¿Alguien
ha levantado alguna vez un imperio sin tener las espaldas cubiertas? Quiero
decir, ¿algún hombre lo hizo sin estar arropado emocionalmente?
La
clave del éxito laboral, empresarial, el quid de la eficacia y la eficiencia,
la autorrealización personal y la sensación de logro, están unidas por una
constante. Habitualmente todos tenderemos a pensar que la inteligencia juega un
papel muy importante. Inteligencia sí; pero, ¿de qué tipo?
Hay
dos tipos de inteligencia según el sitio en el que ésta se aloje: cerebral y
del corazón. Y la segunda, la inteligencia del corazón, no está ligada a los
estudios ni a la cultura entendida como el cúmulo de conocimientos de tipo
instrumental. La inteligencia del corazón tiene que ver con lo que uno lleva
dentro.
Obviamente,
el estado emocional es un motor potentísimo que funciona exactamente igual que
un par de zapatos. Uno puede sentirse ahogado, como esos zapatos nuevos que aprietan
y torturan en la boda de una prima. O podría sentirse cómodo y satisfecho como
llevando viejas deportivas. Quizá, es un día para sentirse seguro, como cuando
calzas esos tacones que dicen aquí estoy
yo pisando fuerte. Habrá días más fríos, en los que ponerse unas botas y
días soleados en los que lucir los pies con unas bonitas sandalias. Pero lo más
importante de todo, es llevar siempre el calzado elegido, el adecuado. Y, bajo
ningún concepto, encajarse algo que no es del número apropiado, que es
prestado, que no agrada.
Creemos
en el tópico Mostrarnos tal y como somos,
pero de nada sirve si no hemos decidido cómo ser. Y no es algo que deba tomarse
a la ligera. Uno, en realidad, no es tal cual. La naturalidad está
sobrevalorada. Uno tiene que decidir cómo ser constantemente. Para empezar
puede valer mirarse por dentro y, además, mirarse por fuera. Comenzar por un
estudio pormenorizado de la cara. Qué dice mi cara, qué transmite, cómo es. Y
poco a poco ir descubriendo qué tipo de persona soy y cómo, en realidad, me
gustaría ser. Si mi perfil se ajusta a lo que necesito para sobrevivir en la
jungla exterior. Si lo que hago y digo son mi yo. Si vivo realidad o ficción.
Si mi forma de ser es un auténtico guante para mí. Si necesito revisarme y
mejorar.
No
hablo de fingir, hablo de analizar la inteligencia del corazón y darle forma.
Hablo de descubrirla, entenderla, encontrarla y utilizarla debidamente. Estoy
afirmando que lo que logramos tiene que ver con lo que somos. Que nuestras
metas se alcanzan gracias a nuestros deseos más íntimos. Estoy aseverando que
se puede tomar la decisión de ser feliz para serlo, de conseguir lo que me
proponga en la vida y ser consecuente con mi decisión.
Salvando
el día malo en el que mis zapatos no peguen con el vestido, sean incómodos y me
produzcan rozaduras, la tónica general en mi armario es un calzado precioso,
cómodo y en perfecto estado.
Muchas
veces pensaremos que el entendimiento está en la comparación. Si no encuentro a
otro que lo esté haciendo mal… ¿cómo sé que yo lo estoy haciendo bien?
Estar
en el buen camino es la duda constante del luchador nato. Y habiendo cogido
bien la ola a la que subirse para empezar a experimentar la auténtica
satisfacción personal, la inteligencia del cerebro, esa otra que rige tanto
nuestras vidas, nos dirá si las decisiones están bien tomadas, si no deberíamos
haber hecho esto o aquello.
Subidos
al caballo del éxito nos ansiamos. Tememos perder lo que tanto nos ha costado
alcanzar. Y nos preguntaremos por qué las cosas se terminan. Por qué no
conviene reabrir expedientes que ya perecieron.
Pero
la satisfacción personal no va de hacer cosas que nos llenen. Ni siquiera de
hacer aquello que se supone que aporta lo necesario, que autorrealiza y
autojustifica. La satisfacción personal va de tomar una decisión que es por mi
y para mi. Y si me estoy o no equivocando da igual; no importa nada en
absoluto. Lo crucial es agarrar con firmeza la sartén y darle la
vuelta a la tortilla de un solo giro. Si se cae es algo que sólo sabremos
después de voltearla. Si ya está en el suelo, habrá otra oportunidad.
Por
este motivo no es exacto que sobre el pasado haya que verter un camión de
cemento. Sobre el pasado hay que reconstruirse.
No
basta con saber cuál era la lección; hay que superarla con éxito…
CADA.
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