Eres más
apasionada que reflexiva.
Ésta es la afirmación tajante que cayó
sobre mi con todo su peso, pronunciada por una persona a la que amo
profundamente.
Sin duda, su intención era apoyarme y
ahondar en la idea de que con el suficiente tiempo y el cúmulo adecuado de
experiencias, las personas aprendemos lecciones. Y esos aprendizajes nos ayudan
a reflexionar más y a hacer las cosas mejor cada día, incluso para el propio
beneficio. Fue el cachete medio cariñoso medio sincero que se le da a un niño
para que empiece a tomar consideración.
Lo peor de todo es que es verdad.
Pero lo que me ha traído pensativa
durante días no era la sentencia en sí. Lo que me preocupa es si,
verdaderamente, es importante que relaje mi pasión en detrimento de pensármelo
todo dos veces.
Ciertamente ganaría en llevarme menos
disgustos, pero también perdería frescura. Esa que pongo sobre la mesa sin más
y que noto en el brillo de los ojos cuando el otro me mira. Esa brizna
divertida que enamora al más pintado.
Sin ir más lejos, anoche mismo, comentaba
con un amigo cómo la vida me había dado un buen revolcón meses atrás. Él, en
respuesta, sostenía cuán bueno era aprender a reflexionar. La importancia de
ser cerebral ante todo, aunque costase un mundo, porque de esa manera se
apaciguaba el dolor; se podía ver con perspectiva.
Imaginemos por un momento que
racionalizamos el amor. Esta idea supondría como poco un ahorro energético
tremendo. Más que nada porque la pregunta relacionada con esto es ¿por qué
cuando estoy enamorado sufro? Básicamente tiene que ver con cometer un millón
de errores que si estuviesen racionalizados no existirían y, por tanto, se
ahorrarían muchas energías inútiles.
Por ejemplo, uno de los errores que
provocan los sentimientos profundos es querer estar continuamente con la
persona que se ama. ¡Pero tenemos que trabajar! ¡Tenemos que atender obligaciones!
¡Y a la familia! ¡Y a los amigos! Así que como no puedo besarte constantemente,
pues tengo el agujero ese en el estómago que me dice que te echo de menos
cuando no estás.
La historia de la reflexión es que
racionalizando el asunto, el agujero estúpido desaparecerá. Pero ahora bien, ¿acaso
no es maravillosa la sensación? ¿No es idiota, pero bonito, echar a alguien de
menos? ¿Cuánto va a durar esa impresión? ¿No desearé volver a tenerla cuando se
pierda con el tiempo?
A veces creo que si se pierde es porque
hay que empezar de nuevo.
El amor es para el corazón como el vino
para el alcohólico. Sin embargo, una vez desintoxicado, con el tiempo, a base
de no abrir la botella, cada vez hay menos necesidad. Aunque ambos sepamos que,
en el fondo, las ganas siguen quedando.
(Imagen de: http://rinconcercano.blogspot.com.es/2010/11/escalando.html)
Hace ya mucho, un amigo mío me convenció
diciendo: “las circunstancias son las que son”. Lo que sucede es que, como
ambos seguramente hemos descubierto, los sentimientos también son los que son.
Y, a veces, ni siquiera es cuestión de tiempo. Porque éste, para muchas
personas, se detiene inmóvil y por más años que pasen todo parecerá seguir
igual que antaño.
Se le puede decir al cerebro lo que tiene
que hacer y tomar siempre decisiones razonables que sean lo más conveniente;
pero… ¿quién manda sobre el corazón? Yo nunca he sabido controlarlo. Tampoco me
importa. La vida sin amor no vale nada. No creo que haya nada mejor ni ninguna
otra razón de ser. Lo siento, pero yo no le voy a decir más veces a mi corazón
que se calle, ni a mi cerebro que le mande callar.
Hace poco mi gran amigo Edu, compañero
bloggero, decía en un post que “el amor
es una cuestión de todos y de nadas”. Su teoría hace plantearse que no se puede
querer poco, ni tampoco mucho. Se quiere o no se quiere. Por tanto, las
relaciones de amor – odio no existen. Y, en mi experiencia, en realidad en esas
situaciones lo que hay es puro amor. Porque cuando se ha querido no puede
dejarse de querer. Por eso todo resulta molesto en el otro; porque no podemos
abandonar a quien amamos ni soportar su pérdida. Y como no sabemos manejar la
distancia nos enfrentamos a la otra persona; nos llenamos de rabia cuando nos
ignora. Nos sentimos el último grano de arena cuando recordamos lo que tuvimos,
lo que nos dio, lo que le dimos…
Y en lugar de sonreír ante el recuerdo
imborrable, sufrimos. Sufrimos porque creemos erróneamente que querer es poder.
Que por haber amado tenemos la posibilidad de mantener, de conseguir, de seguir
poseyendo. Cuando es, precisamente, lo contrario. Querer algo no justifica
conseguirlo. Poder hacerlo nos enseña a amarlo. Por eso el verdadero poder
estar en querer.
Desde el momento en que tú te enamoraste
de ella y, poco a poco, ella de ti y, además, ambos descubristeis esa situación
el uno en el otro, aunque no quisierais verlo, todo había cambiado...
CADA.
P.D.: Dedicado a J, que ha inspirado con
su sentencia este post y a quién no sé cómo le pagaré algún día todo lo que ha
hecho (y sigue haciendo) por mi; pero con tiempo encontraré la forma…
Que te citen siempre es un placer, pero que te cite una gran amiga, escritora y compañera es un lujo y un regalo. Gracias de nuevo por tus reflexiones y por esa forma de contar, íntima, personal...Vamos a tener que invitar a J a una cerveza, para que inspire entradas tan maravillosas como ésta. Un besazo. EDU
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