Con estos días de pan y circo que estamos
viviendo, uno no puede dejar de pensar en lo voluble del ser humano, al menos
de sus emociones. Viendo las eliminatorias de la Eurocopa (sin saber aún si
España va a clasificarse para la final) me ha dado por pensar en la cantidad de
sentimientos encontrados que se dan lugar sobre el césped y las gradas. Caras
de felicidad extasiada en una parte de la afición, mientras al otro lado el
desconsuelo siega con su guadaña incontestable las ilusiones de tantos
seguidores.
Al día siguiente, la tortilla bien puede darse la
vuelta y mandar para casa a quien ya se creía vencedor. ¿Y después? Pues
nada…Volvemos a nuestros trabajos o a nuestra espera de encontrarlo, a nuestras
actividades cotidianas, a nuestro ocio habitual…Desde cierta perspectiva, uno podría pensar que no merece la pena tanta
emotividad incontrolada. ¿Estamos seguros? Yo al menos no del todo.
Reconozco que soy de esos muñecos que saltan y
gritan y se abrazan con desconocidos y a veces incluso (pocas, eso sí), se
acuerda de los familiares directos de los árbitros durante los eventos
deportivos, pero con el paso de los años
he aprendido a vivir intensamente los noventa minutos de juego, tratando de
relativizar tanto el éxito como el fracaso y eso me lleva a una reflexión
un poquito más seria.
Podríamos sentir la vida como si de un partido de
fútbol se tratara, al fin y al cabo, por mucho que nos esforcemos en más casos
de los que nos gustaría, no somos más que espectadores esperando a que alguien
ajeno consiga anotar un gol. En otras (la mayoría, es cierto) podemos incluso
sentirnos como el delantero de turno, protagonistas de la final de nuestra
vida. Suceda lo que suceda el mundo no
se va a detener para esperarnos. Tras una eliminación o tras levantar un
trofeo esperado, hay nuevas metas que conseguir, nuevos rivales que batir y
nuevos compañeros con los que acoplarse.
¿Qué nos puede enseñar esto? Pues que no hay mal
que cien años dure ni felicidad que lo aguante. Así pues, dejarse llevar por una euforia pasajera es un buen recurso, sólo si
conseguimos mantener la perspectiva suficiente como para saber que tras cada
instante de gloria, vendrá otro y otro y otro más y no sabemos si saldrá
cara o cruz en ese envite. Disfrutar las circunstancias tal cual vienen,
dejándose llenar por la vida concentrada en cada instante, reconociendo que
tras el fin de la circunstancia concreta no merece la pena anclarse a ella.
Reconozcamos que siempre habrá un señor que sople un silbato y nos mande a la caseta. Reconozcamos
que lo que no hagamos durante estos noventa minutos, que en este caso es lo que
sea que estemos haciendo, lo que no disfrutemos estos noventa minutos,
los abrazos que nos perdamos, los gritos que dejemos escondidos en la garganta,
no tendremos ocasión de hacerlo más.
Foto: as.com
Sin embargo, más allá del carpe diem aparente, me
gustaría enfatizar hoy la estabilidad emocional necesaria para no dejarse
arrastrar ni por la euforia de la victoria ni por el desánimo de la derrota. Afortunadamente, en nuestra vida los grandes campeonatos no se
juegan cada cuatro años, sino cada vez que nos levantamos de la cama. Siempre
tenemos una oportunidad de recrearnos, repensarnos, reactulizarnos para
levantar una copa de oro y diamantes, pues este es el verdadero valor de la
existencia.
La estabilidad emocional que anuncio no supone ser
una persona fría o falta de emotividad, al contrario, ser estable supone
disfrutar las emociones como vengan. Lo que sucede, como ya he escrito en otras
ocasiones, es que a veces nos pasa como
a los comentaristas, que nuestros partidos duran incluso años después de haber
abandonado el césped. Puede que hoy estemos recordando una victoria
grandiosa o una dolorosa derrota y creo que ahí radica el principal obstáculo.
El recuerdo puede suponer un gran aprendizaje, pero también puede encadenarnos
y más vale seguir viviendo, lo que tenga que ser.
Además hay otra cuestión importante, quedar anclado en el pasado, aunque sea
reciente, nos confunde de tal forma que tendemos a la comparación entre
distintas situaciones y lo que es aún peor, entre distintas personas.
Cuando comparamos, lo que estamos haciendo realmente es relacionarnos con una
imagen irreal que llevamos en la
cabeza. La vivencia auténtica sólo puede provenir del
corazón, dejando que nos penetre el olor a tierra húmeda, la alegría en la
risa de un niño, los vívidos colores de un nuevo amanecer, la inconfundible
frescura del agua del mar en las mañanas estivales…La vida está para gozarla,
no para pensar sobre ella, buscando ecuaciones que no hacen más que complicar
lo que en principio es sencillo como simplemente estar.
Por eso,
más allá de los resultados obtenidos, os invito a adentraros en el proyecto de
vuestra vida. Os invito a ser uno con todas las circunstancias que os
acontezcan y os invito, especialmente, a compartir con aquellos más cercanos,
todas las alegrías y las tristezas (espero que pocas) que os asalten, pues no
sabemos cuándo sonará el silbato.
No hay derrotas que duren para siempre, pues hay un partido que jugar en cada instante y
por mal que se pongan las cosas, es un consuelo pensar que cualquiera, puede
remontar en la siguiente jugada.
Feliz semana para tod@s y un abrazo enorme
EDU