Cuando
hace cuatro siglos Calderón de la Barca dijo “el mayor bien es pequeño: que
toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son” estaba dando en la clave de
una de las mayores preocupaciones de la humanidad: SOÑAR.
No me
estoy refiriendo al sueño como estado onírico y, ni mucho menos como
fisiológico; estoy hablando de la capacidad natural para dejar volar la
imaginación y, más aún, para que entre todas las cosas imaginables seamos
capaces de seleccionar con cuáles quedarnos e ir a por ellas como objetivos de
vida.
Así pues,
todos soñamos despiertos. Y nuestras pretensiones son más o menos alcanzables,
más o menos lejanas y más o menos idílicas.
Si uno de
nuestros sueños se convierte en un deseo irrefrenable y, al mismo tiempo
consideramos que no lo conseguiremos nunca, tenemos la tendencia a conformarnos
con algo que distrae cuerpo y mente. Esa es la ilusión. No se trata de la
ilusión por alcanzar, si no la ilusión como espejismo. Vivimos literalmente un
espejismo, puesto que creemos que nunca podrá formar parte de nuestra realidad.
Como ya
he comentado otras veces, soy esa loca
que cree que sí puede tenerse todo en la vida y, por esa razón me niego a vivir
espejismos. Me aferro al sueño y lo persigo desesperadamente; tanto, que sufro
la angustia exasperada de no llegar nunca, y termino por vivir los espejismos
de los demás; los espejismos de todos esos vulgares que sí se conforman.
Hace poco
una amiga mía escribió en su muro lo que a mí me dio fe para seguir manteniendo
mis creencias. Sus palabras comenzaban citando a Paulo Coelho en El Alquimista
y continuaban con sus propias reflexiones “… cuando deseas algo con todo tu
corazón, todo el Universo conspira para ayudarte a conseguirlo. Así que mil
gracias Universo por conspirar siempre a favor de nuestros sueños. No nos
olvidemos de seguir soñando y alimentando nuestros sueños, nuestras pasiones,
aunque nos llamen locos o no nos comprendan”.
Y esa es
exactamente mi situación. La de la sensación de estar siempre fuera de lugar. La
de estar sobrando en mi propia casa. La de esa cara de póker que ponen los
demás cuando trato de explicar lo que siento y cómo veo yo la vida. La de ser
otra. La de ser diferente. La de ser esa lunática que rema siempre
contracorriente. La de quien nunca alcanza la felicidad porque aún está
buscando otra cosa.
Sin
embargo, las personas necesitamos creer y dar fuerza a nuestras ilusiones. Por
eso la literatura y el cine se han cargado de cientos de frases que encerraban
un discurso de ánimo dirigido a los soñadores.
“No hay
sueño demasiado grande ni soñador demasiado pequeño” (Turbo)
“Un sueño
es una respuesta a una pregunta que no hemos aprendido a formular” (Expediente
X)
“Un sueño
es algo que llena un vacío y que si sabes que se cumple te deja de hacer
sufrir. Lo demás son fantasías” (Glee)
Pero cada
noche, al alcanzar mi cama, me regalo unos minutos para soñar en vigilia. Me
proyecto a mi misma como a la persona que deseo alcanzar. Dejo que el silencio
y el vacío me invadan. Y esos minutos antes de caer rendida son míos. En esos
bellos instantes están los mejores momentos ansiados. Quién me gustaría que los
compartiese, cuál sería el sitio donde despertar mañana, qué estaría haciendo
cuando lo consiguiese.
Y mis
deseos nocturnos los convierto en objetivos por la mañana. Acaricio la almohada
al levantarme con la punta de los dedos porque era ella la que me abrazaba
horas atrás y la que me impulsaba de nuevo.
Hoy sólo
es otra oportunidad para intentarlo. Y mientras me lavo los dientes diseño el
plan del día. Cómo voy a hacerlo para estar más cerca?
Pero
soñar no es gratis.
Nos
engañaron continua y permanentemente asegurando que jamás nos quitarían
nuestros sueños, que siempre estarían ahí. Que es libre y gratis seguir
soñando. Y no lo es. Porque los sueños, esos que son de verdad, esos que
ansiamos y anhelamos con pasión, esos cuesta alcanzarlos.
Obviamente
soñar no sirve si no creo que lo lograré algún día.
Y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son, aunque ninguno lo entiende…
CADA.
A MC,
porque soñar es ponerle un objetivo a un deseo. Porque vivir soñando es marcar
un itinerario y no abandonarlo cuando se cree en él
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