Aquella tarde Lola le dijo a Mario: “Tenemos que hablar”. A
Mario se le encogió tanto el corazón que pensó que en su lugar había una pasa.
Ya ni siquiera podía oírlo latir. – Qué querrá – pensó. - Por qué tendrá nada que decir…
Tenemos que hablar es la frase más temida. La sentencia que mata
a cualquiera.
Mario pasó el resto de la tarde liado con sus quehaceres
cotidianos. No solía obcecarse con nada y su mente estaba inmersa en el
trabajo. Lola, por su parte, estaba preocupada. Ordenaba sus ideas una y otra
vez. Quería hablarle y quería que él escuchase. Escuchar no es sólo mirar al
otro con atención. Escuchar, para ella, implicaba comprender. Ojalá Mario
pudiese entenderlo todo…
Cuando Mario salió del trabajo decidió pasear. Aún era
pronto y le encantaba quedarse abstraído con sus propios pensamientos. Tanto
era así, que nunca sabía dónde comenzaba a caminar ni hasta dónde llegaba. De
pronto, levantó la vista y estaba junto a la orilla de la playa. Adoraba
aquella vista del sol muriendo junto a las rocas que le vieron crecer. Se
ensimismó. Tanto que, por un segundo, la amó.
Pero no estaba solo… Había un anciano sentado en el espigón.
Mario echó su vista hacia el horizonte. Sintió los últimos rayos de sol
quemando la punta de sus pestañas. Idolatraba esa sensación del sol sobre su
rostro. Un sol que ya se mostraba débil, lo que a él le permitía contemplarlo.
Recordó su infancia. Aquella vez en la que estaba en la terraza superior del
edificio con su tío, su abuela y unas improvisadas gafas ahumadas para ver un
eclipse porque, según decían, si mirabas directamente te quedabas ciego.
Se acercó. Compartió asiento y espectáculo. El anciano se
giró, le analizó profundamente y le dijo: “si algo hace grande a una persona es
su capacidad para mirar a los ojos de otra”. Se sorprendió; pero al mismo
tiempo percibió una bocanada de alcohol abrumadora. Ya no sabía si le carbonizaba
más el sol o el aliento de aquel extraño viejo. Sin embargó pensó que sólo los borrachos dicen la verdad, pues
está lo suficientemente desinhibidos como para afrontarla.
A él no parecía preocuparle si le olía o dejaba de oler el
aliento y prosiguió: “Mario, ¿tú ya has cumplido con la vida?”
Mario se turbó. Estaba entre atónito y perplejo, además de
no muy seguro de entender nada. Se giró y aquel hombre ya no estaba.
Volvió cabizbajo a casa. Cuando llegó Lola estaba preciosa.
Tenía el pelo recogido en un moño mal hecho y se movía deprisa por la casa. Le
estaba evitando; no quería encontrarse de golpe con su ojeada. Él tampoco sabía
si le apetecía dar más. Tras unos breves segundos estancado junto a la puerta,
cogió todo el aire que llenaba la habitación para poder decirle que se sentara.
Entonces se comieron con la vista. Y lo hicieron con
intensidad. Con la misma intensidad de tiempo atrás. Lo supo; ella era grande
para él.
¿Alguna vez amaste? ¿Alguna vez fuiste amado? Ninguna otra
razón podía pesar tanto. Ese y sólo ese era el motivo de su existencia. Sólo
estaría completo si de verdad lo había probado. Mario no estaba muy seguro de
haber completado su existencia en La Tierra.
Lola se decidió a hablar: “Estoy harta de amar en silencio
¿Cuándo viene la parte bonita del amor? ¿Sentir amor es lo mismo que tenerlo?”
Él no tenía las respuestas. Además, estaba perdido en un
discurso en el que ella era mucho más emocional, mucho más sabia, mucho más
valiente. Sabía que dijera lo que dijese algo saldría mal. No tenía experiencia
en afrontar sentimientos y tampoco quería tenerla. Por un momento casi prefirió
el aliento fétido de aquel extraño personaje a esta incómoda situación. Pero
estaba allí con ella. Se sintió desorientado y mareado. Quería una cerveza y no
era buen momento para decirlo. El silencio se hizo eterno. Ella dejó de
aguantarle la mirada. Le soltó la mano. Sintió autocompasión por sí misma y
pena profunda por él. Ella nunca tendría lo que quería de Mario.
Ya iba a levantarse cuando Mario tiró de ella: “¿Alguna vez
te preguntas si lo hice por amor? Obviamente sí. ¿Acaso hay otra cosa en la
vida que nos haga mover el culo?”
Hay personas que tienen el poder de llenar y vaciar el
corazón. Algunas incluso son capaces de hacerlo un instante seguido de otro;
pero lo único que cuenta en esta vida es el tiempo que se aprovechó, porque lo
demás está fuera del cronómetro…
CADA
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