Esta mañana he visto a mi amigo Juan, ojeras bajo los ojos y un humor de perros, apenas me ha dicho hola, lo cual me extraña, así que le he preguntado qué le pasaba:
“Hoy me he levantado cansado, no he pasado una buena noche, tengo mucho trabajo en la oficina y claro, con este cansancio, no voy a poder. Encima se ha estropeado el calentador. ¿Por qué me habré mudado a ese piso donde se oye tanto el tráfico?”
Cuando nos hemos despedido estaba tomando su segunda taza de café y aún no había encendido el ordenador
También me he encontrado con Luis, me ha sorprendido verle con ojeras. Me ha saludado con un sonriente “buenos días”. Al preguntarle por sus ojeras me ha contestado:”He pasado mala noche. Menos mal que el calentador no funcionaba bien y el agua fría me ha despejado. Lo bueno es que tengo mucho trabajo y así no me aburriré. Tengo que cambiar las ventanas porque se oye mucho el ruido de la calle”. Y dándome una palmadita en la espalda se ha lanzado a por sus tareas pendientes.
Todos conocemos juanes y luises. En muchas ocasiones me preguntan qué podemos hacer para ser más felices. La pequeña historia anterior nos puede ayudar a descubrir algunas claves. La felicidad es la obra de los optimistas. Pero, ¿en qué consiste ser optimista?. Tendemos a pensar que el optimista es ese individuo etéreo que ve “la botella medio llena” cuando el resto del mundo la ve vacía, le tildamos de soñador, poco realista e incluso bobo. Bajo esa falsa apariencia de estar en el mundo porque tiene que haber de todo, el optimismo encierra un cuidadoso escrutinio de la realidad.
El optimismo no asegura la felicidad, pero nos ayuda a enfrentar las situaciones de la vida, sin ingenuidades ni lamentaciones. Si observamos con atención a Juan y a Luis vemos que se enfrentan a la misma situación con actitudes distintas.
Juan no ve más allá del problema, sin buscarle solución, se centra en sus emociones negativas y entiende que no puede hacer nada por cambiar sus circunstancias. Probablemente, su mal humor le acarreará algún que otro roce con compañeros de trabajo, lo que reforzará su idea de “hoy es un mal día”. ¿Dónde está el realismo aquí?.
Luis, por el contrario, considera que puede hacer algo para cambiar las circunstancias, siente que es dueño de su propia vida, más allá de situaciones adversas. Consigue observar los aspectos positivos de la situación. Cervantes, por boca de don Quijote, decía: “ningún libro es tan malo que no contenga algo de bueno”. En la vida nos sucede algo similar. Descubrir esa oportunidad es tarea del optimista.
Los luises de la vida escanean las circunstancias sin dejarse llevar por la globalidad, son capaces de enfrentar situaciones individualmente, analizan todos los datos del problema, considerando amenazas y oportunidades, por esta razón, también suelen obtener soluciones más creativas, asociadas a mejores rendimientos laborales y a una vida más plena en el ambiente social. Son personas con las que nos gusta tratar, puesto que su optimismo se contagia. Esta facilidad de trato favorece una red social amplia y estable que les ayuda en los momentos difíciles, reforzando la idea principal: “Me gusta mi vida, a pesar de las dificultades”.
Si lo que hemos contado es verdad (os aseguro que lo es, podéis leer el maravilloso libro. Pedagogía del optimismo. Guía para lograr ambientes positivos y estimulantes de Marujo, H.A., Neto, L.M y Perloiro, M.F, publicado por Narcea Ediciones) ¿por qué no somos todos optimistas?. Sencillamente porque no siempre nos enseñan a serlo, sobreprotegemos a los niños para que no se hagan daño, sin darnos cuenta de que no les dejamos explorar el mundo. Educamos en la falsa idea de que los logros que suponen esfuerzo no merecen la pena. Atrincheramos a nuestros pequeños detrás de antisépticos, antibióticos y antibacterianos a modo de burbujas de plástico sin darnos cuenta de que las heridas curten no sólo el sistema inmunológico sino también el alma.
Ser optimista tiene algo de aventurero, de explorador. Las aventuras siempre dan miedo y el miedo es uno de los mayores paralizantes que existen. El optimista es un valiente de la vida. Para ser optimista hay que atreverse a mirar, atreverse a coger el toro de la existencia por los cuernos, atreverse, también, a ser indulgente con uno mismo, reconocer los errores y aceptar nuestras propias limitaciones. Cuando uno ha hecho todo lo que está en su mano, no tiene derecho a recriminarse nada.
Otra de las razones por las que nos cuesta ser optimistas es porque a menudo confundimos al optimista con otro personaje demoledor: El ingenuo. Exteriormente pueden parecerse pero las estrategias de uno y otro no se parecen en nada. El ingenuo simplemente está convencido de que los problemas desaparecerán, disolviéndose como un terroncillo de azúcar en el té. Elude los problemas, fantaseando con una solución que caerá como un maná, caído del cielo, para alimentar su falta de responsabilidad.
Atrévete pues, amigo, a ser valiente con la vida y meter las manos hasta el fondo del fangoso río de la existencia. Encuentra el tesoro escondido en los pequeños contratiempos cotidianos, aprende a valorar ese rasgo especial que hace única a cada persona, sitúate en el lado de la trinchera de los que gritan SÍ a cambiar el mundo y acaba con el enemigo del fatalismo y la pereza.
Un saludo muy fuerte para todos
EDU
¡Que bonito el artículo! Da realmente ganas de empezar el día con una sonrisa. Y muy apropiada también la foto. Gracias Edu
ResponderEliminarGracias a ti por compartir tu comentario y por tus bonitas palabras. Cada día puede estar cargado de oportunidades, aunque unas veces cueste más que otras descubrirlas. Espero que siempre tengas esa sonrisa que te permita aprovecharlas
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