Hay un antiguo cuento oriental que me gusta especialmente. Un buen día, el emperador lanzó un edicto en el que ofertaba un concurso. En él pedía que los más reputados pintores del reino plasmaran en un lienzo la esencia de la paz. Artistas de todos los rincones del Imperio, conocidos y desconocidos, enviaron sus trabajos a la corte. Las gentes, expectantes, visitaban cada día la exposición, haciendo cábalas sobre quien se llevaría el premio final. Al cabo de dos meses, el emperador estableció los finalistas del concurso. Eran dos lienzos muy hermosos, elaborados con una técnica depurada y exquisita. El primero de ellos representaba una hermosa puesta de sol en un lago, escondido en las faldas de una montaña impenetrable. Sus cumbres, tocadas por nevadas perpetuas, reflejaban el ocre y el púrpura del crepúsculo. El agua clara estaba en calma perfecta. Al verlo la multitud exclamó, sorprendida: “No hay duda, este lienzo, realmente, refleja la esencia de la paz”. El otro candidato exponía una gran tormenta entre montañas, los relámpagos iluminaban y surcaban el cielo, el agua arreciaba sobre los árboles, combados por la fuerza del aire. Fieras de ojos brillantes acechan desde siniestros rincones. En mitad del paisaje tenebroso, apenas perceptible, una pequeña luz contrasta con la reinante oscuridad. En ella se observa un eremita, meditando en silencio.
Finalmente, el emperador emitió su veredicto y ante la sorpresa de cortesanos y gente llana, declaró ganador al segundo lienzo. Todos murmuraban extrañados, dudando de la salud mental de su anciano regente. Consciente de la impopularidad de su decisión, el sabio alzó su voz para exponer las razones de tan enigmático resultado: “Es fácil sentirse en paz cuando las condiciones son favorables, realmente este cuadro, dijo señalando las montañas doradas, transmite una serenidad difícil de igualar, habiendo obtenido el honor de ser finalista del certamen. Sin embargo, la verdadera paz interior se demuestra cuando afuera, las circunstancias son tan adversas como refleja este otro”.
Al comprender los motivos de su decisión, la multitud estalló en vítores, aclamando la sabiduría de su anciano emperador.
Al igual que el anciano emperador del cuento, yo también considero que la paz interior es una conquista personal. Una conquista que tiene que ver más con nuestras decisiones que con las circunstancias que nos rodean. Ciertamente, en numerosas ocasiones esas mismas circunstancias son la excusa perfecta para no mirar dentro de nosotros mismos, para dilatar en el tiempo la decisión final: Perdonar nuestros errores y ahondar en la conquista de nuestra propia felicidad.
Aún con todo, la paz también tiene una dimensión social. Por un lado, nos ayuda a transmitir esa quietud de espíritu a quienes nos rodean. ¿Acaso no nos sentimos mucho más relajados y felices con personas que nos transmiten tranquilidad y calma que con aquellos otros que nos absorben la energía con su belicosidad?. Por otro, como seres en el mundo, también existen momentos para dejarse llenar por la paz de otros. Quizá es un error tratar de buscar la felicidad y la quietud exclusivamente en uno mismo. Es cierto que cualquier decisión tiene el cariz y la responsabilidad propia de quien la decide. Pero desde mi punto de vista, la vida nos ha puesto compañeros de camino para hacernos más sencillo ese mismo caminar.
A propósito de esto recuerdo una pequeña anécdota que me sucedió en el Camino de Santiago: Era el penúltimo día y había comenzado a sesenta kilómetros de mi meta, tras veinte días de caminata. A las tres de la tarde, cansado y agobiado por una de esas rectas interminables donde no ves otra cosa que matojos a ambos lados de un sendero convertido en pedregal, aparecieron de pronto ante mí tres chavales, dando muestras de acabarse de despertar tras una buena juerga nocturna. Efectivamente, se preparaban para comer en una casa al pie del camino. Al preguntarles por un lugar para descansar me comentaron que el bar más cercano se encontraba como a ¡dos horas!. Tal debió ser mi desilusión que, sin mediar palabra, me invitaron a tomar asiento y compartir una cerveza fría con ellos.
Desde luego, hubiera sido absurdo declinar tan generosa invitación urdiendo como excusa mi obligación de seguir caminando. En la vida hay tiempo para todo, o debería haberlo, tiempo para el encuentro íntimo y personal con uno mismo, tiempo para los otros, tiempo para dar y tiempo para recibir, tiempo para inspirar y tiempo para expirar. Contrarios que se complementan y se mantienen, sin los cuales el todo no sólo es difícil, sino materialmente imposible. Respirar consiste en tomar y dar aire, vivir consiste en dar y recibir, crecer significa retroceder para tomar impulso.
Volviendo al tema central que nos ocupa hoy, la paz es una conquista personal que no puede delegarse en nadie más que en uno mismo, sin dejarse amilanar por las adversidades. Pero esa conquista también se basa en aceptar de los demás la porción de ayuda que todos necesitamos. Una ayuda que cuando se ofrece con generosidad debe ser acogida con la humildad necesaria para aceptar que no sabemos todo, que no tenemos todo, que no podemos prescindir de la mano amiga que nos acompaña.
Y puesto que necesito de los otros, la última conclusión que me gustaría compartir con vosotr@s hoy es que también es necesario, en la aventura de vivir, el coraje para ofrecer esa paz, esa calma, a quien camina angustiado y pesaroso. La violencia es el recurso ignorante del animal acorralado, lo que nos conecta con nuestro instinto más primitivo. La quietud es la consecuencia del desarrollo personal, el as en la manga de quien ha encontrado, en su propio yo, el tesoro inagotable de la verdadera esencia de ser humano.
Feliz y pacífica semana para tod@s
EDU
Estoy contigo en cada punto y coma. Lo malo es cuando la propia paz interior depende de la paz interior de otros. A veces, nos arrastran tantas cosas que, mantener el tipo es cuestión de supervivencia pura y dura. ¿Cómo estar bien con uno mismo cuando te hierve todo por dentro?
ResponderEliminarPaciencia, que dicen que es la madre de la ciencia...
La pregunta que planteas es complicada, por resumir...Somos los artífices de nuestra propia felicidad. Siempre podemos elegir cómo sentirnos respecto a cualquier cosa, incluso los sentimientos de los demás. Puedo elegir querer o no aunque no me quieran, puedo elegir quererme o no, aunque el mundo parezca desplomarse alrededor. En mitad del huracán siempre hay un pequeño espacio de paz, ese momento es ahora, ese espacio está dentro de ti, única y exclusivamente. Un abrazo enorme. EDU
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