Hay una circunstancia del mundo moderno (o postmoderno, según se mire) que me llama muchísimo la atención. Sobre todo para los que vivimos en las grandes ciudades podemos definir nuestra vida cotidiana como una jungla donde cada cual trata de sobrevivir exacerbando un individualismo arrogante, De hecho, una de las características más relajantes y bucólicas del mundo rural es el hecho de que cualquier persona a la que no conoces de nada te saluda por la calle, casi siempre dispuesta a sonreír u ofrecerte su ayuda en lo que sea menester.
Si el ser humano es ante todo un ser social, en comunicación con sus semejantes (de hecho, podemos decir que es la capacidad de reflexionar sobre nuestra comunicación lo que nos hace realmente humanos), parece que el hombre y la mujer de hoy ha perdido la capacidad para relacionarse más allá de su núcleo familiar. Al menos en lo que a la amabilidad se refiere.
Yo suelo venir a trabajar en autobús, cada día me siento con una persona distinta y puedo contar con los dedos de una mano aquellas que se dignan no ya a entablar una conversación, sino a saludarte o mirarte siquiera. Gente que coge el autobús siempre a la misma hora y sin embargo no da ni los buenos días al conductor. Gente que se cruza con los mismos viandantes, vecinos que no se conocen, enjambres de bípedos solitarios parapetados tras los muros de la “república independiente de nuestras casas” sin querer salir de la confortable calidez de lo archiconocido.
¿Por qué tenemos tanto miedo a quitarnos la coraza de nuestra soledad? Esto se hace todavía más incoherente si pensamos que toda nuestra vida gira en torno a un ocio fabricado para consumir y no pensar, precisamente, que estamos solos. Quizá la mala relación con nosotros mismos, con nuestro auténtico yo, favorece también que no demos el paso de salir a la puerta del portal simplemente a decir buenas noches y que esperemos hasta muy tarde para no tener que coincidir con el vecino a la hora de bajar la basura.
Creo que una de las razones de esta situación radica en que nos han educado para esperar siempre algo a cambio. En este sentido me acuerdo de una anécdota curiosa, un amigo me contó lo siguiente: ”Tengo un amigo que está enfadado conmigo, al parecer me vio por la calle y no lo saludé. Yo le dije que el que debería estar enfadado sería yo, porque él me vio y tampoco me dijo nada”. Lo comentamos como anécdota graciosa pero para mí resulta muy significativo: para dar primero hay que recibir, ¿de verdad es este el mundo que queremos?
Mi propuesta es bastante simple, pero creo que conlleva grandes beneficios. Al fin y al cabo la amabilidad es la habilidad para “querer” a los demás. Está demostrado que cuando nos sentimos queridos aumenta nuestra autoestima, nuestro nivel de activación y nuestra creatividad. Tendemos a pensar que podemos alcanzar metas más altas, nos sentimos eufóricos e incluso hay estudios que relacionan esa sensación con un aumento de eficacia del sistema inmunológico. Otra ventaja evidente es que la amabilidad se contagia, por lo tanto, cuanto más amables somos con los demás, más amables serán esas mismas personas.
Habitualmente pensamos que no podemos cambiar el mundo porque es demasiado difícil o demasiado imposible. Pero en numerosas ocasiones un pequeño cambio de actitud tiene un efecto impredecible en nuestro ambiente cercano, al igual que en la famosa metáfora en la que el vuelo de una mariposa en Australia puede generar un huracán en el Caribe. El efecto de la amabilidad es un suave aleteo que puede generar una verdadera corriente de amistad.
Pequeños gestos como saludar al conductor del autobús, sonreír a nuestro compañero/a de viaje, gastar una pequeña broma al compañero de trabajo, dejar salir antes de entrar, abrir la puerta a tu vecino, pedir las cosas por favor, agradecer los pequeños favores…Es una grata manera de crear felicidad a nuestro alrededor y de paso, hacerle un gran favor a nuestra autoestima. Como podría firmar el mismísimo Armstrong: “ Un pequeño gesto para mí puede ser una auténtica revolución para la humanidad”
Feliz y amable semana para todos y todas
EDU
Es lo mismo que yo pienso... no cuesta nada ser amable con los demás, si tenemos un mal día no tiene porqué pagarlo nadie más que nosotros mismos. Además... ¿has observado, Edu, que en un día triste el regalar una sonrisa, abrir la puerta a alguien o dejar pasar en la cola del supermercado nos hace sentirnos mejor, llenando ese hueco que sentimos vacio de algo parecido a la felicidad?
ResponderEliminarLa empatía es un valor que por desgracia comienza a perderse. Dejemos nuestro granito de arena en nuestro particular "aleteo de mariposa".
Me encanta que estés de acuerdo conmigo en este punto, hay muchos motivos por los que sonreir, efectivamente, aunque sólo sea para tener un día mejor. A veces tratamos de llenar el vacío con cosas cuando el alma nos pide simplemente ser. Un abrazo fuerte amig@
ResponderEliminarBuen trabajo Edu, me alegra conocer esa relación directa entre ser amable con otros y sentirse bien... Como tu bien dices... Cuesta, pero ese pequeño esfuerzo te recompensa... si que muchas gracias por escribir tanto CADA como tu para nosotros, enseñarnos y hacernos feliz...
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario, de verdad que no te puedes hacer una idea de la ilusión que hace que alguien lea lo que escribes, aunque sólo sean unas reflexiones más o menos personales...Pero si además te ayudan...Perfecto. De verdad, muchas gracias, nos llena de ilusión
ResponderEliminarEfectivamente que poco cuesta una simple sonrisa y cuanto puede ser capaz de aportarnos en un día gris...compartir algo con un desconocido, una sonrisa, una palabra hace caer los muros ilusiorios que nos separan a los unos de los otros. Muy bonito el post!
ResponderEliminarMuchas gracias por tu amabilidad, en tu actitud y en tu comentario. Es curioso como muchas veces nos relacionamos más con ilusiones que con realidades. Un abrazo amig@
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