EL JUEGO DE LOS TRONOS VACÍOS

Hay una palabra que se ha puesto de moda en ciertos ámbitos de la sociedad. Hablo de la palabra “empoderamiento”. Más allá de que no me gusten los anglicismos de este tipo, es cierto que se ha hecho un hueco en nuestras sobremesas de telediario y café. Escuchamos hablar del empoderamiento ciudadano, de la necesidad de empoderarse, de cursos de empoderamiento impartidos por gurús de todo tipo y mil ejemplos más que demuestran que esto parece que ha venido para quedarse.

El poder es una cosa muy bonita, al parecer, porque cuando uno tiene poder influye sobre las vidas de los demás. Sin embargo, ¿de qué tipo de poder estamos hablando cuando decimos que es necesario empoderarse? Pues hablamos del poder personal, del poder de gestionarse a sí mismo y sobre todo hablamos de poner en marcha todas las capacidades que uno tiene para enfrentarse a una situación dada.

Empoderarse significa eliminar las barreras que dificultan el acceso a mis propias capacidades, olvidar los “no puedo”, los “no me gusta” o los “no es el momento”. Empoderarse es hacer lo que soy capaz de hacer, con todas sus consecuencias. ¿Cuántas veces hemos dicho “no puedo” en mi vida? Cada “no puedo” es un atentado contra nuestra salud emocional, porque es posible que algunas metas están más lejos, pero hay fuerza para alcanzar algo, siempre. Y cada paso aporta cuando caminamos en la dirección correcta.

El empoderamiento requiere de un buen conocimiento de las capacidades propias, pero también requiere de un compromiso para con uno mismo y con nadie más. Esto que puede sonar a egoísmo, es la mejor manera de ayudar a los demás. Porque si yo me dedico a lo mío con todas mis capacidades y herramientas, dejaré que tú puedas hacer lo mismo. En muchas ocasiones, expresamos con cierta jocosidad acerca de un cotilla que vive la vida de los demás porque la suya no tiene suficientes alicientes. Pues en mayor o menor medida, todos somos “cotillas” del poder. Buscamos el poder fuera, en las posiciones de influencia y no nos damos cuenta de que el poder está dentro. Y andamos por la vida comparándonos, escalando por la escala social a base de pisar cabezas y taponar el acceso a otros sin caer en la cuenta de que cada cual ya tiene su sitio.

Vivimos en un mundo de tronos vacíos, de gerifaltes que no son más que marionetas en manos de otros que ostentan los hilos del comercio, la ley y la justicia. Y en medio de nuestras charlas de bar nos crecemos comentando qué haría si fuera este u otro personaje.

La pregunta no es ¿qué harías si estuvieras en la situación de mengano?, la pregunta, sencillamente es ¿qué vas a hacer con tu vida ahora? ¿Cómo vas a construir lo que sólo tú puedes hacer en la posición en la que te encuentras ahora mismo? Olvídate de querer ser el presidente del gobierno, el rey, el emperador y empecemos por gobernar nuestra propia vida. En definitiva, atrévete a ser tú mismo. Porque hace falta mucho valor para ser uno mismo, sin más y desde luego, sin menos.

El verdadero sentido del poder es el poder personal, el sentido de la capacidad. Cuando estoy en mi centro, empiezo a cambiar los “no puedo” por “voy a”. Y empezamos a hacer cosas porque ya no tenemos a un angelito mental cantándonos al oído las desventajas de ser yo. Nos pasamos el día criticándonos y diciéndonos lo malos que somos.


Imagen de japochan.wordpress.com
En este punto puede que alguien me corte y me diga que no tiene razón, que él o ella no se pasa el día diciéndose que es malo. Sin embargo, con cada pensamiento en el que decimos a mí me gustaría ser tal para hacer cual, o no seré feliz hasta que no consiga ésto o aquello, estamos minando nuestro propio poder personal.

¿Qué quieres? Hazlo. ¿Qué sueñas? Hazlo. ¿Quién eres? Demuéstralo, sólo demuéstralo. La victoria sólo se consigue haciendo, porque no hay victoria sobre nadie. Los avances, los éxitos y los fracasos se miden por la vara individual. No existen las comparaciones, no existen los “mejores” y “peores” porque nadie puede sacar adelante mi trabajo ni yo puedo sacar adelante el trabajo de nadie. Estoy aquí para esto en este momento, no hay más. Estoy aquí para esto. Y el esto puede que no me guste y que lo evite y que permanezca dormido para esperar a que pase la tempestad.

Pero las tempestades de la vida son como esas nubes de los clásicos dibujos animados, que se cebaban con persistente incomodidad sobre un sólo personajes, mientras los demás disfrutaban del sol maravilloso. Las tempestades son tuyas y sólo tú puedes conseguir que salga el sol. Por mucho que corras, por mucho que te escondas, por mucho que intentes quedarte dormido, no hay salida. O rompes las nubes o las nubes van a seguir aguándote la fiesta. Y a ellas les da igual.

La última condición para el empoderamiento es precisamente esa, que a las nubes les da igual y ya podemos gritarles, pegarles, desgañitarnos y mentar a todo su árbol genealógico con aviesas intenciones. Ellas van a estar ahí. Dejando caer rayos, truenos y torrentes sobre nuestras cabezas.

A veces resulta hasta divertido observar cómo nos lanzamos a por los molinos de viento de nuestros problemas y nos enfadamos con el que tengo enfrente sólo porque pone el dedo en la llaga. El otro está ahí para señalarme lo que tengo que hacer, no para fastidiarme la vida. Luego, si yo decido que no quiero hacer lo mío y el otro me lo sigue señalando, es cosa mía, pero dejemos al otro en paz, por favor. Nada es casual. Nada. Así que vamos a empoderarnos de una puñetera vez, dediquémonos cada uno a lo nuestro, para lo que tendremos que saber qué es lo nuestro. Busquemos a quien nos puede ayudar en la tarea y no nos distraigamos con lo difícil, dura o injusta que parezca. Cada cual tiene su papel en la historia y sólo cada cual puede decidir si ocupar su trono o dejarlo inédito mientras va jugando día tras día, vida tras vida, a un infinito juego de las sillas que no puede ganar nunca.

Que tengáis una feliz y empoderada semana


EDU

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