YO TENGO EL PODER

El topicazo más grande que existe en cualquier hogar que se precie es poder estar en posesión del mando de la tele. Aquel miembro de la familia que se haga con el mismo, ostentará su poder con socarronería. Y es que ya es bien sabido por la sociedad en general que, quien tiene el mando tiene el poder. Además, ese poder es extensivo a todos los presentes porque capacita para decidir qué va a ver el resto. Es más, no sólo se trata de mi ventaja para poder elegir el programa que deseo. Este poder va mucho más allá porque tengo la capacidad de elegir qué van a ver los demás.

Ésta es la parte que realmente me importa hoy. La que versa sobre el hecho de ejercer poder sobre otras personas. Sin lugar a dudas, una capacidad humana que nos gusta a todos y cada uno de nosotros, porque ejercer poder supone controlar. Si tengo el poder sobre otros, puedo controlarlos.

La pregunta clave es ¿qué haríamos cada uno de nosotros si pudiésemos ejercer pleno control sobre quien quisiéramos? Aunque sé que ésta es una pregunta trampa que va a llevar a la mayoría a imaginar diferentes situaciones casi cómicas, lo que verdaderamente haríamos si pudiésemos ejercer ese control es, indudablemente, hacernos querer.

Así pues, el poder, es un arma de doble filo que, en las manos más perversas, se convertirá en un juego de tronos donde el jugador aventajado apostará por ser la persona que más muestras de amor y de sexo reciba sin importarle las que recibe el resto.

Cuando entre dos personas una asume la condición de sumisión otorgándole a la otra todo el poder, da comienzo un juego muy peligroso en el que, en un principio, el sumiso no es plenamente consciente de cuánto tiene que perder. La persona en situación de poder desplegará todas las herramientas que estén en su mano para mantenerse en la cima. Este tipo suele mostrarse atractivo, sonriente y amablemente manipulador. Cuando vea tambalearse su puesto, jugará con los sentimientos del otro implicado, utilizando estrategias como la necesidad de atención, los mimos, el victimismo o la tristeza. Este tipo es un gran negociador, por lo que estará expuesto a intercambios permanentes para no dejar de recibir nunca lo que desea.

Aún cuando hayan pasado los años y las situaciones y circunstancias sean diferentes, seguirá ostentando el poder volviendo a antiguas estrategias que le funcionaron en el pasado. Hará uso de la típica expresión que jamás le fallaba o de esa mirada que arrasaba con todo.

Todos queremos experimentar esa sensación de poderío alguna vez. El poder de tenerte cuando quiera. El poder de pedirte lo que quiera. El poder de seguir teniendo la sensación de que para ti sigo siendo la mejor.

El poder nos fortalece, pero al mismo tiempo nos envenena.

Envenena las relaciones porque crea una falsa sumisión y se pierde la dualidad. Una dualidad que es necesaria en una relación sana.

¿Qué es, entonces, lo que debería ocurrir?
Lo justo sería que cualquier persona pueda enamorarse sin cambiar ni un ápice su forma de ser, sin permitirse manipulación de tipo alguno.

Seguir por la vida sin más y encontrarse con otro que también camina sin más

Pero lo seres humanos somos tendentes inexcusables a complicarlo todo.




Cuando Nacho Cano escribió No controles mi forma de pensar porque es total, estaba redescubriendo que su sumisión podía cesar. Nadie necesita vivir una relación donde el otro precisa poder para estar cómodo. Tanto poder que años después aún quiere probarse a sí mismo que, aunque no esté, puede tenerte cuando quiera.

A veces una mujer puede preguntarse si ya es adulta porque siga teniendo la sensación de ser pequeña, de que las circunstancias no terminan de permitirle madurar.

¿Por qué alguien lo suficientemente maduro y con talento podría haber caído en una situación de sumisión?

Probablemente por la imperiosa necesidad de sentirse útil. Aspecto que tiende a confundirse mucho con la necesidad de sentirse amado. Creemos que si nos necesitan es porque nos aman, y lejos de la realidad, el poder conlleva egoísmo. Pero peor aún, bajo el manto del poder se esconde la persona débil que sigue necesitando algo, que muy probablemente es que la cuiden y amen, aunque ella misma sea incapaz de ofrecer lo mismo. El poder, por tanto, se convierte en su debilidad.

Y todo esto tiene que ver con la irrefrenable parquedad de no estar solo; y más aún, de no sentirse solo. Manejamos con caos sentimientos y sensaciones para propiciar que la otra persona no se aleje, no nos deje, no se vaya de nuestro lado. Volvemos la existencia propia del revés con tal de atrapar a quien sea de la forma más esclava y poderosa, atando con cualquier excusa, para no escuchar el vacío de una habitación durante la noche. Mientras, las personas entran y salen de nuestras vidas como en una rueda de reconocimiento porque lo único que importa es seguir probando a todo el mundo hasta que alguien encaje como anillo en el dedo. Y el resto, son experiencias, son ilusiones efímeras, son aquellos sobre los que aún puedo ejercer mi control.

Y es que sólo el abuelo de Heidi sabía estar completamente solo…


CADA. 

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