Hoy me apetece escribir unas cuantas líneas sobre un tema que no suele tener demasiada cabida en los análisis ni en los libros sobre crecimiento personal, a pesar de que en numerosas ocasiones, puede llevarnos a una vida sinsentido y a una alocada búsqueda de placer vacío, convirtiendo nuestra existencia en un oscuro nihilismo. Me refiero al discernimiento vocacional, ese proceso a través del cual la vida llama a nuestra puerta y nos ofrece el camino a seguir.
Antes de que os asustéis, lo primero que habría que decir es que la “vocación” no tiene que ver exclusivamente con la vida religiosa. La vocación es una llamada general a desarrollar mi vida en un determinado sentido, éste sentido puede ser religioso (en el caso de las vocaciones consagradas), pero también puede ser laico (el caso de miles de personas cooperantes, por ejemplo, que entienden su vida desde la actitud de servicio y entrega).
A lo largo de los años me he encontrado con personas realmente infelices porque nadie se preocupó de hacerles ver que se estaban equivocando con el desarrollo de su vida, que la vocación que habían elegido no es la que gritaba desde el fondo del corazón. Cuando no hacemos caso de “la llamada de la vida” corremos detrás de la felicidad, que se convierte así en un caldero de oro inalcanzable, en vez de dejarnos guiar por ella.
Estas personas tienen en común el hecho de que no consiguen separar el objetivo final de su existencia con las circunstancias vitales actuales. Aunque pueda parecer lo mismo la diferencia es fundamental. Según el modelo expuesto por Ken Wilber, el desarrollo humano se inicia desde el cuerpo hacia la mente y más allá, hacia el alma y el espíritu. Él lo llama hacia los aspectos causales y sutiles de la existencia (los aspectos que van más allá de la pura racionalidad). Aunque temiendo que el señor Wilber no estuviera de acuerdo, considero que la vocación tiene que ver con esos aspectos más allá de la razón, la forma en que ese “objetivo supremo” se concreta en nuestras vidas conforman las experiencias y circunstancias de nuestra cotidianeidad, que a su vez nos ayudan a encontrar nuestra verdadera misión en la vida, en un movimiento constante de abajo hacia arriba y de arriba hacia abajo.
Cuando no conseguimos escuchar o no hacemos caso de esa llamada, poco a poco nos encontramos con una pérdida de sentido que se manifiesta en una falta de ilusión por las cosas que hacemos y vivimos, un sentimiento de nostalgia existencial que cubre con una pátina de apatía las mismas situaciones que ayer nos entusiasmaban y nos colmaban de alegría.
El problema sobreviene cuando estamos en la dirección correcta y sin embargo las circunstancias donde se concreta nuestra vocación no nos entusiasman. Efectivamente un misionero puede haber acertado su objetivo vital y sin embargo no encontrarse cómodo con la realidad concreta que vive. Aquí es donde se hace fundamental separar actualidad y vocación. Para hacer correctamente este discernimiento es necesario e imprescindible contar con el apoyo de un otro que nos ayude a separar si debemos cambiar de circunstancias o realmente tenemos que dar un “salto transformador” que nos sitúe en sintonía con nuestro destino.
Después de haber sufrido y acompañado algunos de estos procesos me atrevería a indicar algunos síntomas que pueden ayudarnos a identificar cuál de los dos procesos estamos atravesando.
El cambio vocacional supone un avance en el desarrollo personal del individuo, por ello suele estar acompañado de una sensación de paz al vislumbrar el futuro y una ruptura emocional con el pasado. En numerosas ocasiones esta ruptura se vivencia con una falta de sentido vital, que no se puede explicar y que por supuesto, no suelen entender las personas más cercanas a nosotros (preguntad a cualquier cura qué dijo su familia cuando decidió ir al seminario o a cualquier cooperante las lágrimas en su casa al decir que se marchaba a África, Asia o Sudamérica). Como estamos más allá de la razón, no encontramos argumentos para justificar esa sensación de vacío, con lo que la tristeza puede y suele dar paso a una intensa angustia, el sentimiento compañero de las rupturas trascendentales.
Entender y explicar este proceso es fundamental para replantearnos nuestra vida desde un contexto más amplio, puesto que realizar movimientos “traslativos” (sería el caso de cambiar de pareja) únicamente nos conduce a una espiral de desesperación. El hecho del cambio puede aliviar en parte nuestros síntomas, pero con el tiempo, la pérdida de ilusión y la angustia volverán, encerrándonos en un ciclo de cambios que sin embargo no cambian nada, puesto que no transforman.
En el polo opuesto se sitúan los sentimientos “traslativos”, tenemos clara nuestra vocación y sin embargo no estamos a gusto con nuestras circunstancias. Aquí es más fácil realizar un recorrido del problema, si somos sinceros con quienes nos rodean y establecemos una buena comunicación. Muchas veces somos capaces de identificar las razones y causas de nuestro malestar, por lo que podemos incidir en ellos y solucionarlos. A este nivel se sitúan los cambios de carrera, las crisis de pareja o las crisis de desarrollo propias de la existencia humana (adolescencia, mediana edad, jubilación). Si bien la ansiedad también está presente, ésta no viene cargada con esa angustia vital que define la crisis vocacional. Nos sentimos incómodos pero no desencajados.
Cuando la comunicación y la sinceridad fallan, quizá es momento de replantearse el cambio de circunstancias, pero tenemos que tener la serenidad suficiente como para no caer en la tentación de considerar que hemos elegido mal nuestro camino. Os puedo asegurar que la tentación es mucho más fácil de superar junto a un buen amigo (o amiga)y una taza de humeante café (las nubosas tardes otoñales son ideales para una charla de este tipo).
Desearía que este “Post” os ayude a entender vuestras circunstancias actuales y también hacer más fácil los cambios a todas esas personas que se sitúan en una u otra de las crisis.
No quiero terminar sin mandar un mensaje a todos vosotros, los que vivís estas situaciones desde la perspectiva del testigo: “Amad y confiad en aquellas personas que comparten vuestro camino, aunque ahora no logréis entender sus pasos”.
Un abrazo muy fuerte para todos
EDU
Sencillamente genial Edu...ser comprensivos con nosotros mismos y con los demás, y ACEPTAR plenamente, más allá de que entendamos con la razón o no algunas decisiones...Gracias!
ResponderEliminarGracias a ti...La verdad es que me daba un poco de miedo publicar este post, pero creo que tienes razón. ACEPTAR sin juzgar es la clave, más allá de lo que podamos entender. Gracias de nuevo por leernos. EDU
ResponderEliminarNECESITO UN BUEN CAFÉ CALENTITO¡¡¡¡¡.
ResponderEliminarGracias por darme la respuesta, me ha venido muy bien tu post de esta semana.
simplemente bravo a un corazon inmensamente comprensivo, que ayuda al mundo a decidir que puerta es la que debe abrir, espero que la vida te habra inmensidad de puertas, besos educados
ResponderEliminarY qué pasa cuándo estamos aún más liados que al principio?? Y ahora qué?!?!?!
ResponderEliminarQuerid@ amig@: Nadie está libre de líos. Sólo puedo hablar por experiencia pero normalmente cuando no sabes qué hacer lo mejor es aceptarlo y no hacer nada. Ya sé que parece absurdo pero no puedes ver tu reflejo en el agua a menos que esté serena. A veces simplemente hay que estar...aunque parezca difícil y la solución termina llegando. Un abrazo. EDU
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