Hace
relativamente poco, buscando información para un trabajo que me
habían encargado, “tropecé” con un libro cuyo sugerente
título no pudo hacer más que inclinarme a leerlo. El libro en
cuestión es “Psicología del amor” y su autor es Jürg Willy,
psicoterapeuta suizo.
Las
tesis que defiende son más que interesantes y os recomiendo su
lectura, tanto si estáis en pareja como si no. Entre los
varios temas que trata, está, cómo no, el enamoramiento. Esa
especie de estado confusional-psicótico que nos coge desprevenidos
de vez en cuando, resultando de todo ello una amalgama de emociones y
pasiones tal, que vivimos como necesidad perentoria estar cerca de
esa persona que nos embriaga.
Ahora
bien, ¿por qué precisamente esa persona? ¿por qué tenemos la
sensación de que el mundo se derrumbaría si desapareciese de
nuestras vidas? ¿por qué de quien menos me conviene?
En
definitiva, sucede que cuando me enamoro de alguien, lo hago por
un conocimiento intuitivo. Lo que me llama la atención de
alguien, curiosamente, es lo que más le diferencia de mí mismo y
por lo tanto, donde más me puede ayudar a solucionar los
conflictos internos que pueda tener en ese momento. Y si por mor
de coincidencias cósmicas, resulta que esa persona que puede
ayudarme, quiere, de hecho, ayudarme, ya tenemos montado el lío.
Todo mi ser reacciona ante el suceso con una amplísima gama de
respuestas de todo tipo y llamamos a los amigos, se nos pone cara de
bobo y anunciamos a bombo y platillo: ¡Me he enamorado!
Qué
maravillosas sensaciones, que momentos más felices, qué forma de
que el mundo desaparezca y no haya más que esa persona en él. Pero
claro, las cosas no siempre son tan fáciles y todos tenemos la
amarga experiencia de ello. Porque una cosa es que mi intuición
me señale el camino a seguir y otra muy distinta que el resto de
componentes de mi psique estén de acuerdo en romper con el statu quo
de la situación y me permita avanzar hacia un desarrollo que en el
mejor de los casos va a suponer una disolución de eso que llamamos
“ego”.
Ah
no!, amigo...Por ahí no paso, dice el diablito rojo en el que se
convierte en este momento cada faceta de nuestra personalidad. No,
porque las cosas están bien como están. No, porque en realidad hay
cosas que no quiero cambiar. No, porque sabemos que cualquier
desarrollo no está exento de cierta dosis de sufrimiento y si algo
nos aterra a los seres humanos, es precisamente el sufrimiento.
Así que nos inventamos mil y una excusas para pasarle la bola a ese
ángel maravilloso que tenemos enfrente y acusarle de toda la basura
que no puedo ver en mí mismo. Y ese mecanismo de poner la pelota en
el tejado del otro, se llama proyección.
Así
que en el otro proyectamos, es decir, “colocamos”, todas las
supuestas maldades que somos, con la mejor intención de que cupido
resuelva, en su vida, todo aquello que no puedo permitirme sanar en
la mía, porque ni siquiera me he permitido mirar en el armario
para ver cómo están las polillas. Que luego resulta que ni son
tales maldades, ni son tantas, pero ese es otro tema, se llama
“sombra” y ya hemos hablado, y seguiremos hablando, de él.
Estábamos
tomando una copa con un ser angelical que viene a resolver de un
plumazo todos los problemas de mi vida. El caso es que la vida no
resulta ser tan sencilla, porque para que yo resuelva un problema no
basta con que me dé cuenta de que exista, lo cual ya es en sí un
gran paso, pero el primero, al fin y al cabo. Para solucionar algo
tengo que solucionarlo, actuarlo, adquirir las herramientas y poner
en práctica todos mis recursos para superar el obstáculo que tengo
enfrente. Obstáculo que, dicho sea de paso, hemos “atraído”
porque en nuestro fuero más interno, sabemos que es la única manera
de ser nosotros mismos. Pero el “ego”, que no se está
quietecito, no hace más que recordarnos que ¡el culpable de todos
los problemas de mi mundo está sentado, delante de mí, tomando una
copa con las alas convertidas en cuernos sulfurosos!! Es de locos,
¿no creéis? (y eso que el 80% de la población se considera sana).
Enamorarse
es una experiencia maravillosa, sí. Absolutamente necesaria,
también. Pero es una medicina envuelta en un caramelo. No quiero
que me acuséis de destruir el romanticismo. Considero que es mucho
más hermoso saber que estoy tomando una copa con un ser de carne y
hueso, que de alguna manera ha sido colocado en mi vida porque tiene
todas las herramientas que necesito para solucionar mis problemas y
porque tiene la intención de prestármelas. Y además, es más que
probable que a mí me suceda lo mismo. Enamorarse es muy fácil,
enfrentarse a las consecuencias del enamoramiento, no tanto, pero al
fin y al cabo, para eso estamos aquí.
La
buena noticia es que no importa cuánto hayamos sufrido por amor, hay
un duende, dentro de nosotros, que cuida de que tengamos las
experiencias oportunas para volvernos a enamorar. Y cuando
miro a la persona de enfrente y la veo no como un ser ultraterrenal,
garante de todas las virtudes celestiales, sino como un ser de carne
y hueso, con sus problemas y sus conflictos, que a pesar de todo,
quiere sentarse a mi lado para ayudarme a ser una mejor persona, no
puedo dejar de mirarla con el más profundo de los respetos, el más
profundo de los agradecimientos, el más profundo deseo de que ella,
o él, también pueda dar lo mejor de sí.
Y
cuando comprendo que lo mejor de mí necesita lo mejor de ti, el
resultado es un “nosotros” único. Con problemas, claro. Pero
sobre todo, con soluciones. Así que te miro a los ojos, pongo esa
cara de bobo, acerco tu mano a la mía sintiendo el calor que
irradian tus dedos mientras se funden con los míos y un pequeño
gesto sirve para que tu sonrisa ilumine el mundo. Una sonrisa que es
también una promesa mutua: “Sí, quiero ser lo mejor que pueda
porque estoy al lado de lo mejor que puedes ser tú. Sí, quiero
compartir este tramo del sendero porque al fin y al cabo, vamos hacia
el mismo sitio. Sí, quiero dejar atrás, para siempre, todos los
conflictos que me hicieron llegar a ti, porque aunque el mundo nunca
será perfecto, a partir de ahora, nos unirán las soluciones a
nuestros problemas”.
Es
una buena promesa, una bonita promesa...¿Me acompañas?
Feliz
y hermosa semana para tod@s
EDU
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