Si hay algo que ha estado presente en las últimas
semanas en mi vida es el tema del poder. En un mundo donde el poder reside en
las personas sobre las que influyes, parece que nadie se plantea realmente sobre quién tiene el poder de nuestra propia
vida.
Así que para que nadie se llame a malentendidos
voy a decirlo claro al principio y luego me dedicaré a explicarme: El único que tiene poder sobre tu vida eres
tú. Si estás de acuerdo con esto, enhorabuena, te ahorro el trabajo de leer
la entrada de esta semana. Si no lo estás…espero darte algunas razones para que
al menos reflexiones sobre el tema.
Yo creo, sinceramente, que el poder está íntimamente ligado a la libertad y a la responsabilidad.
Así, cuanto más poder, cuanto más influencia tienen tus decisiones y
pensamientos, mayor es la responsabilidad. Aunque últimamente a algunos parece que se les olvida y
consideran que ocupar un cargo determinado es abusar de los derechos asociados
al mismo.
Por otro lado tenemos la cuestión de la libertad. No
hay verdadero poder sin libertad. Y libertad
es tener la posibilidad de elegir. Y nadie es verdaderamente libre si no
tiene poder sobre sí mismo. Así de claro. Así de sencillo.
Pongamos un ejemplo sencillo. Salgo de casa,
saludo a mi vecino en el ascensor porque las normas sociales me dicen que es lo
que correcto, abro la puerta del portal, salgo a la calle y enciendo un
cigarro, me meto en el metro, llego a la oficina. Un cliente enrabietado por un
error que no he cometido me abronca, mi responsable directo hace lo mismo. Discuto
con mi pareja porque al llegar a casa estoy demasiado cansado y enfadado como
para tener un gesto amable. Me voy a la cama sin hambre y sin ganas de dormir,
sólo por el mero hecho de cerrar los ojos y olvidar. Y se me acaba el día.
¿Dónde está la decisión?¿Dónde está la libertad en una serie de acciones que hago porque es lo
que se espera de mí, por adicción a una sustancia, por costumbre, por hábito o
por pura reacción emocional? En ningún sitio.
Todo sería
mucho más sencillo si al hacer cualquier cosa, nos planteáramos por un solo segundo
si eso es lo que quiero hacer o no. Pero andamos tan automatizados por la vida que
ni siquiera nos concedemos ese segundito a nosotros mismos. Y los resultados
son a veces desastrosos.
Por otro lado, están las situaciones en las que considero que el poder de alguna
manera, está en otro. Volviendo a nuestro ejemplo anterior, llegaríamos a
casa quejándonos del día y echando la culpa a unos y otros de lo poco que me
entienden, de lo injustos que son conmigo, de que este trabajo no me llena pero
no tengo más remedio que hacerlo…¡Excusas! Excusas simples y baratas para no
enfrentarnos con la realidad más sencilla de todas, tan sencilla que el gran
Erich Fromm ya nos lo avisó hace muchos años: Tenemos miedo a la libertad.
Los seres humanos somos curiosos, extraordinarios
en nuestra capacidad de desarrollo y adaptación, pero curiosos. Porque en
realidad nuestros miedos básicos no son
tantos, quizá sólo dos o incluso uno, miedo a ser abandonados y miedo a ser
nosotros mismos. O lo que es lo mismo, miedo a caer en cualquiera de los
dos extremos de nuestra condición, ser individuos y a la vez, ser parte de algo
más grande que nos integra.
Así, tememos
por un lado la libertad que supone ser seres individuales y únicos, miedo a
nuestra exclusividad, miedo a sentir que sin nosotros la vida no sería la
misma. Y pataleamos cada vez que alguien o algo nos recuerda que esa
responsabilidad de ofrecer lo que cada uno es no puede ser prestada ni
delegada. La otra cara de la moneda es
el miedo al abandono, al vacío, a la incomprensión, pero eso tiene que ver
con otros temas de los que ya he hablado mucho en otras ocasiones.
Qué fácil
sería todo si descubriéramos de una vez por todas y para siempre que la
libertad es individual. Es decir, pertenece al individuo. Qué fácil si todos tuviéramos
realmente el poder de decidir lo que queremos siempre. Y aunque pudiera parecer
que eso conduciría a la anarquía más radical no hay nada más lejos de la
realidad. Porque decidir lo que uno quiere no es dejarse llevar por sus
impulsos ciegos. Es ser responsable de sus acciones, es decir, caer en la
cuenta de las consecuencias y aceptarlas, afrontarlas. Ser libre es elegir lo mejor para mí y para los demás en cada uno de
los instantes de nuestra vida.
Ser libre es despertarse cada mañana con la alegría
de hacer lo que necesito hacer para mi mayor evolución, por lo tanto no existe
la pereza. Ser libre es trabajar por mí mismo y para los demás, por lo tanto no
existe la depredación ni los movimientos en la sombra. Ser libre es elegir las
relaciones que me hacen crecer, por lo tanto no existen los fracasos ni las
expectativas. Ser libre es sobre todo, ser consciente de mi propia
individualidad, por lo tanto no existiría el odio.
Ser libre es
elegir ser humano en cada ocasión y circunstancia. Es aprovechar cada ocasión y
circunstancia para ser humano, en toda su dimensión y no sólo un primate
quejicoso y caprichoso que no busca más que influir sobre los demás a costa de
lo que sea.
Ser libre es tener el poder absoluto. El poder de
tener ante mí todas las posibilidades. Y cuando
descubro que tengo todas las posibilidades empiezo a crear la vida que
realmente quiero, sin ningún tipo de cortapisas. Ese es el auténtico poder,
el que proviene de uno y llega a uno. Aquel que se domine a sí mismo, en
realidad domina al mundo. Ojalá todos los que dominan el mundo se dominaran a sí
mismos primero, pero claro, entonces, simplemente, no harían falta.
Feliz y libre semana para tod@s
EDU
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