¿Alguna vez os habéis preguntado cuántas veces necesitamos cometer el mismo error para dejar de insistir en aquello que falla constantemente?
Es curioso como, para según qué asuntos, caemos en el mismo despropósito una y otra vez aún a sabiendas de que las cosas no tienen por qué mejorar.
Por ejemplo, el último viaje que realicé, lo preparé hasta siete veces. Las seis anteriores siempre ocurría algo que lo frustraba. Cuando por fin lo conseguí, no salió del todo bien. Pero claro, ¡nadie va a asumir, ni aunque pasen desgracias siete veces, que no tienes que irte de vacaciones!
Así que, ¿cuántas veces son necesarias para asumir lo evidente?
Ya lo dice un pasaje conocido por todos: “… hasta setenta veces siete”.
Por suerte, en otras ocasiones, lo pillamos a la primera. ¡Aunque éstas son las menos! ¿Cuál es la razón de que repitamos nuestros errores si ya los conocemos? A esta pregunta solemos consolarnos respondiendo que de los errores se aprende y que todo el mundo comete errores. Supongo que mal de muchos consuelo de todos o, mejor dicho, de tontos!!
Hay gente, sin embargo, que no está dispuesta, bajo ningún concepto, a cometer otra vez el mismo disparate y, por ejemplo, se curan en salud diciendo: “no me vuelvo a casar ni loca!!”
Muchas veces los desatinos son absurdos y provocan la risa de todos los presentes. En estos casos, casi siempre se relacionan con hablar de más para que sobre. Todos tenemos la experiencia de aquello que no deberíamos haber dicho y que cuanto más tratábamos de arreglar más se estropeaba.
Sin embargo, y aunque parezca horrible, hay equivocaciones que pueden costarnos auténticos disgustos o, incluso, la propia vida.
Recuerdo, hace años, que en una revista dominical, se publicaba cada semana una entrevista realizada a algún conocido. Las preguntas siempre eran las mismas y había una que me gustaba especialmente en la que se cuestionaba a la gente lo siguiente: “¿Qué errores te producen más indulgencia?”
Sin duda, es fantástico averiguar qué tipo de anacronismos las personas están dispuestas a perdonar sin más y bajo cualquier concepto. Perdonamos cada día a los niños, a las personas que necesitan ayuda, a los que cometieron su falta sin querer y a aquellos que amamos. Sobre todo eso… La mayoría de la gente solía responder que las faltas que le producen mayor indulgencia son las cometidas por amor.
Cuando escuché en una ocasión a una amiga decirle a su hija de tres años “te quiero” y la niña respondió “yo más”, pensé que, en realidad, no se puede querer más y que si alguien te decía “más”, eso elevaba las posibilidades a infinito. En el amor y en el perdón, todos los valores pueden ser infinitos.
También, seguramente, si caemos una y otra vez en el mismo error sea por amor. Los desaciertos cometidos por amor nos hacen decirnos a nosotros mismos, una y otra vez, “esto no lo volveré hacer” (mientras tanto, en realidad, ya lo estamos haciendo). Por ejemplo: ya no le llamo más, mientras marcamos el teléfono jurándonos que será la última.
Hace tiempo que, en este sentido, decidí que lo mejor era hacer lo que me dictase el corazón en ese momento. Las cosas que se sienten así no pueden hacernos daño. Hay que actuar tal y como somos y no tener miedo al error. Quien no actúa por temor, pierde la ocasión. Al final, suele ser mejor arrepentirse que vivir con el interrogante de lo que podría haber sido.
Seguramente por estas razones, cometemos dos, tres, cuatro y hasta setenta veces siete las mismas equivocaciones.
Aunque desde el sarcasmo y con cariño al sexo masculino, las mujeres siempre podremos decir “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, la mujer NO”…
CADA.
Cachis, el sarcasmo es algo que me resulta desconocido...
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