Gula: Exceso en la comida o
bebida, y apetito desordenado de comer y beber (RAE, 2014).
Siguiendo esta definición casi podemos concluir que la Gula es “el
pecado de las fiestas”.
España, país de gran tradición gastronómica, es sin duda un auténtico
promotor de la gula. Es
más, aquí la comida va un paso por delante. Hay una auténtica cultura de comer
bien y de desarrollar el gusto por la comida como un placer casi prohibitivo.
El sitio cumbre donde la gula alcanza su máxima expresión es en las
bodas; celebración en la que todos hemos experimentado la consabida frase: “ya
no me cabe ni un bocado más, pero esto está delicioso”.
Pensado en frío, hasta produce lástima. El contraste de los que pueden
padecer de gula con aquellos que se conformarían con las migas…
Pero como ya es costumbre en mí, no voy a hablar del alimento como
algo físico, porque la gula, bien entendida, es un apetito desordenado de
comer, aunque éste no tiene por qué referirse sólo a comida.
La gula es la voracidad con todas sus letras.
Y, como siempre, el debate está en si esa voracidad es realmente
pecado.
Consumir hasta la saciedad es parte inherente a la economía moderna.
Consumimos comida, bebida, ropa, objetos de uso personal, objetos de lujo, etc.
Y cuanto más acumulamos, más deseamos.
Sin embargo, también consumimos para cubrir una serie de necesidades
afectivas. Por ejemplo, consumimos amor. Y éste también es consumido con
grandes dosis de gula.
En el amor, como si de otro cualquier alimento se tratara, nunca
parecemos estar saciados. Da igual cuánto nos quieran y cuántas demostraciones
de cariño obtengamos, siempre querremos más.
“Ya sé que me quieres; pero necesito oírlo”. Ésta es la auténtica expresión
de la gula del amor.
Necesitarse amado es necesitar el calor, apoyo y confort que nos
produce saber que somos buenos en algo y por eso otro nos recompensa. Algo tan
lógico como humano no puede ser llamado pecado.
Como siempre, el pecado está en el abuso de los que se creen en
derecho de convertir la gula en algo exacerbado que escapa a todo control. Es
el obsesivo compulsivo que te llama a todas horas demandando.
Cuando tu rutina se infortuna continuamente porque tu pareja mandas
mensajes de “dame más” y empiezas a ahogarte en el sentimiento de estar siendo devorado,
la gula ha sobrepasado los límites del simple alimento y se ha convertido en
desorden alimenticio.
La bulimia también existe en el amor. El bulímico amoroso demanda
permanentemente y cuando se arrepiente de exigir tanto al resto, se enfada,
esconde, encierra y aparta.
La gula no es un pecado; es una enfermedad.
Pero como a un gran
amigo le escuché decir: piensa cómo vives
o acabarás viviendo como piensas…
CADA.
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