PERDER EL MIEDO

Hay ocasiones en la vida para las que nos hemos estado preparando, sin saberlo, durante toda nuestra existencia. Y ese momento, apenas un instante, es comparable a asomarse a un precipicio.
Aquí estoy, al borde del abismo, dudando entre tirarme al vacío o caminar despacio hacia atrás y volver a lo seguro, a lo conocido…Y el miedo se apodera de uno hasta que mira, sorprendido, claramente las huellas.

(Acantilado de Los Gigantes, Tenerife)

Es curioso. Siempre estamos deseando ver con claridad el camino que tenemos delante. En las épocas de incertidumbre, deseamos saber que pisamos terreno firme, que hay un proyecto definido, que sabemos por dónde tenemos que tirar.
Pero la clave no está en el futuro, ni siquiera en el pasado, sino en la coherencia de los pasos que damos y eso sólo lo podemos descubrir en el presente. Cuando realmente no nos dejamos abatir por las dificultades atravesadas, esas ya las dejamos atrás, ni por los esfuerzos venideros, que por definición propia son impredecibles.
Hay instantes para los que nos hemos estado preparando durante toda la vida, instantes donde tenemos que demostrar todo el coraje acumulado, todas las herramientas disponibles, instantes para observarnos detenida y sinceramente, mirar el abismo de cara, sin temor…Y saltar.
Ese salto es la materialización completa de todas las capacidades que hemos desarrollado, porque soñar tiene un precio, pero de nada sirve pedir un sueño si en el momento en el que lo tenemos delante no nos sentimos preparados para pagar. A nadie se le exige más de lo que tiene, pero a veces para ganar todo lo que hemos pedido, se nos pide que entreguemos todo lo que hemos acumulado. Este salto tiene consecuencias, porque nuestro saldo no está exento de sufrimiento y el precio es el desapego.
¿Hasta qué punto estamos amarrados a nuestra existencia? A nuestra personalidad, a nuestras posesiones, a nuestros hábitos, a nuestras relaciones, a nuestras circunstancias…Llega un momento, en la vida de cada uno, en que se nos pide que lo dejemos todo para alcanzar la Gloria.
Hoy ha llegado ese instante, para mí. Y quiero compartirlo con vosotros y vosotras, por si os puede ayudar cuando llegue vuestro momento. ¿Cómo reconocerlo? ¿Cómo afrontarlo?
Reconocerlo es infinitamente más sencillo, porque la vida misma nos ofrece el vacío. Es el instante preciso del salto. Una concatenación de circunstancias que te hacen ver claramente lo que tienes, lo que eres y lo que puedes llegar a ser. Aquí no hay vuelta atrás. Si el camino recorrido es coherente, si a pesar del miedo confías en que las cosas están bien, como tienen que estar, que tienes todo lo que necesitas aunque no lo entiendas…Entonces es que has llegado a ese instante.
¿Afrontarlo? No se puede. Los actos de fe son precisamente eso, confiar en la vida. Mirar para adelante, transformarse. Confiar en las propias capacidades. La confianza es seguridad y amor por uno mismo, indestructibles. Nadie te pide que saltes ya, así que tómate tu tiempo, observa tus cualidades, tus debilidades, tus sensaciones, porque la fuerza está en tu interior, donde siempre ha estado, esperando a ser descubierta.
Y vuelas…literalmente. El abismo queda bajo tus pies, puedes mirar el pasado con agradecimiento, porque descubres que todas las huellas te trajeron aquí. Puedes observar el futuro con confianza, porque tu vida mantiene su coherencia interna aunque no puedas predecirla. Puedes agradecer el presente, tal cual es. Porque por muy abismal que se presente tienes el poder para seguir volando.
Hay un suceso biológico comparable con este instante, la metamorfosis. Ese momento en el que un gusanito, incluso más o menos asqueroso, se convierte en una mariposa que asombra al mundo, capaz de realizar migraciones milagrosas, capaz de polinizar cientos de flores, capaz de alcanzar cielos infinitos.
La pregunta es…si has sido capaz de ver tus alas. En ocasiones, estamos tan preocupados mirando el mundo que nos rodea, que no somos conscientes de la fuerza que ha nacido en nosotros. Así que cuando te encuentres en una de esas situaciones, en que parece que no hay salida, que la vida te ha dado la espalda, en realidad lo que sucede es que tienes la oportunidad de volar.
Soy consciente de que el artículo de hoy puede resultar una especie de paranoia onírica, pero… ¿No sería mucho mejor pensar en qué me pueden ayudar las circunstancias en vez de pensar que soy la víctima de situaciones que no puedo controlar? ¿No es mucho mejor darse cuenta de que siempre, en última instancia, tenemos el control absoluto de nuestra vida?
Espero que paséis una hermosa semana
EDU

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