Puede
que el título de hoy sorprenda a más de uno, puesto que parece que la psicología se llena la boca (y los bolsillos)
enseñándonos a ser buenos padres, con la esperanza de que siendo buenos
padres, tendremos una vida mejor.
¿Por
qué tanto énfasis en las bondades de la paternidad? Pues porque nadie nos
enseña a ser hijos, mención aparte de algunas nobles excepciones. Freud hizo
muchas cosas buenas por la sociedad, pero quizá
uno de los errores más grandes que cometió fue poner el acento de la relación
paterno-filial en la primera parte de la ecuación, dando por sentado que la
educación y la tradición enseñarían a los hijos a serlo.
El
orgullo paternal se manifiesta en eso que se ha dado en llamar “buenos chicos”
y entonces parece que nuestro trabajo ha terminado, dotando a la sociedad de
una nueva prole más evolucionada que la anterior. Y si no es así, tiene usted muchas terapias donde elegir
para poder convertirse en ese padre o esa madre que sus propios progenitores
nunca pudieron ser, a pesar de todas las circunstancias adversas que se le
hayan puesto en el camino.
Yo
propongo un trabajo algo distinto: dice Hellinger, a la sazón el fundador de
las constelaciones familiares, que ser
buen padre significa estar orgulloso de los hijos y ser buen hijo significa
estar agradecido a los padres. Pero curiosamente, con tanto énfasis en que
los nenes sufran los menores traumatismos posibles y con la necesaria y justa
protección a la infancia, nadie nos
cuenta nunca qué podemos hacer para ser agradecidos con esos padres a los que
nunca les enseñaron a estar orgullosos de sus hijos. Parece como si la ira
divina recayera en la paternidad por los siglos de los siglos y así, una brecha
intergeneracional se convierte en una sima infranqueable.
Porque
no es fácil ser hijo y alguien nos debería enseñar a serlo. Precisamente porque
no es fácil ser padres y por más libros
de autoayuda que nos echemos entre frente y occipucio, nunca seremos perfectos.
Al menos esto encierra un consuelo evidente, podemos relajarnos para no buscar
la matrícula en una asignatura donde un notable ya es un éxito más que
importante.
El
problema fundamental es que ser buen hijo no tiene nada que ver con las normas
morales. El famoso súper-ego freudiano,
esa especie de pepito grillo que nos indica qué es lo que tenemos que hacer,
cuándo y en qué medida, no es más que una trampa para seguir logrando engendros
computacionales que perpetúen la paternocracia. Y no estoy defendiendo la
regresiva visión “nueva era” de que para ser felices hay que ser niños. Dejen
ustedes la casa en manos de sus niños de cinco años durante media hora y verán
si no tengo razón. Ahora, tendemos a
confundir tanto filiación con infancia, que no podemos reconocer que los hijos
siguen siendo hijos mucho más allá de la adolescencia y que al igual que
para cada etapa del desarrollo, la filiación de adulto a adulto no se resuelve
con un insecto metomentodo inserto en el ADN emocional.
Imagen de lacomunidad.elpais.com
Porque
si hay un miedo que paraliza a cualquier padre es ser peor que sus hijos
(aunque ningún padre os reconocerá esto, no hagáis la prueba)y resulta que para
ser mejor que tus padres, que al fin y al cabo es el auténtico objetivo de ser
hijo (por aquello de la mejora de la especie), es necesario hacer un máster en
salvaguarda y defensa de chantajes emocionales varios.
Así
que por un lado, a los hijos les
exigimos cumplir con nuestras expectativas paternales y por otro lado, le
decimos a su inconsciente que más vale que no se les ocurra cumplirlas (hay
que reconocer que el súper-ego es un invento cultural de primera línea,
perversamente eficaz). Con semejante panorama, no es extraño que todos andemos
por nuestra vida neuróticos perdidos.
Por
lo tanto, yo aconsejo lo siguiente: “Gracias
papá, gracias mamá…pero voy a seguir siendo yo” Y ese es el mayor orgullo
paternal que existe, que mi hijo sea un “alguien” en vez de una copia
necesariamente imperfecta de un “otro” (aunque ese otro sea yo mismo) Y esa es
la dificultad de ser hijo, ser agradecido con lo que nos dieron, porque al fin
y al cabo se trata de la vida, sin un padre ningún hijo existiría y eso es
digno de agradecimiento, por más dura que nos resulte la misma.
Pero
tener una vida significa vivirla, sin
complejos, sin dudas, sin absurdas culpabilidades y sobre todo con la plena
consciencia de que cualquier error que cometieran nuestros padres no es más que
un avance respecto a nuestros abuelos, que a su vez era un avance respecto
a nuestros bisabuelos, que a su vez…Y aquí estamos hoy, leyendo en un cacharro
de metal estas líneas gracias a que algún hijo decidió ser buen hijo y ser
mejor que sus padres aprovechando todo lo mejor de la herencia ancestral
recibida…
Tenemos
la oportunidad de agradecer y perdonar cualquier error, no es fácil, no es fácil
nacer para ser distinto. No es fácil reconocer que esos tres kilos y pico de
ternura se convierten en tres millones de deseos de independencia. No es fácil
decir gracias y adiós. No es fácil y como padres volveremos a caer en mil
quinientos errores, pero al menos, esperemos
poder enseñar a nuestros hijos a ser buenos hijos, precisamente porque decidan
no ser los hijos que habíamos esperado que fueran.
Feliz
semana para tod@s: ascendentes y descendientes
EDU
PD.-
Con cariño y agradecimiento a mis padres, precisamente porque muchas veces no
nos entendemos. Eso significa que ambos lo estamos haciendo bien.
Querido compañero,
ResponderEliminarÉsta es una entrada muy valiente, sobre todo por no ser un tema recurrente. Desde luego da para debatir intensamente...
Sabes lo que creo? Q es difícil ser buen hijo porque lo que los padres consideran "buen hijo" y lo que los hijos consideramos como tal, no tiene por qué coincidir.
Para los padres somos buenos hijos cuando hacemos lo que a ellos les gustaría: estar más tiempo acompañándoles, ayudarles con sus tareas, etc.
A veces no podemos y otras no queremos y nos indiganamos pensando que somos buena gente, que tenemos muchas cosas que hacer y que no nos entienden.
Hace muchos años descubrí que entre padres e hijos, por poca edad que se lleven, siempre hay una generación de diferencia.
Hace muy poco descubrí que no conocemos el verdadero sentido de la palabra "orgullo" hasta que no somos padres.
Yo ya estoy agradecida por ser hija. No hace falta aprender a ser buen hijo porque los padres, aunque pueda parecer otra cosa, aman a sus hijos sean como sean. Sin embargo, siempre estará en ellos el miedo de no hacerlo bien, porque saben qué carencias notaron en sus padres y temen que, algún día, los hijos también echen algo de menos.
Creo que lo único que ambos debemos hacer es, sencillamente, amar sin miedo.
Un abrazo,
CADA