RELOJ… NO MARQUES LAS HORAS

A veces pienso que nací de pie. Toqué el suelo por primera vez con la punta del dedito gordo. Era una superficie nueva, desconocida, dura y fría. Pero toda esa frialdad no era suficiente para detenerme. Con la primera tentativa encogí el piececito. Quizá me extrañé por unos segundos. Sin embargo, decidida, arranqué todo mi pequeño ser de golpe y empecé a correr. Y desde ese día nada me ha detenido.

En una ocasión, no hace mucho, alguien me dijo que hoy soy la que soy por lo que he vivido. Parece una obviedad tan grande que, en realidad, no reparamos en pensar cuán importantes son los acontecimientos que marcan nuestra vida; tanto como para prediseñar el camino que decidimos recorrer.

Hace unos días me dio por analizarlo. Me pregunté a mí misma qué era eso que, inconscientemente, hacía siempre sin recapacitar y podía ser tan estúpido como fruto de mis vivencias en la infancia. Entonces descubrí que se trataba de algo que a muchos les podrá resultar terrible. Me dí de bruces con una obsesión: el tiempo. Para ser exactos: el paso del tiempo.




Todo el mundo ha experimentado un minuto eterno. Ese santiamén de la existencia que era breve según el reloj, pero que sin embargo parecía no terminarse nunca. También todos sabemos lo que es desear que algo fútil no acabe. Estás disfrutando de un verdadero placer a sabiendas de lo efímero que puede llegar a ser su deleite. Eres consciente de que podrá volver, pero de momento ha de marcharse.

Desde los diez años tengo la firme creencia de que el tiempo no sólo es muy valioso sino que está altamente limitado. Vivo, sin darme cuenta, con la obcecación de que todo es meramente fugaz. Pienso que lo malo es más eterno que lo bueno. Lo superior sólo dura un instante. Lo que más deseo y disfruto se va a terminar pronto. La vida es corta y va a agotarse en el punto más inesperado.

Así soy yo. La mujer que corre constantemente para no perderse nada. Aquella que se da prisa para lograr ver un final cualquiera. La que vive acelerada por si no hubiera un mañana.

Esta locura surrealista me sorprendió a mí misma. Como si de una ciencia exacta pudiera tratarse, me conté la historia acerca de la fugacidad de la vida; aquello de que nunca estaría aquí lo suficiente. De este modo, cuando algo empezaba a ser intenso, quería exprimirlo para que no terminase antes de lo esperado.

Cuando alguien me decía frases del tipo a: “ya quedaremos en otro momento”; “tranquila, tenemos tiempo”; “aún hay muchos días”… siempre esbozaba una sonrisa entre fiel y traicionera que venía a insinuar pobre iluso! Éste no sabe nada del tiempo

En mi mente siempre ha rezado una sentencia: “Es imprescindible aprovechar el momento. Y ese no es otro que ahora. No habrá un luego”.

Sin embargo, al otro lado de este abismo se sucede un curioso fenómeno. Si bien puede obsesionarme hasta el extremo la falta de horas en el día y de minutos en la hora, al unísono valoro sobremanera la dedicación cronológica.

Yo también soy esa persona que consagra el lapso necesario a los que la rodean. Si hay interés, si hay amor, también hay tiempo para ti.
Me enferma cuando alguien afirma no haber tenido tiempo para llamar, para hablar, para dedicarle un instante a alguien amado.

Yo, aquella que valora cada segundo como si se tratara de oro puro, regalé el que considero el tesoro más valioso. Lo regalé a espuertas. Dí siempre lo que más me importaba sin ningún miramiento.

¡Paradoja de la vida! Nunca medí para ti lo que más apreciaba para mí.

Todavía hoy, te estoy dando lo único que creo que no se tiene en la vida: Tiempo…

CADA.

1 comentario:

  1. Me ha encantado, a sido genial y me has hecho pensar bastante.. Gracias

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