Qué es estúpida vida?!?! Qué es lo que no he aprendido
aún?!?! Dímelo ya para que pueda entenderlo y prosiga mi camino… Pero la vida
parecía empeñada en no soltar prenda.
Como era irremediable el hecho de ligar una situación límite
a un aprendizaje, decidí observarlo todo, captarlo todo, considerarlo todo y no
pasar nada por alto.
Y en ese tiempo de intenso amaestramiento, aprendí a ser
paciente, a amar y reconocerlo, a dejarme querer, a decir te quiero, a no temer
perder a alguien, a no querer mantener nada a toda costa, a aceptar el precio,
a callar más y a enfadarme menos, a no molestarme por las decisiones de los
demás, a darle a todo más tiempo, a no influir en el curso de los
acontecimientos, a no organizar la vida al milímetro, a disfrutar.
Me pregunté si ya lo había hecho todo en esta vida, si ya
había eliminado todos mis miedos, si había superado la cruzada, si el universo
iba a devolverme para bien todo el sufrimiento.
Nunca se ha hecho todo en la vida; nunca. Nunca se ha
entregado lo suficiente y nunca debemos olvidar seguir dando. Tenemos por
costumbre abrumarnos por los acontecimientos y auto-entristecernos por nuestra
situación. Cuando dejas de defenderte te das cuenta de que no hay nada que
justifique esa defensa.
Buscar desesperadamente no acelera el proceso. Uno termina
por encontrarse de bruces con la realidad. Y ésta, viene a buscarte a ti cuando
llega el momento.
De pronto un día ves clara la lección. Cada uno de nosotros
tiene en su mano el poder más grande que existe: el poder de elegir. Y ese es
exactamente el aprendizaje más importante de todos los que haremos; aprender a
elegir. Aterra. Es muy difícil ser siempre quien tiene la mayor capacidad de
elección. Pero hoy tienes ante ti la posibilidad de decidir qué hacer con tu
vida. No dejes pasar ni un minuto sin saberlo, sin optar por el camino que más
satisfacción te provoque; el camino que realmente te haga disfrutar.
Paradójicamente, tomar decisiones ahoga. Si precisamente es
libre quien toma decisiones, por qué cuantas más tomas, más prisionero te
sientes?
¿Cuál es la diferencia entre querer y necesitar?
El momento lo define todo, y hay que saber aceptarlo. Todo
en esta vida está de paso; las personas también. Nada es permanente. Lo más
difícil que aprendemos es a decir adiós.
La lección de la vida… la lección que tenía que
aprender… A valorar cada día como si
fuese el primero, a comprender que no puedo tenerlo todo al mismo tiempo, a
tomar mis propias decisiones, a enfrentar mi camino, a escucharme a mí antes
que a nadie, a seguir esperando, a dejarme ayudar, a sonreír, a reconocer un fracaso, a despedirme para siempre,
A coger aire y respirar…
CADA.
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