Hay historias que te cambian la vida para siempre, da igual que sean inventadas, vividas, conocidas o simplemente imaginadas.
Esta es una de esas historias. La historia de un hombre al que le gustaba, sencillamente, ver a la gente sonreír. Os animo que la veáis directamente, porque en ocasiones las palabras no consiguen transmitir la fuerza de una imagen y por eso os comparto este cortometraje: “Validation”
Y cómo no, también os adjunto mi reflexión personal. En tantas ocasiones nos quejamos de las circunstancias…Damos por hecho que la sonrisa es una consecuencia de una serie de situaciones y no caemos en cuenta de que quizá, sólo quizá, nos estamos equivocando de punto a punto.
¿Qué sucedería si la sonrisa fuera la causa de la felicidad? En mis años de estudiante era una reflexión manida en las aulas: ¿Uno llora porque está triste o está triste porque llora? Y sin saber muy bien ni cuándo ni por qué, se me olvidaron las implicaciones prácticas de este debate un tanto maniqueo.
En algunas ocasiones, desde este blog, he hecho apología de ambas versiones, hablando de distintas variables que más directa o indirectamente tienen que ver con la felicidad y sin darme cuenta, puede que perdiera de vista lo fundamental. ¿Cómo podemos saber si alguien es feliz? ¿Cómo lo reconocemos? Pues por algo tan aparentemente insignificante como su sonrisa. Evidentemente hay sonrisas forzadas, pero curiosamente somos detectores innatos de sonrisas, probablemente uno de las demostraciones emocionales que antes consiguen imitar los bebés y que más frecuentemente utilizan para regular sus interacciones.
Si miramos atrás en nuestra vida, la sonrisa está en la base de nuestros recuerdos más preciados, la primera sonrisa que nos dedicó la mujer, o el hombre, de nuestros sueños, la sonrisa de nuestra abuela al compartir con nosotros algo especial (me van a perdonar los abuelos, pero es que las abuelas tienen otra ternura al sonreír), la sonrisa de los novios en el reportaje fotográfico del día de la boda y que es independiente de lo que suceda después durante la convivencia.
Sonreír nos hace libres, nos libera de las circunstancias y de las ataduras del tiempo, cura cualquier herida, deshace cualquier entuerto. Nos llena de la energía silenciosa de cuando los tiempos están simplemente bien, nos enlaza con la placentera realidad cotidiana, la que es, sin más y no la que nos gustaría que fuera.
Porque muchas veces boicoteamos nuestro propio acceso a la felicidad, creemos que si no hay motivos para sonreír no podemos permitirnos este gesto tan sencillo y cotidiano. ¿Podemos dejar por un momento aparcada nuestra vergüenza y realizar el experimento contrario? Sonriamos, a pesar de todo y veamos qué sucede, además, como reza un viejo aserto popular la sonrisa es gratis, no hay nadie tan pobre que no pueda darla ni tan rico que no la necesite. Probablemente , entre las nubes aparezca un rayo de sol, probablemente la empatía que genera por estar grabada en nuestro acervo emocional más primitivo, consiga despertar en la persona de enfrente la misma respuesta y por ende, la misma sensación.
Ese señor tan estirado que nos encontramos en la cola del metro, quizá se sienta tentado por nuestros pensamientos y relaje un instante su semblante y autoexigencia. Esa señora preocupada por el futuro de sus hijos, quizá sienta un atisbo de esperanza en mitad de este erial de malas noticias. Ese enfermo quizá encuentre un motivo más para avanzar con su malestar…Las posibilidades son infinitas y las consecuencias impredecibles.
Nunca podremos saber cómo afectó nuestra felicidad al mundo que nos rodea, pero de lo que siempre podremos sentirnos orgullosos es de que no fomentamos con nuestra expresión un mundo en el que a ninguno de nosotros nos apetece vivir. El paso por este mundo no es un valle de lágrimas, pues empecemos por demostrar que no nos lo creemos, que no vamos a seguir permitiendo la programación mental tendente a sumirnos en un mar de dudas y preocupaciones. Si no hay síntomas para la recuperación emocional, al menos propongamos los signos. Concedámonos a nosotros mismos una razón para salir a la calle, para manifestar que no todo está perdido, porque siempre tendremos la posibilidad de demostrar que somos quienes queremos ser.
Sonreír te hace más atractivo, más interesante, más agradable. Sonreír consigue relajar las tensiones, aceptar los primeros encuentros. Sonreír no es un recurso idiota, sino el reconocimiento exacto y actualizado de que cualquier circunstancia no es sólo la piedra del camino, sino también el apoyo justo que necesitamos para levantarnos del suelo.
Ya sé que llegados a este punto, alguno o alguna de vosotr@s consideréis que los problemas no se resuelven solos y que las tiritas emocionales no consiguen más que tapar los conflictos, pero una apuesta por nosotros mismos siempre tiene que empezar por algún sitio y ese lugar desde el que construir en vez de destruir, ese lugar desde el que sumar en vez de restar, puede empezar, perfectamente, por un espacio existente en nuestro propio rostro.
Corremos el riesgo de llegar al final esperando la oportunidad perfecta para demostrar nuestra alegría, corremos el riesgo de estar esperando siempre al hombre ideal, el trabajo ideal, la novia ideal, sin tener en cuenta que lo idealizado no es más que un pensamiento. Corremos el riesgo de perdernos todas las oportunidades que nos brinda el presente para sencillamente, sonreír, para inevitablemente, ser feliz.
Que viváis una semana llena de sonrisas
EDU
Qué maravilla de post Edu, me ha encantado, me has hecho sonreír. Este optimismo es el que necesitamos en nuestras vidas, mil gracias!
ResponderEliminarMuchísimas gracias por tu comentario!! A nosotros nos encanta llevar un poquito de felicidad a vuestras vidas y qué mejor forma que demostrarlo que con una gran sonrisa, seguro que las primas (de riesgo)son unas señoras muy sosas, pero podemos demostrarles que se equivocan. Un abrazo enorme!! EDU
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