Como
este post abre el 2014, es inevitable para mí hacer eco de algo que ha captado
enormemente mi atención en lo que supone dar la bienvenida al nuevo año.
Curiosamente he observado cómo la mayor parte de la gente enviaba mensajes del
tipo a: “esperemos que el año que entra sea mejor que el que se va”. La
sensación que he tenido todo el tiempo, tanto a mi alrededor como a través de
los medios de comunicación, es la de una mayor parte de la población aferrada a
que el cambio de número suponga una mejora sustancial; y lo que es más
importante, que por fin se cierre una etapa negativa. A pocos conozco que no
ansíen este canje.
Sin
embargo, todo un año da para muchas vivencias. En mi caso particular, me ha
supuesto, como poco, conocer a gente diferente tanto en mi entorno laboral como
íntimo. Mientras comía las uvas que conmemoran los últimos doce segundos y dan
la bienvenida al que da paso, pensaba adiós
al año que me ha supuesto una enorme escalada, al año que empezó hace doce meses
con el inmenso reto de que todo cambiaría, al año que en menos tiempo mayor
aprendizaje me ha supuesto en la vida.
Doce
meses difíciles, pero doce meses para la superación. Días donde entraron y salieron
personas, donde se forjaron proyectos, donde se asentaron valores y donde no
faltaron las fortalezas y las esperanzas.
Para
mí y para muchos, una lucha sin tregua, pero también una oportunidad de ponerse
en pie de nuevo mirando dónde estaría el escenario exacto en el cual querría
levantarme.
La
gente se está felicitando el año acompañado por la coletilla de que todo irá económicamente mejor. Sin
querer, este hecho me ha recordado a una amiga mía que cuando estaba embarazada
de nueve meses, habiendo salido de cuentas, le hizo una confesión a su madre:
“mamá, todas las madres ansiamos, principalmente, que nuestro bebé nazca bien y
esté sano. Tengo que reconocer que a mí, al mismo tiempo, me gustaría que fuera
inteligente. ¿Está mal si además quiero que sea guapo?”
Dos
años después, esta amiga estaba mirando a su hija jugar y le dijo a su madre:
“recuerdo haberte dicho antes de que naciera, que deseaba que estuviera sana,
fuese inteligente y guapa. Ahora resulta que se trata de una niña inquieta.
¿Acaso es importante? Cuando se tiene un bebé sano, inteligente y guapo… ¿qué
más se puede pedir? No entiendo por qué no aprendemos a agradecer lo que tan
bien ha salido y sólo sabemos mirar lo que ni siquiera es un defecto.”
Mi
amiga, mientras se consumían las últimas 24 horas, entre uva y uva, pensaba en
qué deseo pedir. Cuál podría ser su mayor pretensión en esos momentos. Si fuese
real, si pudiese de verdad ver cumplida su aspiración más ansiada… Debía seleccionarlo
con mucho cuidado. Quizá, podría pedir que su trabajo mejorase, o que no
tuviese que levantarse cada día mirando la cuenta del banco, o quizá, lo mejor
era rogar por su pobre corazón enamoradizo. Puede que fuese buena idea pensar
en alguien que la acompañase. Sería bonito tener con quién compartir las
ilusiones y, además, los gastos. Pero cuando sólo quedaban tres uvas en su
plato, levantó los ojos y vio a su hija, junto a ella en la mesa, haciendo el
esfuerzo de comerse las uvas de los deseos y supo que todo lo que necesitaba en
la vida estaba justamente ahí, a su lado. Así que cerró los ojos y suplicó: quiero que ella siga sana y conmigo durante
todo el 2014. Cuando su hija se comió la última uva se acercó a ella y le
susurró al oído “he pedido unas alas” y ella le contestó también en voz baja “yo
he pedido que sigas estando conmigo”.
Al
afirmar que el dinero no da la felicidad suele
contestar alguien diciendo pero ayuda
bastante. Sin embargo, ni una sola madre del mundo cambiaría a cualquiera
de sus hijos por ser rica. Cualquier ser humano en su sano juicio preferiría
ver a su familia sana aunque eso supusiera no llegar a fin de mes.
Obviamente,
cuando un día es triste y gris es como un luto. Muchas personas sienten que el
mundo es demasiado pequeño y que están atrapadas en él. Todos necesitamos, en
ocasiones, recuperar la sensación de inmensidad.
Querido
lector, no pierdas la fe ni el empeño en lograrlo. Alguien hace poco me dijo que
si hacíamos todo lo que podíamos, que si luchábamos con empeño y tesón
persiguiendo un objetivo justo, también sería justo que el “universo” velase
por nosotros y nos devolviese un poco de paz y, por qué no, de recompensas.
No
hace falta que te felicite el año ni te desee suerte. No es necesario que te
diga que todo va a ir mejor. Sólo mi apoyo incondicional para que jamás ceses
en tu empeño…
CADA.
P.D.: A N, porque estoy segura de que tu
deseo se cumplirá. Quien desea unas alas es porque ya sabe volar
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