Hace días que tengo en la cabeza una conocida canción que entre sus versos deja caer “…porque el pasado nunca vuelve…”
Todo el que tenga un mínimo de experiencia de vida ya sabe de sobra que esa afirmación es completamente falsa. De hecho, por el contrario, el pasado vuelve a nosotros una y otra vez.
Para empezar, es imposible renunciar a nuestras raíces. Y, si por la causa que sea, has decidido escapar, ya te habrás dado cuenta de que hay algo dentro de ti inamovible. Es lo que algunos sabios griegos decidieron llamar “esencia”. Esa parte de nuestro ser que va con nosotros a donde sea, que cruza las fronteras subida a nuestro yo, como si de un trozo de nuestra propia piel se tratase. Esta especie de razón de ser propia, es lo más profundo que hay en cada uno y tiene que ver con la persona que se es. Es, sobre todo, quién soy y de dónde vengo. Incluso cuando alguien desconoce su procedencia, la esencia te llama con tanta fuerza que te empuja a saber de ti, de tus ancestros.
Podemos escapar del resto del mundo, pero no podemos escapar de nosotros mismos.
Esto me da qué pensar, porque además de un pasado espiritual, tenemos un pasado real que va desde el momento de nuestra creación y hasta hace un segundo, más o menos.
En ese pasado hemos hecho un montón de cosas. Muchas no las recordamos, otras nos gustaría olvidarlas, algunas son intensas y unas pocas nos enorgullecen. Pero la parte peor es que todo el mundo tiene algo escondido en su pasado que hubiese preferido borrar por completo. A veces, es una tontería. Puede que sólo se trate de un momento de ridículo personal sin demasiada importancia. Pero otras veces se trata de algo que nos puede resultar turbio y delicado. No importa de lo que se trate, lo realmente preocupante es que saldrá a flote cuando menos falta haga.
Todo lo que hacemos, todo lo que nos acontece, provoca una huella en nuestro camino y, antes o después, volveremos a pasar por el mismo sitio y la marca del pasado, más o menos profunda, nos recordará los pasos que dimos entonces.
El siguiente pensamiento que todo esto puede provocarme es si no hay nada que podamos hacer para cambiar el curso de los acontecimientos. Si no existe solución, se convierte en imposible la marcha atrás. No hay forma de volver sobre nuestros propios pasos.
Aquí llega otro de los grandes problemas: cuando estás con el agua al cuello y buscas una salida pero esa escapatoria no es real, porque te dirijas a donde te dirijas, nunca terminarás de escapar.
A veces siento que me he empeñado en llevar puesto un traje que me compré dos tallas más pequeño. El día que me lo calcé por primera vez pensé que acabaría por encajarme a la perfección, pero el tiempo pasa y eso no ocurre. Para que me siente bien tomo aire y encojo el estómago. La incomodidad es permanente, pero soy incapaz de renunciar a la idea que en un principio tenía: ese traje algún día se amoldará a mí.
Mientras cada jornada soportamos un traje que nos aprisiona, pensando que en algún momento estará hecho para nosotros, ahí fuera hay cientos de trajes que nos sentarían como un guante, pero que no nos atrevemos a probar.
Si el pasado va a perseguirme, al menos que en el presente me siente bien el traje que llevo puesto. Y, especulando acerca del futuro, quizá ha llegado el momento de dejar de pensar en actuar y, simplemente, actuar.
No huyas de tu esencia. No intentes escapar de lo que ya no tiene sentido. No sigas vistiendo aquella prenda en la que no encajas. No trates de demostrar lo que no sientes. No creas que el pasado nunca vuelve. No huyas para poder ser, libremente, la persona que realmente eres…
CADA.
Completamente de acuerdo contigo, CADA, esta mañana hablaba con un amigo sobre la libertad, quizá no seamos libres verdaderamente hasta que no aprendamos a liberarnos del pasado, del conocido y del olvidado. Muchas gracias por el blog y seguid así.
ResponderEliminarComo dice Jorge Bucay sólo si me siento valioso por ser como soy, puedo aceptarme, puedo ser auténtico, puedo ser verdadero. Mr Bean
ResponderEliminarNos re - conocemos en nuestro pasado. Es narración. Y en el transcurso hay momentos previsibles y reiterados en los que la secuencia de acontecimientos es bastante predecible. Lo que ocurre es algo parecido a esto: no estoy seguro de tener un hogar y veo a otros que parecen estar mejor que yo. Entonces me pregunto cómo puedo llegar donde están ellos. Me empeño en agradar, en tener éxito, en ser reconocido. Cuando fracaso, siento celos y resentimiento. Me vuelvo suspicaz, me pongo a la defensiva y siento pánico al pensar que no conseguiré lo que quiero o que perderé lo que ya tengo. Atrapado en este enredo de deseos y necesidades, ya no sé cuáles son mis motivaciones. Me siento víctima del ambiente y desconfío de lo que hacen o dicen los demás. Paso a estar en guardia, pierdo mi libertad y divido el mundo entre los que están conmigo y los que están contra mí. Me pregunto si realmente le importo a alguien. Me pongo a buscar argumentos que justifiquen mi desconfianza. Y dondequiera que vaya los encuentro, (...) : Y entonces me pregunto si alguna vez alguien me ha querido. El mundo a mi alrededor se vuelve oscuro. Se endurece el corazón. Mi cuerpo se llena de tristeza. No hago pie: la marea es tan alta que la arena del fondo ya no está. (mmm o no... tampoco vamos a discutir.
ResponderEliminarGracias a todos por vuestros comentarios. La libertad es cuestionable y el olvido al pasado más. A veces sólo un clavo es capaz de sacar otro.
ResponderEliminarPero acaso no somos todos un poco como el "Hijo pródigo" en algún momento de nuestra vida?
"¿Por qué iba a dejar el lugar donde puedo escuchar todo lo que necesito oír?"
Quizá, quiero hacerlo porque necesito oír la verdad aunque duela, quizá porque preciso otra vida, quizá no. El miedo es el peor enemigo.
El calor de los lectores y sus comentarios sí es un buen compañero de camino. Feliz semana a todos!
CADA