El único plan que no falla es que la vida te sorprenderá.
Muchas veces no importa cuánto nos esmeremos en remar contracorriente. En
ocasiones, es como si una fuerza externa ya hubiese prediseñado algo para ti y
por más que trates de escapar de ello siempre te lo terminas encontrando de
bruces.
A menudo suelo preguntarme por qué
si conozco todas las teorías sigo poniendo en práctica todas las
contradicciones.
La vida se parece a una manada de
delfines. Aparentemente, son esos afables animalitos llenos de inteligencia y
amor. Se ha dicho de ellos que son buenos nadadores, con un oído espectacular,
sociales, colaboradores con su especie e incluso con otras. Se han relatado
algunas de sus hazañas, como haber salvado humanos. Y ni qué decir, acerca de
cómo los viste Hollywood o cuánto hemos mitificado su imagen.
Sin embargo, detrás de esa aparente
amabilidad, hay un animal oculto. Incluso los delfines tienen su lado oscuro.
Para empezar, son carnívoros. Se agrupan para dar caza a bancos de peces
completos, trabajando en equipo con el objetivo de no dejar escapar ni a un
solo pececillo. A estas fiestas gastronómicas invitan a ballenas y tiburones. Y
ni qué decir si recordamos que la temida orca es una especie delfín.
Los delfines, al igual que la vida, muestran su cara amable,
pero tienen un plan B. Ese plan consiste, básicamente, en un freno de mano que
sirve de seguro de supervivencia. Las personas solemos movernos a toda
velocidad y cuesta abajo. Y cuando estamos llegando al final de la rampa, de
pronto, a punto de estrellarnos, recordamos que nos hemos dejado arriba el
paracaídas. ¿Qué viene ahora? Está claro... Bien, pues la vida es ese freno
repentino que permite no estrellarse del todo cuando has sido tan estúpido como
para no ser precavido. Pero hay una pequeña pega. La vida no siempre es
elegante y asertiva en sus formas. Así, se dispone a ponerte la barrera de
salvamento, pero lo hace pegándote dónde más duele, porque necesita asegurarse
de que hayas aprendido bien la lección. Entonces se muestra como la manada de
delfines que rodea a sus presas. Te mira fijamente, te huele, nada en círculos
hacia ti y se apodera de tu temor.
La pregunta es si cesaremos en
nuestro errado empeño a tiempo, para no ralentizar demasiado el sufrimiento.
Suelo sentir disgusto hacia los
delfines, por su malévolo plan oculto. Y, por el contrario, me apiado del lobo
de caperucita, cuyo único error fue querer comerse a una abuela pellejosa
e insulsa en lugar de su calentita sopa recién hecha.
Es decir, no son los objetivos finales los que están mal
diseñados, son los caminos para llegar donde cometemos los mayores errores. El
lobo, que tanto asco nos produce, al fin y al cabo sólo busca su supervivencia.
Su desliz no es querer comer, es el plato elegido lo que le ha puesto a la sociedad en su
contra.
Pero... ¿cuántas veces vamos a
tener que ver al pobre coyote perseguir sin éxito al correcaminos?
¡Caramba! Hay gente que nunca cesa en su obstinación. Valoro su tenacidad y
culpo su incapacidad para aprender. Esa es la ceguera que impide ver lo que ya
no tiene sentido. ¡Todos sabemos que el correcaminos es un payaso! ¿Qué
debería hacer, entonces, el coyote? ¿Abandonar? ¿Buscar otro correcaminos?
¿Hacerse vegetariano? ¿No parar hasta conseguirlo?
Si el esfuerzo es inversamente
proporcional al logro, ya no tiene sentido. En el mundo empresarial se le
recomendaría al coyote buscar aliados.
El coyote necesita encontrar el
ritmo. El lobo necesita encontrar el ritmo. Todos debemos encontrar nuestro
ritmo interior. Esa es la verdadera solución. Es crucial.
Nadie es arrítmico. Lo único que
puede estar sucediendo es que el ritmo que tienes en un determinado momento no
sea acorde a las circunstancias.
Hace quince días tocaba la guitarra
con un amigo y mi ritmo era completamente dispar. Por más que intentaba estar a
la par de mi compañero, no había forma humana. Cuando se pierde el ritmo llega la desolación. Sin
ritmo no hay música y, por ende, cesa el movimiento.
Tan sólo una semana después, de
pronto, mágicamente, tenía el ritmo dentro. Tocaba acompasando melodía y
confiriendo sentido al sonido.
Cuando el ritmo se armoniza hay una
explicación. Aquí también la había...
Un día sientes que alguien necesita
tu ayuda y corres en su auxilio conmovido por una enorme fuerza interior. Es la
voz que te dice “hoy quiero estar ahí por ti”. A veces haces algo por alguien y
descubres que, en realidad, era lo que tú necesitabas. A continuación llegan
los premios. Esa ilusión inesperada que descubres levantando la cabeza y viendo
unos ojos que antes nunca habían estado ahí. Y el ritmo te invade. Ya lo tienes
dentro. Va contigo al caminar, al sonreír, al tocar tu guitarra.
La vida tiró de tu freno de mano
cuando te lanzaste al vacío. Los delfines te rodearon. El temor te invadió.
Pero supiste salir de aquello buscando tu propio ritmo. Cuando menos lo
esperabas, llegó el impulso. Quizá hayas aprendido la lección.
El único plan que no falla es que
la vida te sorprenderá...
CADA
P.D. Dedicado a D, porque su magia
me ayudó a recuperar mi ritmo interior
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