¿Cuántas
veces nos sorprendemos o enfadamos con las circunstancias que nos
rodean? ¿De dónde viene ese enfado que en muchas ocasiones nos hace
dar puñetazos en la mesa y nos amarga hasta el más dulce de los
desayunos? De la falta de sentido, de la falta de encontrar un punto
de anclaje que nos muestre que aunque no lo entendamos, lo que nos
está sucediendo es lo mejor para nosotros o incluso, es justo lo
que necesitamos para generar las mejores circunstancias de nuestra
vida.
Al
comienzo del campeonato mundial de fútbol, que ya anda por sus
últimos coletazos, los comentaristas decían que volviéramos a
hacer lo mismo que hace cuatro años, estar con las mismas personas,
en los mismos lugares...A mí sinceramente me daba la risa, porque mi
vida tiene tan poco que ver con la de hace cuatro años que casi me
sentí culpable de que el resultado final se haya parecido tan poco a
aquel julio en el que España se proclamó campeona.
Este
hecho me dio por pensar en el valor de las circunstancias que nos
rodean. Y después de algunos sucesos que han ido acaeciendo en mi
vida durante el último mes, no puedo menos que volver a recordarme a
mí mismo, y de paso a todos vosotros, que el paso por esta vida
es un continuo de momentos en los que hay que decidir si quiero
seguir en la infelicidad o si quiero ser feliz sin condiciones.
Sé
que es un tema antiguo y también entiendo que muchos de mis
conocidos están atravesando momentos tan duros que parece
imposible ser feliz en esas circunstancias, sobre todo aquellas que
tienen que ver con la pérdida. Pero las circunstancias no son
las responsables de nuestros estados de ánimo. Ya sabéis que para
mí, el trabajo terapéutico es una especie de termómetro de mi
propio inconsciente y me da la sensación, a juzgar por las últimas
visitas que he tenido en la consulta, que este es un trabajo que
tengo que seguir realizando: decidirme sin condiciones a ser feliz de
una vez por todas.
Claro
que una cosa es pensarlo y otra vivir en toda su magnitud esa
decisión. Para ser feliz hay que empezar por desear la felicidad
de los seres que conviven contigo y los seres que conviven
contigo son tantos tropecientos millones que hay que poner un cuidado
especial para no desear el mal a nadie. Sobre todo cuando esos
“otros” se empeñan en sacar lo peor de ti a través de conductas
y situaciones que hubiéramos preferido no tener que vivir.
Desear
la felicidad al que está enfrente es algo ciertamente fácil cuando
el de enfrente nos demuestra su amor, comprensión y amabilidad. Pero
a la hora de enfrentarnos a los problemas la cosa se tuerce un
poquito más. Es mucho más fácil culpar al otro de ser un tal o
un cual, que de revisar qué aspectos de mí son los que hacen que el
otro se comporte de tal o cual manera.
En
estos días me he dado cuenta de una cosa que creo que es
importante, aunque aún no esté seguro de para qué: la intención
propia no siempre se corresponde con las emociones ajenas, es
decir, que yo puedo hacer algo con una determinada intención y sin
embargo, el otro considera que lo hago con una muy distinta. Pero mi
intención, que es la que verdaderamente importa, no debería estar
regida por las emociones de los demás. Esta conclusión es
importante, porque estar en el centro de mi propia vida también
es tener la mejor intención aunque el otro no lo entienda y esto es
algo que no siempre he tenido tan claro en mi vida.
Imagen de www.melodijeron.com.mx
Muchas
veces actuamos para agradar, para dar una imagen, para que otro se
sienta bien y nos olvidamos de la intención que ponemos en
nuestros actos porque el otro no se siente o no reacciona como
esperábamos. Cuando esto sucede, habitualmente nos enfadamos y
tratamos de mantenernos en nuestro sitio. Yo os propongo una especie
de locura colectiva. Si mi intención no ha tenido el efecto
esperado, probablemente es que no he reconocido la intención
verdadera de mis acciones. Así que antes de enfadarme voy a
hacer un ejercicio de sinceridad absoluta conmigo mismo a ver qué es
lo que quería conseguir realmente, donde tenía puesta, de verdad,
mi intención.
Y
una vez descubierto esto, voy a poner la intención realmente en
la felicidad del otro, en hacer que su encuentro conmigo, sea estable
o absolutamente esporádico, haga crecer la felicidad en su vida.
Sin dejarme llevar por otro tipo de pensamientos y aunque parezca
algo forzado en un principio. ¿Qué es lo mejor para ti ahora? ¿Qué
hay en mí que pueda ayudarte en ese sentido? Si el encuentro se ha
producido no es casualidad, hay algo en ti que puedes aportar para
que la situación sea más feliz, para que en tu vida y en la de los
otros que comparten tus circunstancias, haya un poco más de sentido.
Ese
poner la intención en la felicidad del otro no significa a costa de
la mía, ya sabéis que soy enemigo de los martirios, entre otras
cosas porque los mártires, emocionalmente hablando, no suelen desear
la felicidad de nadie, sino el sufrimiento para todos, incluídos
ellos mismos. No, la intención de felicidad ajena, cuando es
genuina, supone la manifestación de la mejor versión de mí mismo y
eso, indefectiblemente, conduce a la felicidad propia. Si para hacer
feliz a otro, me tengo que traicionar o ser algo que no quiero ser,
es que la intención no está bien puesta. Si para hacer feliz a otro
siento que tengo que dejar de ser realmente yo es que se están
aprovechando de mí.
Es
cierto que la línea entre la felicidad y la estupidez es muy
delgada, tanto que a veces se confunden, pero aquí no existen
consejos, el único secreto consiste en ir probando y a ver qué
pasa, a ver qué sucede en ti. Alguno refutará que ya se cansó
de hacer el tonto y que por lo tanto ahora “va a su bola”. Si es
tu caso, no te culpo. Pero mi propuesta es algo distinta. ¿Por qué
no empezamos a considerar que quizá mi intención no era tan limpia
como parecía? Vivamos el desprendimiento de los resultados. Quiero
ser amable contigo porque sí, quiero ser divertido contigo porque
sí, quiero ser simpático contigo porque sí, quiero ayudarte en
esta tarea simplemente porque a mí se me da bien, quiero acompañarte
en tu camino porque sí, en definitiva quiero ser yo en toda la
amplitud del término.
Qué
pena que consideremos que somos seres insignificantes, el día que
dejemos las mamarrachadas y las pequeñeces a un lado, el día que
nos dediquemos realmente a decidir ser quienes somos para hacer más
feliz, porque sí, a todos los que nos rodean, descubriremos que
hemos llegado realmente al paraíso. Ese día, desaparecerán las
bombas. Estoy seguro que en Gaza nos agradecerán que lo intentemos,
porque hoy puede ser ese día.
Ojalá
esta lectura os ayude a poner un poquito más de intención de
felicidad en vuestra vida.
Os
quiero
EDU
PD.-
Dedicado a J, que lleva un año enseñándome que la felicidad pasa
por la verdadera intención. Millones de gracias.
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