¿Cuántas veces, a lo largo de nuestra vida, corremos riesgos innecesarios?
La estupidez humana no tiene límites. Nos ponemos en peligro constantemente sabiendo que el riesgo es inmenso y crédulos de ser invencibles. “A mi nunca va a pasarme nada.”
Todo el mundo sabe que no debes subirte a una silla de ruedas giratoria para tratar de alcanzar algo que hay sobre una estantería. El clásico caso es ese en el que tienes ahí mismo la silla, delante de ti, tentándote y por no ir hasta la cocina a por una banqueta piensas: “total es un segundo de nada”. ¡Vamos! ¡¡Ni que para ir a la cocina hubiese que coger el autobús!!
Por lo que se ve, subirnos a sitios para alcanzar cosas es una de las situaciones de riesgo preferidas por la humanidad. Además de la silla de ruedas giratoria está el que se sube al borde de la bañera para colgar las cortinas y, para colmo, está desnudo y con los pies mojados. Luego tenemos al que escala en el respaldo de una silla o al que es más precavido pero no teme a la muerte y, entonces, se sube cautelosamente a una escalera para cambiar una bombilla. Eso sí, la lámpara está junto a una ventana, vive en un noveno y no baja la persiana…
La verdad es que no sé si somos vagos, poco listos o nos encanta el subidón de adrenalina… Es un auténtico misterio por desvelar el hecho de saber que algo es tan estúpido y arriesgado y, sin embargo, no podemos evitarlo.
Existen muchas otras situaciones de riesgo típicas. Otro claro ejemplo tiene que ver con la electricidad. Es bien sabido la cantidad de accidentes caseros que ha provocado el dichoso arbolito de Navidad. Y todo se debe, nuevamente, a un ataque mezcla de valentía y pereza. Por un lado, por no ir a cortar la luz antes de empalmar cables y, por otro, porque para pelar dos cables yo no necesito cortar nada. Y claro está, ocurren las desgracias y acaba uno parpadeando a la vez que las lucecitas; eso sí, a ritmo de fun-fun-fun.
Evidentemente, tampoco voy a cortar la luz para cambiar una lámpara de techo. No hay mayor emoción en la vida que los voltios atravesando tu cuerpo y poniéndote los pelos como escarpias.
Todas estas cuestiones, simplemente, aludiendo a accidentes típicos que, según puede observarse, nos apetece tener. Pero a partir de aquí, puede hacerse un completo análisis detallado de cientos de miles de situaciones en la que hemos actuado como auténticos estúpidos.
No conozco a nadie que no sea capaz de contar aquel instante en la que salvó su vida por los pelos y tras haberla puesto en situación de máximo riesgo. Aquella vez que hizo un adelantamiento indebido, cuando se sentó en un tejado porque las vistas eran asombrosas, el día que bebió más de lo que cabe en un cubo de fregar, la tarde que rodó calle abajo por coger carrerilla subido a un carro de la compra, el momento en el que desafió a su mejor amigo a columpiarse más fuerte que nadie hasta que el columpio diese la vuelta, etc.
No puedo, ni siquiera, intentar que mis lectores hagan un llamamiento a su sensatez y dejen de experimentar el riesgo innecesario. No puedo insistir en que la vida podría experimentarse en ausencia de peligros. No puedo convencer a nadie, ni a mi misma, de que el hecho de cometer osadías deje de ser inherente a la condición humana.
Así pues, estar vivo cada día y, más aún, teniendo en cuenta la cantidad de empeño que ponemos en desafiar las leyes de la física, no deja de ser un milagro…
CADA.
Jajajaj yo creo que me estoy haciendo mayor y cada día pienso más las cosas... pero vamos que el uyuyuyuyuyiiiiiiiiii sale de mi boca más de lo que debo... está clarísimo... eso si, soy un cabeza de familia responsable!!!
ResponderEliminarjajajaja mañana cruzo la calle mirando que ya soy mayorcito!!!
Claro! Sólo nos faltaba perder adeptos...
ResponderEliminarAbrazos,
CADA.