Llevo
unas cuantas semanas con una especie de limpieza interna. Estoy
seguro de que mis amigos me echarán de menos, pero hay momentos
en la vida en los que uno tiene que dedicarse a sí mismo. Jorge
Bucay, que es un señor muy listo, psicólogo él, afirma que hay que
ser el centro de la vida de uno. Si queréis verlo desde este punto
de vista, lo que estoy haciendo es “centrarme” en mi propia vida.
Esto
de centrarse es una cosa curiosa, porque uno empieza a darse
cuenta de que muchas veces en el centro de su propia vida hay de todo
menos uno mismo. Si pudiéramos hacer una lista, sin pretensiones
de hacerla exhaustiva, puede haber adicciones que nos obligan a bajar
de casa a las doce de la noche para encontrar la sustancia en
cuestión, pueden ser los otros, puede ser la familia, que nos
reclama constantemente atención o la pareja, que intenta que seamos
de determinada manera para estar a gusto.
Y
sin darse ni cuenta, uno empieza a actuar como a los demás les
gusta que actúes, comienzas a dejar atrás algunos viejos
patrones y te encuentras con gente maravillosa, pero aún así,
sientes que te falta algo, que no terminas de estar “conectado”,
que vives una especie de ilusión que se mantiene en el tiempo y que
te impide ser auténtico, porque tu vida se ha convertido en un baile
de máscaras.
Bien
pensado, más que un teatro, como decía Shakespeare, nuestra
existencia se parece más a un baile, buscando con quien danzar en la
próxima pieza y mostrando nuestra mejor versión, para intentar
caer bien a los que tenemos alrededor. Con aquel me pongo esta
máscara y con el de más allá me disfrazo del más despiadado de
los Arlequines, pero de tanto disfrazarme, de tanto poner y quitar
máscaras, se nos termina olvidando qué es lo que vinimos a hacer a
este baile, que es tanto como decir que se nos termina olvidando
quien soy.
En
la mayoría de las ocasiones, uno de esos disfraces nos gusta más
que otro, parece que nos encaja como un guante, de tal forma que nos
sentimos tan bien en él que empezamos a pensar como si fuéramos el
disfraz, entrenamos sus pensamientos, sus emociones, sus ademanes
y sus gestos y somos tan buenos, tan buenos que nos dejamos llevar
por la ilusión de que en realidad el personaje es lo que va debajo
de la máscara.
Un
día, sin apenas darnos cuenta, comenzamos a tener miedo.
Cuando llegamos al baile alguien nos dijo que no era prudente
quitarnos la máscara, que nadie querría bailar con nosotros si
llevábamos la cara descubierta y como las peores mentiras son las
más extendidas, nos lo creímos. Así que postergamos un poquito
el momento de dejar el disfraz, porque como Arlequines nos encantaría
disfrutar del roce virtuoso de esa Polichinela saltimbanqui y
pizpireta.
Pero
no todo el mundo tiene miedo, hay quien llega a la fiesta apenas
cubierto con un taparrabos. Al principio, te acercas dudando, el
color de la piel te recuerda vagamente a algo que tú mismo llevas,
pero te miras y no, tú piel es blanca y negra, a cuadrados
regulares, tan graciosa. Parece otro disfraz más, muy bien creado,
muy bien cortado y le sienta tan bien...Te fijas en su máscara, que
es la misma siempre pero a la vez es distinta. Ora está curvada
hacia arriba, ora hacia abajo, ora un mecanismo interno hace que se
resbalen gotas de agua por el rostro...¡Qué máscara tan preciosa!
(imagen de tangopoema55.blogspot.com)
Te
gustaría ser como él o ella, te gustaría tener esa máscara
dinámica pero claro, eso significaría que los demás sabrían lo
que piensas, lo que opinas, lo que eres y a ti no te gusta, hace
tanto que comenzó el baile, te has esforzado tanto por sentirte
aceptado, respetado, que pudiera ser que ahora, justo ahora que la
Polichinela te ha prometido el próximo baile.
Y
empiezas a darte cuenta de que el traje no te sienta tan bien, que
hay pequeñas arrugas, una incomodidad aquí y un ligero picor allá,
como si algo no ajustara de todo. Y miras un poco hacia dentro,
descubriendo que debajo del traje hay algo más, pero no te gusta,
no es tan bonito, ni tan gracioso, ni tan interesante y haces los
posible para que no se vea, con tanto ardor que te olvidas de lo
que hay debajo y en estas, comienza el baile.
Polichinela
se acerca a tí, los brazos extendidos, dando ligeros saltitos al
ritmo de una música embriagadora y deseas que la música no pare
nunca. Qué más da lo que haya debajo, si estás bailando, con la
más deseable de las parejas que se encuentran en el salón. Te
olvidas que la noche llegará a su fin dejando hueco a una mañana
diferente. Te olvidas del extraño personaje que, divertido, observa
desde un rincón, sin bailar con nadie. Y mientras la música
suena comienzas a prestarle un poco de atención, disimuladamente al
principio, sin esconderte después. Clavando tus ojos en ese disfraz
lleno de imperfecciones que sustenta con tanto orgullo. Y te mira. Se
ha dado cuenta de que le observas, ya no hay forma de disimularlo.
Hace un pequeño gesto con la cabeza, señala una cicatriz en el
muslo y arquea ligeramente las cejas para decir: Sí, ¿y qué?
Estás
tan absorto observando al desconocido que no te das cuenta de que el
baile continúa, la pieza terminó y tu Polichinela se encuentra en
brazos de otro, que a su vez, con toda seguridad, será
reemplazado con la próxima canción. Y sin saber cómo, el baile
empieza a no ser tan divertido, el extraño traje del desconocido
comienza a ejercer sobre ti un efecto hipnótico, te acercas, le
tocas y empiezas a saber, en algún rincón muy dentro de ti, que tú
tienes un traje igual.
Vas
al baño, cierras la puerta, miras que no haya nadie alrededor y te
plantas delante del espejo...¿Pudiera ser, tal vez...? Parece que
sí, allí al fondo se ve algo y entonces, levantas temeroso la
máscara que cubre tu rostro. Oh! Si es igual que la del desconocido,
igual pero diferente y tú nunca has querido ser diferente, así que
el miedo se apodera de ti con más fuerza, sales del baño, a
trompicones, tropiezas con las otras máscaras que riendo se dirigen
en tu contra, te miran extrañados y te preguntan qué dónde te has
metido y no sabes qué decir, porque te ha dado tanto miedo saber que
tu disfraz es un fraude que no puedes sino inventarte mil excusas
para esconder la evidencia.
Y
en esas estamos, en ese momento único donde hay que decidir si
seguir disfrazado para siempre, aunque el disfraz tenga más de un
enganchón y se vea el gastado forro o decidir si ser el centro de mi
propia vida le pese a quien le pese.
Feliz
semana para tod@s
EDU
Has descrito a la perfección lo que ha mí me pasó hace muy poco tiempo. Me he quitado la máscara, o mis muchas máscaras, y estoy aprendiendo a vivir al descubierto. Nada fácil por cierto
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario. Yo creo que descubrir la máscara ya es lo más difícil del proceso, luego está el mostrar tu verdadero rostro, pero por mucho miedo que de, descubres que sólo desde ese centro puedes ser feliz. Un abrazo
EliminarLa vida de verdad, es cara, y a veces el precio a pagar es muy elevado, pero a la larga merece la pena.
ResponderEliminarMuchas gracias Jesús. Ser uno mismo siempre merece la pena, qué duda cabe. El problema es que no siempre sabemos quiénes somos, pero ese es otro tema. Un abrazo enorme, es un lujo que nos sigas.
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