Continuando
con la saga de Pecados Capitales, hoy hablaremos de la Pereza. En
estas fechas estivales y con este calor, lo que más apetece es
tirarse bajo un árbol, sobre una tumbona y con un
margarita
en la mano.
Os
habéis fijado que la palabra pereza
se parece mucho a la palabra apetecer?
La
pereza, según la RAE, es flojedad, descuido o tardanza en las
acciones o movimientos.
Sin
embargo, la pereza como tal, es un pecado al que tendemos a darle
muchas justificaciones. De hecho, cuando estamos flojos, descuidados
y lentos nos premiamos con unas vacaciones.
Cuánto
aguante tiene el cuerpo humano y por qué? Es necesario eso que
llamamos “desconectar”? Sabemos, de verdad, realizar esa
desconexión?
En
mi experiencia personal, cuando se mantiene una actividad intensa
durante un tiempo prolongado y sostenido, el cuerpo es como una goma
elástica que lo soporta todo. El problema viene cuando se para y la
actividad cesa repentinamente, Entonces, comienzan los achaques que,
son pequeñas llamadas de atención de nuestro organismo para
recordarnos que debemos cuidarle.
En
una ocasión decidí dar ese premio a mi propio bienestar y
desaparecí, literalmente, durante cuatro días. Poco tiempo, pero el
suficiente para un
cara a cara
conmigo misma. El primer reto fue desprenderme completamente del
móvil, las tarifas de datos y cualquier otra conexión con el “mundo
civilizado”. Al principio, tenía el síndrome de abstinencia
propio de haber tenido demasiado tiempo al móvil como una
prolongación de mi mano; sin embargo, poco a poco fui viviendo una
especie de purificación que me dejó como nueva.
Pero,
independientemente de conectarnos y desconectarnos como máquinas,
nuestra sociedad ha tendido, hasta lo insaciable, a provocar que el
hecho de descansar cuatro días tenga que tener justificación y, aún
más, deba justificarse a personas concretas.
La
pereza es el pecado de tener que justificar a otro lo que hago con mi
cuerpo y mente, cuando me da la gana y donde más me apetece.
Y
da igual que el resto del tiempo hayas trabajado 15 horas diarias y
lleves dos años sin vacaciones. Si desapareces cuatro días, alguien
se creerá con derecho a criticar tu decisión.
El
problema no son los cuatro días. El problema es que tú mismo has
vivido siempre justificando demasiado a todos. Olvidándote de que tú
eliges siempre y, por tanto, debes aprender a tomar esa decisión
sonriéndote a ti mismo y eliminando totalmente los comentarios
ajenos vengan de quien vengan.
La
pereza es el pecado de sentirse mal por merecer algo.
Pero
la pereza también existe en términos generales. Llevada al extremo
es el clásico al que todos conocemos y que no hace nada con su vida.
Y nada, es nada. Excepto vivir a la sopa
boba
de otros. Es el prototipo ni-ni
(ni estudia – ni trabaja).
Como
ese tipo de personas me dan una rabia inmensa, porque hasta pienso
que no son merecedoras de haber ganado un pase por la vida, tiendo a
pensar que la culpa no es sólo de ellas, sino también de todos los
que les consienten semejante despropósito.
La
pereza es pues, el pecado de los que permiten que existan perezosos.
Pero
de perezosos está el mundo tan lleno, que todos nosotros lo somos
cada día un montón de veces. Lo somos cuando estamos sentados en la
terraza de un bar y le indicamos a nuestro acompañante que vaya a
pedir dentro por nosotros. Lo somos cuando se nos cae algo al suelo y
lo señalamos para que otro lo levante. Lo somos cuando resoplamos
porque el ascensor se ha estropeado y vamos al primero...
Yo,
además, reconozco que tengo una serie de tareas inevitables y que me
aburren sobremanera. De esas que siempre te dices a ti mismo que
cuando seas rico te hará otro, como hacer la cama o quitar el
lavaplatos; pero también, y mucho peor, tareas que nadie puede hacer
por ti y a las que le buscarías una solución. Por ejemplo, yo
detesto cortarme las uñas y, para colmo, he de hacerlo dos o tres
veces todas las semanas. Me lleva muchísimo tiempo porque soy una
Friki que se piensa que siempre queda algún pico sin limar… Me
pregunto millones de veces por qué tienen que crecernos y por qué
no se inventa algo ya para tenerlas siempre cortas.
Recordando
el principio de este post donde se asimilaban las palabras pereza
y apetecer
y, sabiendo que “apetecer” es tener ganas de algo, es curioso
cómo desear hacer lo que sea es tan contradictorio de no mover ni un
dedo por hacerlo.
Pensando,
profundamente, en cómo de llena está nuestra existencia de
obligaciones que debemos satisfacer nos gusten o no, empiezo a
cuestionarme cuánto del paseo que damos por la vida es realmente
placentero y si no podríamos intentar plantearnos que todo lo que NO
obliga, debería ser, sin duda, apetecible…
CADA.
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