Hoy
quiero escribir para alguien que no conozco, probablemente
incluso no sepa quién soy yo y es más que seguro que incluso no lea
estas líneas dedicadas a él o ella. Pero hay ocasiones en la
vida en que la física deja paso a la energética y aunque
parezca que me he vuelto un poco más loco de lo que habitualmente
demuestro, quiero que tú, lector desconocido, me des la
oportunidad de justificar estas líneas que airean nuestro conflicto
profundo e irresoluto, para zanjar de una vez la cuestión que
nos mantiene unidos aún sin saberlo.
Todos
somos deudores de algo, aunque no sea más que deber la vida a
nuestros padres y madres. Es curioso como a pesar de que en su
inicio, traer un niño o una niña al mundo puede ser considerado uno
de los actos más incondicionales de los que es capaz el ser humano,
en realidad, esa incondicionalidad no es tanto como parece.
Siempre hay algo que debemos, o creemos deber y de esa manera vamos
actualizando, generación tras generación, deudas que ya ni siquiera
en los registros más arcanos quedan registradas, si no es en los de
nuestra alma.
Curiosamente,
la culpa ha estado presente en estas dos últimas semanas de mi
existencia y a pesar de que la creía desterrada para siempre de mi
actualidad, ha vuelto para hacerse presente una vez más, quizá
para demostrarme que ya no voy a dejar que se instale en mi casa,
ocupando cada rincón, como si de una pelusa rebelde se tratara.
Este,
podríamos decir, es un acto de contrición público y extensivo a
todas aquellas personas a las que considero que debo algo, consciente
o inconscientemente. En primer lugar, por supuesto, lo siento.
Todos nos equivocamos o mejor dicho, todos hacemos lo que podemos
y en muchas ocasiones, ese “poder” no es suficiente y terminamos
por afrontar consecuencias que no habíamos previsto, incluso
aunque esas consecuencias estén muy dilatadas en el tiempo respecto
de sus causas primigenias.
Todos
hacemos lo que podemos, decimos, así que no tiene mucho sentido
buscar culpables porque sencillamente no los hay. Todos buscamos
nuestra felicidad y hacemos las cosas lo mejor que sabemos, aun en
los terribles casos que aparecen en la cabecera de los diarios.
Nunca, nadie, puede juzgarnos. Renunciemos por lo tanto al juicio y
busquemos, más allá de la comprensión “buenista” y farisea un
espacio en el corazón para reconocer que quizá ni somos tan buenos
ni desde luego, somos tan malos. La bondad y la maldad son actos
morales, pero no puede equivocarse quien sigue los dictados de su
propio corazón, porque sólo cada cual sabe las lecciones que debe
aprender.
Lo
siento decía, por todo lo que hayas podido sufrir, sé que en parte,
en una pequeña parte quizá, soy responsable, que no culpable, de
ese sufrimiento. Acepto las consecuencias de mis actos, con la
esperanza de que aceptarás las consecuencias de los tuyos y ambos
seamos más conscientes de nuestra propia eternidad.
Imagen de sincrodestino2012.ning.com
Te
perdono, porque todos hemos hecho daño alguna vez y sin duda, en una
pequeña parte, algunas de las cosas por las que sufro tienen que ver
con tus decisiones y conductas. Pero, ¿qué importancia tiene
cualquier acto que hayas podido cometer contra mí si al fin y al
cabo todos hacemos lo que podemos? Si algo bueno tiene pedir
perdón es que te hace mucho más generoso a la hora de repartirlo.
Ya sé que en el fondo de tu corazón no te cabía más odio ni más
rencor, pero por procesos que los dos hemos puesto en marcha, hemos
llegado a este punto de aparente callejón sin salida. Vete en paz.
Nada te debo. Como me gusta decir en cualquier foro que ha lugar, lo
bueno de saberme tan herido como tú es que podemos compartir
nuestras heridas sin rencores ni sufrimiento.
Gracias,
desde lo más profundo del corazón, gracias. Hace tiempo que
comencé a vislumbrar que situarme en el lado de la victimización no
me llevaba a ningún sitio que mereciera realmente la pena. Gracias
porque cualquier relación que haya podido tener contigo no ha sido
más que el examen de la asignatura que yo mismo tengo que aprobar.
Cualquier experiencia en la vida no es más que una forma de seguir
adelante, de curar y sanarse, de cuidarse y amarse cada vez con mayor
autenticidad.
Hablaba
el otro día, no sé si lo leíste, de la importancia de “ver en
bloque”. Por si no quedó lo suficientemente claro, repetiré que
ver los procesos en conjunto nos aporta una visión distinta, una
visión donde no existen ni víctimas ni verdugos, sino sólo
procesos y relaciones entre personas que al fin y al cabo y aunque no
lo entendamos, sólo puede generar mayor conocimiento y comprensión
de todos los implicados. Puede que las lecciones de la vida a veces
vayan envueltas en curiosos paquetes, pero al menos si miramos más
allá del envoltorio, siempre encontramos un tesoro. Gracias, anónimo
pasajero de mi vida, por ese tesoro escondido en el fondo de nuestra
relación.
Y
por último, aunque no menos importante: Te amo. Es curioso como
sólo reservamos este “te amo” para relaciones románticas con
tintes de compromiso. Sé que no está de moda, que sería mucho más
aceptable utilizar cualquier eufemismo, pero no se me ocurren
pseudónimos para el amor y hoy al menos, no tengo ánimos para
bucear por la sinonimia. Te amo, con toda la intensidad de que soy
capaz, porque reconozco que el amor es sólo y exclusivamente una
cosa mía. No que sea el único que pueda amar, no me entiendas
mal, sino que sobre mi amor sólo mando yo. El amor no es una
cuestión de si el de enfrente me gusta o no me gusta. Amar,
ciertamente, no es una cuestión de gustos. El gusto habla de juicios
y el amor es exactamente lo contrario de juzgar. No sé si me gustas
o no, pero sí sé que eres el destinatario de un amor que nace de
mí.
¿No
es absurdo pensar en distribuir el amor? Como si el sol decidiese a
quien calentar o no, como si no existieran los cardos al lado de las
margaritas. En fin, curiosidades de este mundo polarizado que nos ha
tocado experimentar y puede que modificar, con un poco de suerte y
algo de compromiso. El amor no puede etiquetarse, así que voy a
decir “te amo” con toda la fuerza de mis pulmones, aunque me
tilden de ñoño o de cosas peores. Bendito amor si nos toca y nos
hace un poco menos rígidos, aunque no haya un destinatario
particular para recibirlo.
Querido/a
amigo/a desconocido/a, tú sabes quién eres, así que espero que
hayas disfrutado de la lectura de este reconocimiento y consideres
que las deudas que tenemos pendientes hayan quedado saldadas,
para que todas las bendiciones que están esperándonos a ambos,
pueden materializarse en nuestra vida. Yo, por mi parte, me despido
aquí. Que puedas despedirte de mí también con el adagio del
Hoponopono: Lo siento. Te perdono. Gracias. Te amo.
Con
amor para tod@s
EDU
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