Me acordé de él y lo sentí, porque no
estuve enamorada. Y de ti, que sí lo estuve, nunca reuní el valor suficiente para
decírtelo de corazón. Y ya no sé si es tarde. Ya nunca lo sé. Creo que no,
porque he descubierto que el pasado no existe; y si no existe, aún estamos
viviendo el ayer, que es hoy. Sólo hay presente. Nada más.
Cuando se espera pacientemente, el tiempo
pasa convenientemente. El momento lo es todo. Esperarlo es saborearlo. Y ese
momento siempre es ahora.
Recientemente he hecho un descubrimiento
desgarrador: el pasado no existe. Lo
pronuncio desde mi más firme convicción. Muchas personas estarán de acuerdo
conmigo pues habrán comprobado en sus propias carnes que, por más que lo hayan
intentado, no han conseguido escapar de algo que les hubiese encantado dejar
atrás. Todo vuelve a nosotros como en un ciclo sin fin. Los hechos, los
lugares, las personas, las acciones, la memoria… no hay escapatoria posible. Y
como todo en la vida, existe una parte buena y una mala. En ocasiones queremos
saborear la intensidad de un acontecimiento trayéndolo a nuestro recuerdo una y
otra vez. Pero otras, querríamos dar un carpetazo. Ese borrón y cuenta nueva
sólo se hace efectivo cuando se mira de frente a la situación y se muestra la
suficiente determinación y contundencia.
Hace poco alguien me dijo que hay que
decir lo que se siente directamente y aunque duela. El temor a herir a otros
juega en nuestra propia contra. Y con los ojos puestos en la sensibilidad de
saber hablar al otro con la justa medida mezcla de franqueza y asertividad, hay
una parte de nosotros mismos que no podemos permitir que se vaya pudriendo
lentamente en detrimento de soportarle al otro sus chorradas.
Me dí cuenta de que el pasado no existía
cuando me quise despedir de personas que entran en mi vida sin permiso una y
otra vez; ni siquiera cuando eran las otras personas las que se alejaban de mí,
por motus propio, funcionaba; pues a
éstas me las encontraba por “casualidad” continuamente.
No hay pasado. Hay una rueda que gira y
gira sin parar, sin detenerse a pensar en si estás o no bien sujeto a ella. Le
da lo mismo si te caes y das vueltas como un pelele en su interior; mareado,
abrumado y deseando vomitarlo todo. Le es lo mismo si logras ponerte en pie y
desafiar su movimiento. La rueda de la vida va a girar, estés en la posición
que estés. Más te vale adherirte a su impulso y dejarte embelesar por el aire
fresco que levanta.
El pasado no existe porque si me hubiesen
dicho hace año y medio que tú estarías abrazado a mí en mi sofá a las dos de la
mañana de un sábado, consolando mis lágrimas y llorando conmigo, no lo habría
creído. Porque si me hubiesen dicho hace catorce años que aquel chico guapo que
me cruzaba por los pasillos de la facultad me invitaría a un gin después de un
encuentro absolutamente casual, simplemente no habría podido dar crédito…
Ya te lo dije una vez: se puede dejar de
amar, pero no de querer.
Mientras miraba aquellos ojos que eran
como el mar dije: “¿sabes qué es lo bonito de la vida? Que no sabremos lo que
estaremos contando dentro de un año…”
CADA.
Dedicatoria: A los dos J que están en mi
presente; el primero por lo que nos une, el segundo por lo bonito de la vida
que aún tenemos que contar. A G, por descubrirme el significado de “necesitar”.
A P, por el juego del destino.
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