Desde que nací he tenido
problemas para dormir. Recuerdo perfectamente, ser bien pequeña y que mis
padres me mandasen a la cama y yo empezase toda una vida en paralelo. Mi
linterna, mi edredón y cualquier cuento eran herramientas suficientes para dar
rienda suelta a mi doble vida.
Cayeron los años y la
situación pasó de normalizada a completamente normal. Por un lado estaba mi
exceso de actividad física y mental y, por otro, mi creencia consabida de que
dormir era de cobardes. Le faltan horas al día. Hay demasiadas cosas que hacer.
Cuando descubrí que
durmiendo es el único momento en el que no se pueden hacer dos cosas a la vez,
me autoconvencí de que restar horas de sueño era lo lógico.
Todos mis compañeros de lecho
acababan desquiciados preguntándome si nunca se apoderaría de mí el agotamiento
y, finalmente, me suplicaban que me fuese al salón a leer o bailar el chotis,
pero que entendiese su necesidad de descanso.
Me apenaban los demás, los
que vivían menos por no ser como yo, los que no sabían sacarle partido a todos
esos minutos desperdiciados en una actividad catártica.
Y hoy, empiezo a ver con
ojos acuosos la virtud de soñar placenteramente para despertar con una sonrisa
de regodeo bendito.
No hacen falta muchas
horas, pero sí bien aprovechadas. Yo soy esa persona que con cinco horas de
sueño rinde como la que más. No necesito mucho. Pero mi memoria era incapaz de
recordar si en algún momento de mi existencia, esas cinco horas se habían
consumado al unísono.
Y con la madurez llegaron
los estreses más fervientes. El insomnio más púramente inhumano. El no dormir
por convertirte en una auténtica hoja de cálculo nocturno. ¿Conocéis esa
sensación de despertarse en medio de la noche recordando los pagos que vencen a
fin de mes y entre medio vigilia, medio atontamiento, musitar cosas del tipo a:
200 menos 50 y 3 de lo otro que me quedaban…?
Dos horas después, tras procesamiento
de datos con integrales, llega la parte de enfermedades familiares, de
sensación de soledad, de pesar por los líos en los que andas metido… A las
cinco de la mañana estás indignado contigo mismo, por la mala vida que has
elegido. Una vida tan mal diseñada que te das cuenta de que nunca has dormido.
Entras en la ducha. Total , para lo
que haces en la cama… A vueltas con tu situación, tus cuentas, tus trabajos
pendientes… una noche más.
Sales con el albor del
frío a la calle. Encabronado. Odiando
a los que parecen descansados. Sintiéndote un mierda y el más desgraciado. Tienes resaca sin haber bebido, sin
haber salido de fiesta, sin haber conocido a nadie fantástico en ningún bar de
moda.
Pero cuando sale el sol,
drácula se evapora. El color de la luz desempaña la oscuridad y ya nada es tan
malo.
Si aún pueden hacerse
cosas, es porque hay opciones.
Te sientes estúpido.
¡Menuda nochecita has pasado! Y todo por ser un puñetero paranoico desquiciado.
Entonces, vislumbras lo
que pasa: la cama es esa maldita que
nos hace pensar en cosas desagadables.
Nada es igual tumbado en
medio de la noche que de pie en el centro soleado de una plaza. Eres el mismo y
sólo han pasado unas horas, pero la situación es completamente diferente.
¿Nunca te has preguntado
por qué por la noche se puede estar aterrado en la cama y al amanecer pensar
“qué tontería”? ¿Qué es lo que sucede? ¿Por qué la cama nos juega esas malas
pasadas?
Hasta que, hace muy poco,
un médico me descubrió una estúpida dolencia física que explicaba mi insomnio
fisiológico. Con una sencilla recomendación, esa misma noche descubrí un mundo
hasta entonces inexplorado. Experimenté, por primera vez, lo que significaba, a
todas letras, la palabra DORMIR.
Curiosa esa necesidad
humana que no puede explicarse por qué existe y sobre la que aún hay mucho que
desentrañar. Pero el gustito que genera es incomparable a nada…
Un amigo quiso hacerme
recomendaciones que a él le funcionaban cuando su cerebro inquieto y su cama le
hacían la opa hostil. Me dijo: “sabes
lo que hago yo? Yo escucho la radio.”
¿La radio? ¿Escuchar la
radio para dormir? Mmmm… A mí eso no puede funcionarme! Está claro que las
mujeres, además de multitarea, somos multipensamiento. Podemos escuchar la
radio y continuar con los cálculos mentales.
Sigo durmiendo menos que
el resto, sigo sintiendo lástima por quién no puede pasar una noche hablando y una
mañana intensa, sigo mirando enrarecida a quien aparece con ojeras por no haber
dormido. Pero estoy aprendiendo a apreciar una noche de un tirón y una cura de
sueño…
CADA.
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