TENEMOS QUE HABLAR

Aquella tarde Lola le dijo a Mario: “Tenemos que hablar”. A Mario se le encogió tanto el corazón que pensó que en su lugar había una pasa. Ya ni siquiera podía oírlo latir. – Qué querrá – pensó.  - Por qué tendrá nada que decir…

Tenemos que hablar  es la frase más temida. La sentencia que mata a cualquiera.

Mario pasó el resto de la tarde liado con sus quehaceres cotidianos. No solía obcecarse con nada y su mente estaba inmersa en el trabajo. Lola, por su parte, estaba preocupada. Ordenaba sus ideas una y otra vez. Quería hablarle y quería que él escuchase. Escuchar no es sólo mirar al otro con atención. Escuchar, para ella, implicaba comprender. Ojalá Mario pudiese entenderlo todo…

Cuando Mario salió del trabajo decidió pasear. Aún era pronto y le encantaba quedarse abstraído con sus propios pensamientos. Tanto era así, que nunca sabía dónde comenzaba a caminar ni hasta dónde llegaba. De pronto, levantó la vista y estaba junto a la orilla de la playa. Adoraba aquella vista del sol muriendo junto a las rocas que le vieron crecer. Se ensimismó. Tanto que, por un segundo, la amó.

Pero no estaba solo… Había un anciano sentado en el espigón. Mario echó su vista hacia el horizonte. Sintió los últimos rayos de sol quemando la punta de sus pestañas. Idolatraba esa sensación del sol sobre su rostro. Un sol que ya se mostraba débil, lo que a él le permitía contemplarlo. Recordó su infancia. Aquella vez en la que estaba en la terraza superior del edificio con su tío, su abuela y unas improvisadas gafas ahumadas para ver un eclipse porque, según decían, si mirabas directamente te quedabas ciego.

Se acercó. Compartió asiento y espectáculo. El anciano se giró, le analizó profundamente y le dijo: “si algo hace grande a una persona es su capacidad para mirar a los ojos de otra”. Se sorprendió; pero al mismo tiempo percibió una bocanada de alcohol abrumadora. Ya no sabía si le carbonizaba más el sol o el aliento de aquel extraño viejo. Sin embargó pensó que sólo los borrachos dicen la verdad, pues está lo suficientemente desinhibidos como para afrontarla.

A él no parecía preocuparle si le olía o dejaba de oler el aliento y prosiguió: “Mario, ¿tú ya has cumplido con la vida?”

Mario se turbó. Estaba entre atónito y perplejo, además de no muy seguro de entender nada. Se giró y aquel hombre ya no estaba.

Volvió cabizbajo a casa. Cuando llegó Lola estaba preciosa. Tenía el pelo recogido en un moño mal hecho y se movía deprisa por la casa. Le estaba evitando; no quería encontrarse de golpe con su ojeada. Él tampoco sabía si le apetecía dar más. Tras unos breves segundos estancado junto a la puerta, cogió todo el aire que llenaba la habitación para poder decirle que se sentara.

Entonces se comieron con la vista. Y lo hicieron con intensidad. Con la misma intensidad de tiempo atrás. Lo supo; ella era grande para él.

¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez fuiste amado? Ninguna otra razón podía pesar tanto. Ese y sólo ese era el motivo de su existencia. Sólo estaría completo si de verdad lo había probado. Mario no estaba muy seguro de haber completado su existencia en La Tierra.

Lola se decidió a hablar: “Estoy harta de amar en silencio ¿Cuándo viene la parte bonita del amor? ¿Sentir amor es lo mismo que tenerlo?”

Él no tenía las respuestas. Además, estaba perdido en un discurso en el que ella era mucho más emocional, mucho más sabia, mucho más valiente. Sabía que dijera lo que dijese algo saldría mal. No tenía experiencia en afrontar sentimientos y tampoco quería tenerla. Por un momento casi prefirió el aliento fétido de aquel extraño personaje a esta incómoda situación. Pero estaba allí con ella. Se sintió desorientado y mareado. Quería una cerveza y no era buen momento para decirlo. El silencio se hizo eterno. Ella dejó de aguantarle la mirada. Le soltó la mano. Sintió autocompasión por sí misma y pena profunda por él. Ella nunca tendría lo que quería de Mario.

Ya iba a levantarse cuando Mario tiró de ella: “¿Alguna vez te preguntas si lo hice por amor? Obviamente sí. ¿Acaso hay otra cosa en la vida que nos haga mover el culo?”




Hay personas que tienen el poder de llenar y vaciar el corazón. Algunas incluso son capaces de hacerlo un instante seguido de otro; pero lo único que cuenta en esta vida es el tiempo que se aprovechó, porque lo demás está fuera del cronómetro…


CADA

LENGUAJE Y COMUNICACIÓN DE 0 A 3 AÑOS

El desarrollo del lenguaje sigue tres áreas

Fonética: la adquisición de los fonemas del lenguaje adulto se hace progresivamente    desde que el niño nace. Esta adquisición depende de
          Desarrollo del oído
          Complicación de los fonemas
          Claridad de pronunciación de los que hablan

Semántica: los niños, cuando utilizan una palabra, no conocen el significado total, sólo algunos rasgos. A medida que el significado se va enriqueciendo, el lenguaje del niño se va pareciendo al de los adultos.

Morfosintáctica: sigue varios pasos:
  Olofrástica: para el niño una palabra lo dice todo.
  Frases de 2 palabras.
  Frases telegráficas.


(Imagen de: http://apoyoalainclusionitagui.wordpress.com/actividades-especificas-del-lenguaje/)



Aprendizaje mediado. El cuenta-cuentos


      Si bien los padres les señalan y leen a los niños los carteles escritos, lo que más favorece la adquisición de conocimientos sobre el lenguaje escrito es la lectura frecuente y repetida de libros de cuentos.


      Durante la lectura, al producirse cambios en la entonación, caracterizar un personaje, crear suspenso, mantener la atención, generar un intercambio verbal alrededor de la historia, se promueven estrategias de comprensión y producción de textos, que contribuyen al aprendizaje de la lectura y la escritura.

      
      En la construcción grupal de un relato se utilizan estrategias del discurso narrativo y se favorecen los procesos de comprensión, porque para respetar la coherencia del relato, es necesario atender a la información importante y, a las relaciones temporales y causales de los sucesos del cuento.

      La lectura frecuente de cuentos contribuye al desarrollo del vocabulario, a la adquisición de conocimientos sobre el libro y su manejo y a la orientación de la escritura; promueve el reconocimiento de palabras escritas y el desarrollo del esquema narrativo.



En la lectura de cuentos es fundamental la forma en que el adulto mediatiza el texto.


CÓMO LEE EL CEREBRO

      El cerebro está formado por dos hemisferios; derecho e izquierdo. El hemisferio izquierdo tiene un peso importante en el control del lenguaje mientras que el derecho trabaja con imágenes y procesa la información espacial.

      En el acto de leer ambos hemisferios trabajan conjuntamente. El hemisferio derecho, utilizando sus técnicas viso-espaciales, toma la palabra en su conjunto y la ve íntegramente en un solo golpe de vista. El hemisferio izquierdo decodifica los símbolos uno por uno, construyendo las palabras a partir de letras.

      El niño pequeño, menor de 5 años, es capaz de reconoces palabras completas y de irlas asociando poco a poco a sus imágenes y a sus sonidos. Por esta razón, éste es un buen método de enseñanza en educación infantil.

      Hacia los 6 ó 7 años, la parte del hemisferio izquierdo encargada de la decodificación de los fonemas es lo suficientemente madura como para empezar a trabajar con letras de forma individual y utilizar sistemas de enseñanza de la lectura tradicionales.

LA MADURACIÓN

      En el proceso de aprendizaje de la lectoescritura intervienen diferentes factores que pueden conocerse como habilidades básicas. Entre ellas influye la maduración del niño o la niña. Este componente se explica como una interacción entre la herencia biológica y las condiciones ambientales (Jiménez, 1983).


¿Cuál es la relación entre la lateralidad y el lenguaje?

      El 98% de los diestros tienen el lenguaje lateralizado predominantemente en el hemisferio izquierdo. En los zurdos los datos son más contradictorios, y la relación con la lateralidad manual es menos concluyente.

      Si consideramos diferentes condiciones patológicas de desarrollo del lenguaje encontramos algunas aportaciones interesantes:

Los niños multilingües, comparados con los monolingües, en pruebas de escucha dicótica, tienen una mayor ventaja del oído izquierdo para estímulos verbales por lo que se supone que una localización más bilateral.

Los niños sordos expuestos desde el nacimiento al lenguaje de los signos, tienen una diferenciación hemisférica comparable a la de los oyentes. Pero si la exposición ha sido tardía (más allá de los 8 años), no tienen tanta dominancia del hemisferio izquierdo.

      En los zurdos parece existir una mayor variabilidad en la lateralización del lenguaje, pero no se ha podido encontrar una relación directa entre la lateralidad y los trastornos del desarrollo del lenguaje.


Propuesta de actividades de aprendizaje previas a la lectura

Vinculación social
Habla / Hablar mucho
Prácticas sobre las necesidades físicas (igual que en los tableros de               comunicación)
Educar el oído: sonidos de ruidos, de instrumentos, de letras
Distinguir grande y pequeño
Afectividad
Masaje infantil
Reproducir sonidos (además de reconocer)
Cualidades comparativas de los objetos
Ejercicios de coordinación motora
Imitar
Dibujar
Permitir la exploración


Propuesta de actividades para pre-lectores

Comparar palabras con objetos físicos reales
Clasificar
Distinguir las letras por el tacto. Recorrer con pintura de dedos
Unir palabras a objetos
Lenguaje gestual (se traducirá en que las letras tienen rasgos concretos, al igual que cada gesto)
Realizar grafismos. Escritura espontánea
Tener libros
Desarrollar oportunidades lectoras y escritoras
Construcción grupal de un relato
Orientación
 Hablar mucho
Dejar que exploren según sus intereses individuales
Rodearles de libros
Llevarles a ambientes lectores

Recomendaciones para la familia

      Rodearse de libros y papel impreso. Los ambientes lectores estimulan a leer. Los hijos que ven leer a sus padres y madres les imitan. Tener libros y permitir que los utilicen cuando deseen. Manejar mucha cantidad y variedad de material impreso: revistas, propagandas, libros, periódicos, recetas, poesías…

      Dedicar un tiempo semanal a actividades compartidas. Leer, dibujar, escribir, asistir a cuentacuentos, visitar bibliotecas…

     Interesarse por las producciones de los hijos/as y valorar positivamente su esfuerzo

    Ofrecer un modelo de habla correcto, claro y pausado

    Compartir amplios momentos de comunicación
    
    Leer solo y leer a los hijos

   Motivar, apoyar y reforzar. Apoyar la ilusión y no desmotivar los intereses individuales. No agobiar y ser pacientes


BEATRIZ DE LA RIVA
PEDAGOGA


EN EL PRÓXIMO BAILE

Llevo unas cuantas semanas con una especie de limpieza interna. Estoy seguro de que mis amigos me echarán de menos, pero hay momentos en la vida en los que uno tiene que dedicarse a sí mismo. Jorge Bucay, que es un señor muy listo, psicólogo él, afirma que hay que ser el centro de la vida de uno. Si queréis verlo desde este punto de vista, lo que estoy haciendo es “centrarme” en mi propia vida.

Esto de centrarse es una cosa curiosa, porque uno empieza a darse cuenta de que muchas veces en el centro de su propia vida hay de todo menos uno mismo. Si pudiéramos hacer una lista, sin pretensiones de hacerla exhaustiva, puede haber adicciones que nos obligan a bajar de casa a las doce de la noche para encontrar la sustancia en cuestión, pueden ser los otros, puede ser la familia, que nos reclama constantemente atención o la pareja, que intenta que seamos de determinada manera para estar a gusto.

Y sin darse ni cuenta, uno empieza a actuar como a los demás les gusta que actúes, comienzas a dejar atrás algunos viejos patrones y te encuentras con gente maravillosa, pero aún así, sientes que te falta algo, que no terminas de estar “conectado”, que vives una especie de ilusión que se mantiene en el tiempo y que te impide ser auténtico, porque tu vida se ha convertido en un baile de máscaras.

Bien pensado, más que un teatro, como decía Shakespeare, nuestra existencia se parece más a un baile, buscando con quien danzar en la próxima pieza y mostrando nuestra mejor versión, para intentar caer bien a los que tenemos alrededor. Con aquel me pongo esta máscara y con el de más allá me disfrazo del más despiadado de los Arlequines, pero de tanto disfrazarme, de tanto poner y quitar máscaras, se nos termina olvidando qué es lo que vinimos a hacer a este baile, que es tanto como decir que se nos termina olvidando quien soy.

En la mayoría de las ocasiones, uno de esos disfraces nos gusta más que otro, parece que nos encaja como un guante, de tal forma que nos sentimos tan bien en él que empezamos a pensar como si fuéramos el disfraz, entrenamos sus pensamientos, sus emociones, sus ademanes y sus gestos y somos tan buenos, tan buenos que nos dejamos llevar por la ilusión de que en realidad el personaje es lo que va debajo de la máscara.

Un día, sin apenas darnos cuenta, comenzamos a tener miedo. Cuando llegamos al baile alguien nos dijo que no era prudente quitarnos la máscara, que nadie querría bailar con nosotros si llevábamos la cara descubierta y como las peores mentiras son las más extendidas, nos lo creímos. Así que postergamos un poquito el momento de dejar el disfraz, porque como Arlequines nos encantaría disfrutar del roce virtuoso de esa Polichinela saltimbanqui y pizpireta.

Pero no todo el mundo tiene miedo, hay quien llega a la fiesta apenas cubierto con un taparrabos. Al principio, te acercas dudando, el color de la piel te recuerda vagamente a algo que tú mismo llevas, pero te miras y no, tú piel es blanca y negra, a cuadrados regulares, tan graciosa. Parece otro disfraz más, muy bien creado, muy bien cortado y le sienta tan bien...Te fijas en su máscara, que es la misma siempre pero a la vez es distinta. Ora está curvada hacia arriba, ora hacia abajo, ora un mecanismo interno hace que se resbalen gotas de agua por el rostro...¡Qué máscara tan preciosa!


(imagen de tangopoema55.blogspot.com)
Te gustaría ser como él o ella, te gustaría tener esa máscara dinámica pero claro, eso significaría que los demás sabrían lo que piensas, lo que opinas, lo que eres y a ti no te gusta, hace tanto que comenzó el baile, te has esforzado tanto por sentirte aceptado, respetado, que pudiera ser que ahora, justo ahora que la Polichinela te ha prometido el próximo baile.

Y empiezas a darte cuenta de que el traje no te sienta tan bien, que hay pequeñas arrugas, una incomodidad aquí y un ligero picor allá, como si algo no ajustara de todo. Y miras un poco hacia dentro, descubriendo que debajo del traje hay algo más, pero no te gusta, no es tan bonito, ni tan gracioso, ni tan interesante y haces los posible para que no se vea, con tanto ardor que te olvidas de lo que hay debajo y en estas, comienza el baile.

Polichinela se acerca a tí, los brazos extendidos, dando ligeros saltitos al ritmo de una música embriagadora y deseas que la música no pare nunca. Qué más da lo que haya debajo, si estás bailando, con la más deseable de las parejas que se encuentran en el salón. Te olvidas que la noche llegará a su fin dejando hueco a una mañana diferente. Te olvidas del extraño personaje que, divertido, observa desde un rincón, sin bailar con nadie. Y mientras la música suena comienzas a prestarle un poco de atención, disimuladamente al principio, sin esconderte después. Clavando tus ojos en ese disfraz lleno de imperfecciones que sustenta con tanto orgullo. Y te mira. Se ha dado cuenta de que le observas, ya no hay forma de disimularlo. Hace un pequeño gesto con la cabeza, señala una cicatriz en el muslo y arquea ligeramente las cejas para decir: Sí, ¿y qué?

Estás tan absorto observando al desconocido que no te das cuenta de que el baile continúa, la pieza terminó y tu Polichinela se encuentra en brazos de otro, que a su vez, con toda seguridad, será reemplazado con la próxima canción. Y sin saber cómo, el baile empieza a no ser tan divertido, el extraño traje del desconocido comienza a ejercer sobre ti un efecto hipnótico, te acercas, le tocas y empiezas a saber, en algún rincón muy dentro de ti, que tú tienes un traje igual.

Vas al baño, cierras la puerta, miras que no haya nadie alrededor y te plantas delante del espejo...¿Pudiera ser, tal vez...? Parece que sí, allí al fondo se ve algo y entonces, levantas temeroso la máscara que cubre tu rostro. Oh! Si es igual que la del desconocido, igual pero diferente y tú nunca has querido ser diferente, así que el miedo se apodera de ti con más fuerza, sales del baño, a trompicones, tropiezas con las otras máscaras que riendo se dirigen en tu contra, te miran extrañados y te preguntan qué dónde te has metido y no sabes qué decir, porque te ha dado tanto miedo saber que tu disfraz es un fraude que no puedes sino inventarte mil excusas para esconder la evidencia.

Y en esas estamos, en ese momento único donde hay que decidir si seguir disfrazado para siempre, aunque el disfraz tenga más de un enganchón y se vea el gastado forro o decidir si ser el centro de mi propia vida le pese a quien le pese.

Feliz semana para tod@s


EDU

MI CAMA COMO ANTAGONISTA

Desde que nací he tenido problemas para dormir. Recuerdo perfectamente, ser bien pequeña y que mis padres me mandasen a la cama y yo empezase toda una vida en paralelo. Mi linterna, mi edredón y cualquier cuento eran herramientas suficientes para dar rienda suelta a mi doble vida.

Cayeron los años y la situación pasó de normalizada a completamente normal. Por un lado estaba mi exceso de actividad física y mental y, por otro, mi creencia consabida de que dormir era de cobardes. Le faltan horas al día. Hay demasiadas cosas que hacer.

Cuando descubrí que durmiendo es el único momento en el que no se pueden hacer dos cosas a la vez, me autoconvencí de que restar horas de sueño era lo lógico.

Todos mis compañeros de lecho acababan desquiciados preguntándome si nunca se apoderaría de mí el agotamiento y, finalmente, me suplicaban que me fuese al salón a leer o bailar el chotis, pero que entendiese su necesidad de descanso.

Me apenaban los demás, los que vivían menos por no ser como yo, los que no sabían sacarle partido a todos esos minutos desperdiciados en una actividad catártica.

Y hoy, empiezo a ver con ojos acuosos la virtud de soñar placenteramente para despertar con una sonrisa de regodeo bendito.

No hacen falta muchas horas, pero sí bien aprovechadas. Yo soy esa persona que con cinco horas de sueño rinde como la que más. No necesito mucho. Pero mi memoria era incapaz de recordar si en algún momento de mi existencia, esas cinco horas se habían consumado al unísono.

Y con la madurez llegaron los estreses más fervientes. El insomnio más púramente inhumano. El no dormir por convertirte en una auténtica hoja de cálculo nocturno. ¿Conocéis esa sensación de despertarse en medio de la noche recordando los pagos que vencen a fin de mes y entre medio vigilia, medio atontamiento, musitar cosas del tipo a: 200 menos 50 y 3 de lo otro que me quedaban…?

Dos horas después, tras procesamiento de datos con integrales, llega la parte de enfermedades familiares, de sensación de soledad, de pesar por los líos en los que andas metido… A las cinco de la mañana estás indignado contigo mismo, por la mala vida que has elegido. Una vida tan mal diseñada que te das cuenta de que nunca has dormido.

Entras en la ducha. Total, para lo que haces en la cama… A vueltas con tu situación, tus cuentas, tus trabajos pendientes… una noche más.




Sales con el albor del frío a la calle. Encabronado. Odiando a los que parecen descansados. Sintiéndote un mierda y el más desgraciado. Tienes resaca sin haber bebido, sin haber salido de fiesta, sin haber conocido a nadie fantástico en ningún bar de moda.

Pero cuando sale el sol, drácula se evapora. El color de la luz desempaña la oscuridad y ya nada es tan malo.

Si aún pueden hacerse cosas, es porque hay opciones.

Te sientes estúpido. ¡Menuda nochecita has pasado! Y todo por ser un puñetero paranoico desquiciado.

Entonces, vislumbras lo que pasa: la cama es esa maldita que nos hace pensar en cosas desagadables.

Nada es igual tumbado en medio de la noche que de pie en el centro soleado de una plaza. Eres el mismo y sólo han pasado unas horas, pero la situación es completamente diferente.

¿Nunca te has preguntado por qué por la noche se puede estar aterrado en la cama y al amanecer pensar “qué tontería”? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué la cama nos juega esas malas pasadas?

Hasta que, hace muy poco, un médico me descubrió una estúpida dolencia física que explicaba mi insomnio fisiológico. Con una sencilla recomendación, esa misma noche descubrí un mundo hasta entonces inexplorado. Experimenté, por primera vez, lo que significaba, a todas letras, la palabra DORMIR.

Curiosa esa necesidad humana que no puede explicarse por qué existe y sobre la que aún hay mucho que desentrañar. Pero el gustito que genera es incomparable a nada…

Un amigo quiso hacerme recomendaciones que a él le funcionaban cuando su cerebro inquieto y su cama le hacían la opa hostil. Me dijo: “sabes lo que hago yo? Yo escucho la radio.”

¿La radio? ¿Escuchar la radio para dormir? Mmmm… A mí eso no puede funcionarme! Está claro que las mujeres, además de multitarea, somos multipensamiento. Podemos escuchar la radio y continuar con los cálculos mentales.

Sigo durmiendo menos que el resto, sigo sintiendo lástima por quién no puede pasar una noche hablando y una mañana intensa, sigo mirando enrarecida a quien aparece con ojeras por no haber dormido. Pero estoy aprendiendo a apreciar una noche de un tirón y una cura de sueño…


CADA.

LA MARAVILLOSA CAPACIDAD DE DECIR: LO SIENTO

¿Qué ves cuándo te miras delante de un espejo? Os invito a que probéis el ejercicio. Siéntate cómodamente delante del espejo, con la espalda recta y los pies apoyados en el suelo. Respira. Intentando centrar tu atención en la sensación de cómo el aire entra y sale de los pulmones, observando, sencillamente. Mira los ojos que te miran desde el reflejo y sigue observando qué sucede dentro de ti.

En un momento determinado, probablemente, empezarás a sentirte incómodo, incómoda. Empezarás a recordar y con un poco de suerte, te vendrán pensamientos acerca de esos momentos de los que te arrepientes en la vida...¿suerte? Así dicho, no parece muy afortunado enfrentarte con esas sombras de tu alma que desearías no tener, con esas manchas que tratas por todos los medios de ocultar y ocultarte. No parece muy afortunado observar todo aquello que si los demás supieran de ti, te alejaría de ellos, porque no puedes perdonártelo.

¿Qué ves cuándo te miras delante de un espejo? Sombra...Pero, ¿qué es la sombra? Todo lo que no aceptas de ti. En realidad, todo lo que no te quieres, todo el odio que sientes hacia ti mismo porque si no lo odiaras no tendrías que ocultarlo. Y este es el comienzo del juego, un juego de sombras en el que te ocultas, un parapeto de creencias, tensiones y defensas tras las que encerrar los aspectos más recónditos del sí mismo.

Y ahora, ¿qué sucedería si todas esas sombras vieran la luz? ¿qué sucedería si pudieras mirarte al espejo, reconocer todo lo que se esconde tras esos ojos que se reflejan y no trataras de ocultarte nada?

La mejor terapia que conozco es poder sentarte delante de alguien y desnudarse sin justificaciones, mostrarse sin dudas, decir soy la persona más horrible del mundo y que el de enfrente dijera: tranquilo, no hay problema. No es fácil. Hay tantos aspectos que nos avergüenzan de nosotros mismos que no podemos dejar que los demás los vean. Y curiosamente, el problema no radica en que seamos imperfectos, el problema es que nos da vergüenza serlo.

Vamos a dar un paso más: salgo a la calle, voy a una cafetería, pido un café y el camarero me sirve una amarga ración de rictus. La sombra dirá que no puede ser, que yo tengo derechos, que me merezco otra cosa...Cuando he podido reconocer que soy la persona más horrible del mundo, sólo puedo sentir compasión por ese camarero que aún no sabe lo que expresa su propia cara. Porque lo más difícil es saber que esa cara amarga es la que refleja mi propio interior.

Hace falta un punto de valentía muy importante para sacar a la luz lo que consideramos lo peor de nosotros mismos. Si vas a un bar un sábado por la noche es posible que seas testigo de muchas conversaciones entre personas que se gustan y tratan de mostrar su mejor rostro. Maquillaje para disimular las arrugas, ropas que ocultan esos kilitos de más o que se ciñen a aquellas zonas de nuestro cuerpo que queremos resaltar. Imaginemos por un momento que estamos en un lugar diferente, en un universo paralelo donde no existen palabras, donde la gente se comunica por lo que ve, como si fueran libros donde han quedado impresos cada uno de nuestros pensamientos, de nuestros actos. Sólo habría que acercarse y leer.

(imagen de inspirulina.com)

En un mundo así ¿serviría de algo mentir? ¿serviría de algo culparse? ¿serviría de algo el odio? Nuestros lectores más antiguos ya saben que soy un defensor a ultranza del amor a través del conocimiento. No puede haber amor sin conocer. No puede haber conocimiento sin luz. No puede haber verdad si trato de ocultar en los armarios lo peor de mí mismo, porque el olor de la porquería siempre termina delatándome.

Vivimos en un mundo de sombras, porque creemos que no hay perdón para ellas. Empecemos por perdonarnos a nosotros mismos, empecemos por confiar en que en algún sitio hay alguien que nos ve como un libro abierto y a pesar de ello, quiere seguir a nuestro lado. Recuerdo una conversación con un viejo amigo, al hilo de un libro que estaba leyendo por aquel entonces: en general está bien, aunque le sobran cien páginas, le dije. Me miró con una media sonrisa y respondió: si en mil páginas no cuela ninguna mala sería un genio. Con nuestra vida sucede igual. Si con todos los días que acumulamos no tuviéramos alguno malo seríamos genios.

Aunque nosotros contamos con una ventaja que no cuenta ningún editor. Podemos reescribir una y otra vez esa página menos lustrosa hasta sacarle brillo, hasta que no contenga ninguna errata, hasta que no haya nada de lo que avergonzarse. Sólo hay una condición, que no quieras releer una y otra vez las páginas bien escritas. Para mejorar no queda otra que saber lo que puede ser modificado. Para limpiar un armario no queda más que abrirlo y mirar lo que hay dentro.

Todo puede empezar por un espejo, por una tarde en la que tranquilamente, te sientas y miras sinceramente el reflejo de unos ojos que te miran. Todo puede empezar en una gota de agua que te recuerda que al fin y al cabo, estamos aquí para limpiar, no para señalar la suciedad con ahínco sádico. Todo puede empezar en este instante, con una página que quieres reescribir. Basta con sentarse, abrir el libro y señalar ese párrafo que creíamos maldito. Ayúdame a reescribirlo.

El mundo comienza en un párrafo maldito. En una frase que no quisimos pronunciar. En un acto que no quisimos hacer. En un paso que no quisimos dar. Es de humanos equivocarse, por eso, en igual medida, los seres humanos tenemos la maravillosa capacidad de decir: lo siento.

Espero que vuestra semana esté llena de luz y frases hermosas que reescribir en esos borrones que todos acumulamos

Os quiero

EDU