EN TU CASA O EN LA MÍA (PARTE I)

Esta frase se ha hecho famosa por ser un recurso muy empleado en las “noches de fiesta”. La pregunta del millón es ¿cuándo he hecho o me han hecho esa pregunta?

Empecemos por el principio.


Las personas buscan cubrir objetivos y necesidades diferentes según sean las etapas de su vida. Es bien sabido y lógico que no es lo mismo tener 20 años que 60, ¿verdad?

A los 20 años, la gente busca aventura. El espíritu es activo y el cuerpo puede con todo. Seguramente, si estás en este período, salgas continuamente por las noches y no te importe mantener cualquier tipo de relación esporádica. Puede que las mejores anécdotas de tu vida se encuentren en esta etapa. El día que lo hiciste por hacerle un favor, el día que no te acordabas de tu nombre así que como para acordarte del suyo, etc.

La falta de compromiso y el ansia de libertad y de vivir nuevas, intensas y variadas experiencias caracterizan este período.

A los 30, surge una especie de necesidad imperiosa de asentar un poco la cabeza e ir formando una familia. La vitalidad sigue siendo inherente a tu condición, pero no todo son fiestas en tu vida. Mucho trabajo y amplias relaciones sociales ocupan tu tiempo. Encontrarás que, en ocasiones, el cansancio te puede y, otras veces te sentirás el amo del mundo y podrás con todo.

A veces, una melancólica mirada sobre tu etapa anterior te hará preguntarte por qué tomaste ciertas decisiones en tu vida que te hicieron cambiar, serenarte, tener hijos… y querrás volver atrás para sentirte emancipado. La tentación podría llamar a tu puerta. El deseo de ser libre y de vivir a tope antes de la senectud te son irreprochables y crees que justifican tus actos.

Pero te posicionas, admiras lo que has creado y continuas hacia delante. Luchando por ser la persona que aspiras ver algún día frente al espejo.

A los 40 años, alcanzas la madurez y el punto de mayor equilibrio de tu vida. Buscas seguridad, apoyo y el amor de una pareja estable. Sin embargo, hay días difíciles en los que añoras ser tu mismo, sin depender de nadie, sin ataduras. Pero tu experiencia no la cambias por nada. Has avanzado, te has hecho fuerte y consecuente con tus actos. Eres firme y resolutivo/a. Ya no analizas las causas, sólo las consecuencias. Si decides vivir una aventura lo tienes claro y también sabes qué buscas en tu casa al final del día.

A los 50 años, te tranquilizas. El futuro ya es presente. Miras hacia el legado que has producido y te sientes realizado con los frutos del esfuerzo de tu pasado. En tu hogar buscas tranquilidad y en tu pareja un amigo fiel que siga contigo el resto del camino.

A los 60, quieres jubilarte junto a la persona amada. Deseas paz, contigo y con tu pareja. Ya no te planteas vueltas al pasado, ni lo que hiciste bien, ni lo que hiciste mal. No miras hacia delante ni hacia atrás. Sólo vives el día a día. Quieres sacar el máximo partido de la situación y volver al hogar sintiéndote seguro y querido.

Aunque al final del recorrido todo el mundo parece buscar compartir la tranquilidad con alguien, el inicio del camino ha podido marcar trayectorias muy diferentes.

No parece igual la persona que encontró pronto el amor y vivió con la misma pareja desde la década de los 20 que aquel que tardó en reconocer a su media naranja perfecta.

Algunas personas han sido incondicionales a otras desde el principio de los tiempos. Otras, sin embargo, han oscilado de un lado a otro probando hasta alcanzar la calma.

No hay caminos mejores o peores. Sólo circunstancias. Pero lo que sí es claro es que la mayoría de las personas necesitan vivir sus momentos antes o después. Quizá, ansíes una segunda, tercera o cuarta adolescencia hasta que centres los por qués y encuentres las respuestas.

Si te sirve de consejo mi experiencia y los últimos descubrimientos que, en este sentido, he realizado, te diré que no es el camino en sí lo importante sino las personas que en él hayas encontrado.

Al final, si en tus vueltas atrás o en tus miradas melancólicas al pasado, no has hallado lo que buscabas o no has llenado tu alma con las experiencias ansiadas, no busques responderte a ti mismo dónde está lo que necesitas. Sigue sin más. Déjate llevar. Imprégnate de vida. A veces, las soluciones están a la vuelta de la esquina y hay que llegar hasta ese cruce para poder darse de bruces con ellas.

Últimamente, me ha dado por observar ciertas relaciones personales y de pareja que se están produciendo en mi entorno y que me han hecho darme cuenta de cómo cambian las cosas con el tiempo. Observo anécdotas curiosas y opiniones de conocidos que hasta que no han vivido determinadas situaciones no han cambiado su prisma.

Pero, no queriendo extenderme demasiado hoy, si os parece bien, hablaré de ellas el próximo lunes.

Hasta entonces, estéis en la década que estéis, disfrutad de las relaciones que estén a vuestro alcance, vivid con intensidad los momentos junto a otras personas, saboread los encuentros más fugaces y también los más intensos; en definitiva, agarrad lo que tenéis delante para aprehenderlo, aunque sólo sea por un momento…

CADA.

SER COHERENTE CON UNO MISMO

El otro día me encontré con mi amiga Patricia. Es curioso porque hacía muchísimo tiempo que no nos reuníamos y sin embargo, nos encontramos en las circunstancias más insospechadas y parecía que el tiempo no había pasado en nuestra relación. Como no podía ser de otra manera, terminamos tomando un café en un local de Madrid que me gusta especialmente, pues permite tanto la soledad como el diálogo tranquilo.

Tras las primeras preguntas de tanteo, ¿cómo estás? ¿sigues con aquel chico? ¿En qué estás trabajando ahora? y ese tipo de cuestiones formales entramos más al fondo de nuestras vidas y hubo algo que me sorprendió particularmente, allí sentados, caí en la cuenta de que siempre me ha gustado estar con ella porque es una persona COHERENTE. Esta cualidad, igual que la palabra (con su “h” intercalada y todo), es una rara avis de nuestro mundo actual, donde parece que no está demasiado de moda, por eso me he atrevido a sentarme delante del ordenador a compartir con vosotr@s unas ideas al respecto.

Para explicar mejor lo que entiendo por coherencia bastará una simple anécdota. Hace muchos años me crucé con una persona que había sido importante para mí, al cabo del tiempo nuestra relación terminó y un buen día coincidimos, a esta persona le extrañó verme solo, así que me preguntó: “¿Cómo que estás solo?, creía que tenías otra pareja” Sin incidir en la intención (no muy buena, ciertamente) con la que lanzó la pregunta, respondí francamente: “Un proyecto siempre es más importante que las circunstancias”. Creo que esa frase podría resumir lo que entiendo por “coherencia”.

Las personas, las parejas o las empresas coherentes son aquellas que mantienen un proyecto más allá de las circunstancias presentes. Por el contrario, las incoherentes son aquellas que se dejan arrastrar por los vientos de la vida y nunca terminamos de entender cuál es su escala de valores o simplemente sus objetivos.
No es mi intención juzgar a nadie pero quizá enfocar las características de esas personas que no se dejan seducir por los cantos de sirena de las circunstancias nos ayude a todos un poco más a conseguir lo que realmente queremos.

La primera característica que, a mi juicio, define a las personas coherentes, es la perseverancia. Tener claro un objetivo es fundamental para alcanzarlo, puesto que es difícil llegar a ningún sitio si no sabes hacia donde debes marchar. A su vez, esto hace que las distracciones sean consideradas como tales. No nos dejemos engañar, un viaje tiene más sentido en sus etapas que en su destino, pero hay que ser consciente del sentido global para no enredarnos en las minucias, fascinantes desde luego, pero efímeras al fin y al cabo. Estas minucias son aquellas circunstancias de las que yo hablaba aquel lejano día. Por resumirlo de manera gráfica: “Es agradable observar las flores del camino, pero sus pétalos no te cobijarán por la noche”.



Otra característica de las personas coherentes es que al aceptar sus propias circunstancias como efímeras, suelen ser indulgentes con las circunstancias de los demás. Es difícil encontrarte entre las coherentes miradas de reproche. Probablemente, ser consciente de tus propios pasos te hace ser más generoso con los pasos de los demás. Al fin y al cabo, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Si acepto mi circunstancia personal de soledad o de compañía, aceptaré también tus necesidades al respecto, sin criticarte que me dejaste abandonado o que estás más pesado que de costumbre.
Esta indulgencia se manifiesta también en el hecho de no recriminar con demasiado énfasis aquellas características que no les gustan de los demás, por lo que las personas coherentes resultan, en la mayoría de los casos, comprensivas y reconfortantes. Nada es demasiado importante, siempre que te sientas a gusto contigo mismo.

La última de las cualidades más importantes que configuran la coherencia es la capacidad para afrontar nuevos retos. Quizá recordéis aquella idea de Ken Wilber sobre los cambios transformadores en “Si la vida llama a tu puerta…Ábrela” (post del 18/11/2010). Considero que los y las coherentes tienen más facilidad para dar este tipo de saltos, puesto que la experiencia habitual es que pueden obtener aquello que deseen. Un objetivo no tiene demasiado sentido si sólo sirve para quedarte en él, lo importante de alcanzar una meta es el desarrollo que ha originado en ti y por tanto, los nuevos retos que el recién estrenado desarrollo te comporta. La vida es movimiento y como tal, el ser humano es un ser en desarrollo constante. Al fin y al cabo, si Calderón tenía razón y la vida sólo es sueño, soñemos para vivir y vivamos para seguir soñando. No somos actores de un drama sin sentido, pero sí tenemos la responsabilidad de acercarnos un poquito más a la persona que realmente somos.

Objetivos claros, un disfrute consciente de las circunstancias y mayor capacidad para seguir soñando pueden llevarnos a cualquier meta, pero sobre todo, pueden hacernos personas mucho más agradables. Quizá por ello, a pesar de los años, disfruté tanto ese capuchino en uno de mis cafés preferidos de Madrid.

Un abrazo a tod@s y gracias por seguir apoyándonos

EDU

EXPERIENCIA EN LA VIDA

Ser o no ser. Esa fue la cuestión para William Shakespeare en Hamlet alrededor del año 1600.

El existencialismo es una de las grandes preocupaciones de la humanidad. ¿Quiénes somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Cuál es el fin último de nuestra existencia? ¿Qué podemos hacer para sentirnos realizados y darle sentido a todo?

Estas cuestiones son difíciles de responder. De hecho, sólo podemos dar un punto de vista sobre ellas, ya que si tuviésemos las auténticas respuestas estaríamos un nivel por encima de los seres humanos.

Así pues, para tratar de reorganizar la información y comenzar por un punto de partida que sea tangible a todos, podemos comenzar hablando de las experiencias.

Las experiencias de vida son aquellas vivencias que acumulamos día a día. Algunas veces, hablamos de la experiencia como algo que nos confiere sabiduría. También, solemos relacionar la experiencia con la edad como si se tratase de una proporción directa en la que cuantos más años tienes más cosas puedes saber sobre algo. Otras veces incluso hablamos de alguien como sorprendentemente muy joven y experimentado, quizá porque la vida le enseñó demasiado…

Sea como fuere, todo el mundo tiene experiencias en algún u otro sentido. Y, al fin y al cabo ¿qué no es experiencia?

A veces, experimentamos sensaciones tan importantes que sentimos que desde esa experiencia no hemos vuelto a ser la misma persona. Una vivencia puede cambiarte; puede producir en ti un giro de 180º. En ocasiones, cuando eso sucede, queremos hacer partícipes a otras personas de ese momento crucial para nuestra propia existencia. Pudo tratarse de algo positivo o negativo, pero sin duda concluyente. Al hablar de ello, exhalamos nuestras propias experiencias y tendemos a dar nombres y explicaciones a lo que pasó. Pudiera ser que debiéramos vivir sin más, sin buscar nomenclaturas a nuestras vivencias. La vida es algo que debemos continuar sin pensar demasiado en cómo se llama cada punto del camino. No importan los nombres, importan los pasos que damos. Importa la dirección que seguimos. Importan las metas que alcanzamos.

En un momento dado, no saber decir lo que nos pasa es una experiencia sin nombre que, de alguna manera, es importante tener y mantener. No pasa nada por tenerla. Es más, hay que vivir hechos que ni sepamos por qué los vivimos, ni les encontremos sentido ni explicación. A veces, tratamos de revelarnos el por qué de lo que ocurre. Queremos que todo sea racional y adquiera un significado. Pretendemos que las cosas que descuadran nuestra mente y actitud se configuren de alguna forma. Muchas veces he pensado el por qué de ciertas cosas y no me había dado cuenta de que el por qué no era lo importante. Sólo importaba el momento en el que, aquello que no cobró un sentido racional, supuso simplemente vida.

En nuestro camino, la mayor parte de las personas ansían la seguridad. Las personas, casi siempre, buscan una vida segura. Quieren una casa donde vivir, una familia a la que amar, un trabajo estable.

Yo, en mi corto camino recorrido, no busqué la seguridad. Busqué, casi con desesperación, la aventura. Mi obsesión constante ha sido que cada día de mi vida fuera diferente al anterior. Sin embargo, en esta búsqueda, me preocupaba por dar explicación a determinadas experiencias que trabaron mi camino en repetidas ocasiones. Pero hace poco, de pronto, ví la luz. Estaba bien buscar irrupción en la monotonía y estaba bien seguir un camino lleno de hechos inexplicables. Y es más, no debía explicármelos, debía aprehenderlos y continuar.

(Imagen de: blogs.ya.com)

Mis lectores bien sabéis que, mayoritariamente, mis post se orientan en una línea que trata de conferir verdad sobre ciertos aspectos, unas veces más transcendentes que otros. No es un secreto el pragmatismo con el que tiño mi discurso. Al principio, yo también dilucidaba sobre aspectos de la vida. Incluso participé en charlas de intelectuales y me dejaba embriagar por sus frases cargadas de discurso. Me dejé inundar por la utopía de los valores más subjetivos. Pero el tiempo pareció empezar a dotar de sentido los hechos. Y la verdad era que había que pisar suelo firme. La vida ahí fuera, donde no estaban los pensadores ni filósofos, era una merienda de tigres hambrientos. La lucha en el mundo real no era con palabras sino con hechos.

Hace unos días me di cuenta de que mi exceso de pragmatismo me había robado filosofía.

Hoy, quiero que todos y todas os dejéis llevar por vuestra filosofía. La filosofía que os permite divagar de vez en cuando. Aquellas ideologías que surgen cuando nadie escucha vuestros pensamientos. Esa noción que flota y da paso a experiencias únicas, no compartidas, que no encuentran un sentido pero que son tan auténticas como personales.

He oído que la filosofía no puede enseñarse. Yo no estoy segura de esto. Pues quizá creamos que no puede enseñarse pero, lo que sí pretendemos es dar en la clave para abrir los ojos de otros. Queremos transmitir. Deseamos hacerlo continuamente, tanto con nuestro discurso como con nuestra particular forma de mostrar enseñanzas a otros. Y parte de la enseñanza no transmite contenidos, sino que consiste en cuidar personas.

Insistimos en conocer el por qué; perdemos vida buscando explicaciones.

En esta existencia no todo tiene que encajar. Todo lo que vivimos no cabe en una sola subsistencia. No es posible darle una unidad a todo.

Al final, lo importante en la vida es lo que somos capaces de dejar en otras personas…

CADA.

CÓMO ENFRENTARSE A LAS SITUACIONES DIFÍCILES

Si sois lectores habituales de nuestro blog os habréis dado cuenta de que abogamos por una vida un poco más sencilla y positiva. Visto así parecería que la existencia es un camino de rosas ideada para hacernos felices y generar seres humanos satisfechos. Sin embargo, todos tenemos la experiencia del dolor y el sufrimiento. ¿Cómo podemos entender esto?.


Una tentación bastante extendida es echar la culpa a algún ente externo a nosotros, ya sea un Dios implacable y justiciero, la vida en general o algún pago que debemos saldar por una deuda de “felicidad acumulada” en otras etapas de nuestra existencia. Yo creo que buscar una excusa fuera de nosotros es, sin ánimo de ofender, una solución ingenuamente infantil.

Es cierto, el dolor y el sufrimiento existen, todos lo hemos experimentado. La conclusión más lógica, entonces, es pensar que la propia experiencia humana está cargada de espinas y obstáculos. No se puede hacer nada para evitar el dolor, puesto que forma parte de nuestra vida de la misma forma que nacemos con dos piernas, dos ojos y un corazón.

¿Por qué digo esto? Hace tiempo prometí un post acerca de cómo afrontar esas situaciones cotidianas que no nos gustan. Entender el sufrimiento como algo inevitable es el primer paso para enfrentarse a él con una actitud más madura y acertada. Si el dolor es inevitable, no malgastaremos nuestras fuerzas en prevenirlo con uñas y dientes. Yo diría que es como las olas de una playa, después de unos segundos de calma, su fuerza vuelve a arrastrarnos hacia la orilla. Llegado ese momento, siempre tenemos la opción de dejarnos voltear o jugar con ella, como surfistas de la vida en medio del proceloso mar de la experiencia.

Alguno podría objetar que en el momento de la creación bien podrían habernos ahorrado tanta historia, sin embargo, el dolor también cumple una función importante: Salvarnos, literalmente, la vida. Uno de mis maestros siempre nos hacía la misma pregunta: “Imagina que un día, un premio Nobel de medicina inventa una pastilla que hace que el dolor desaparezca para siempre, ¿la tomarías?” Entre divertidos y asombrados, todos asentíamos con la cabeza, por supuesto, ¿qué tipo de absurdo podría hacer que no tomara tal invento?. Él asentía muy serio, bien. Toma. Ahora imagina que una noche cualquiera, en tu casa, estás dormido, por alguna razón tu cama se incendia, como no sientes dolor, no te despiertas. A la mañana siguiente la policía encontrará tu cuerpo entre los restos de tu casa.

Perdonad lo macabro del ejemplo. Pero realmente ayuda a tomar conciencia de lo que el dolor significa en nuestra vida. A mí me gusta pensar que el sufrimiento es un maestro, nos pone en nuestro sitio, por decirlo de alguna manera. Muchas veces el sufrimiento viene precedido por una etapa en la que hemos malgastado nuestras fuerzas y energías (tanto físicas como psíquicas) sin escuchar para nada los pequeños avisos del cuerpo o la mente. Si perdemos el objetivo, es mejor parar. Además, no por mucho correr vamos a llegar antes, sobre todo cuando lo hacemos en el sentido equivocado. Esta es una lección que tarde o temprano todos aprendemos, el silencio y la quietud son las brújulas de la existencia. Cuando te sientas cansado, párate. Cuando te sientas perdida, escúchate.

Aceptar no significa resignarse, el sufrimiento no es algo deseable, ni creo que hayamos nacido para transitar un valle de lágrimas buscando una promesa de felicidad que no puede ser satisfecha en este mundo. La tierra está hecha de montañas y por eso existen los valles. El mar tiene corrientes y por eso existen las olas. Simplemente, es. Igual que cualquier otra experiencia que podamos pensar. Desde mi perspectiva, el truco consiste en observar, una vez más, sin juzgar. Si aceptamos que esas situaciones desagradables pueden enseñarnos algo, tengamos el oído y el corazón atento a sus enseñanzas, probablemente descubramos que nuestra vida no iba tan bien como parecía.

Otra situación relacionada con el dolor es cuando sufrimos por una situación que nos parece perversa, cuando en realidad nos acerca a mis objetivos. No sé si alguien recordará el post  dedicado al fin (aparente) del amor. Cualquiera podría pensar que una ruptura amorosa es la excusa perfecta para dejarse llevar por el desánimo y la frustración. Sólo es un ejemplo, pero cuántas veces, al cabo del tiempo (incluso al cabo de muy poco tiempo) nos damos cuenta de que esa ruptura era en realidad lo mejor que nos podía haber sucedido.
Esto me recuerda que existe una curiosa circunstancia con el dolor: es inevitable, sí, pero muchas veces nos recreamos en él o incluso hacemos competiciones por ver quien sufre más en una determinada circunstancia, como si fuera una especie de medalla al mérito: “Fulanito de tal, zutanita de cual…Yo, la vida, te impongo esta fatiga por lo bueno o buena que has sido…” Para mí, existe el sufrimiento y existe la desesperación. El sufrimiento es una circunstancia objetiva y pasajera que nos afecta a todos. La desesperación es un juicio de valor que tiñe de negro una experiencia de por sí bastante oscura. El dolor nos viene dado, la desesperación es una opción personal. Por muy duras que sean las circunstancias de cada cual, siempre hay una opción y siempre hay un final. Recordar, sin perdonarme a mí mismo o a otros, esos tiempos de oscuridad, es la desesperación. Una tirana que atenaza el alma y nos chupa la savia de la vida sin que nos demos cuenta, puesto que la desesperación no da nada pero quita todo, la ilusión, la alegría y la belleza de despertar cada día con una vida por delante.

El mejor remedio contra la desesperación es el perdón y cuando el perdón no es posible, a veces sirve el olvido. Aunque pueda resultar sentimentaloide, quiero compartir mi experiencia con todos vosotros: Cuando aceptas los tragos amargos y vives realmente todo lo que la vida te ofrece, siempre queda el recuerdo dulce, el alma parece ensancharse, el aire se ilumina y la gratitud crece poco a poco en tu interior, las nubes se abren y los rayos del sol se filtran con una belleza inimaginable. Repito, no quiero parecer ingenuo, para mí, lo que os acabo de contar no es un credo, como si de una confesión se tratara, es simple y llanamente, lo que he vivido. No os pido que estéis de acuerdo conmigo, sólo que os atreváis a intentarlo.

Un abrazo muy fuerte para todos y todas, especialmente los que estéis atravesando uno de esos túneles, que de vez en cuando, nos pone la vida en el camino.

EDU

NOTA: La imagen es del blog de adelaidamartinez.blogspot.com

LOS PEQUEÑOS PLACERES DE LA VIDA

Todos y todas tenemos eso que podemos denominar “Los pequeños placeres de la vida”. Se trata de cosas sin ninguna importancia que nos gusta hacer de vez en cuando y que suponen un auténtico placer. No me estoy refiriendo a la práctica de ningún hobby. Ni siquiera me refiero a aficiones que le contaríamos a un amigo. Estoy hablando de pequeñeces de las que no hablamos con nadie, que no compartimos, que no analizamos o, incluso, que no somos conscientes de cuánto nos importan.

Por ejemplo, yo tengo dos pequeños placeres que voy a compartir con vosotros/as.

De vez en cuando me encanta quedarme un viernes por la tarde sola en casa a la hora de la siesta. Entonces preparo toda la escena. Meto una buena peli en el DVD, me sirvo un vaso pequeño de naranjada, me pongo ropa cómoda y me tumbo en el sofá con mi manta. La mayor parte de las veces no veo la película y ni siquiera pruebo la naranjada porque el sueño se apodera de mí, pero experimento un tremendo placer cuando me tumbo en el sofá con todo ese ritual preparado.

Otro de los pequeños placeres que me gusta disfrutar es bastante sencillo y puede resultar estúpido. Consiste en apoyarme en el radiador de la cocina con la calefacción puesta. Al mismo tiempo abro la ventana y degusto un café. Me encanta el contraste de temperatura y sentir el calorcito a la vez que entra una bocanada de aire fresco por la ventana.

¿Lo entendéis? A esas pequeñeces me refiero hoy. ¿Cuántas veces no podemos disfrutarlas? ¿Sabemos siquiera lo importante que son y lo bien que nos hacen sentir?

Este es un llamamiento para hacer un alto en el camino y autoanalizarnos y, una vez hecho el análisis, no nos costará demasiado escuchar un poco a nuestro cuerpo para darle ese momento de relax que lleva semanas pidiendo a gritos.

En ocasiones, esos momentos tan importantes para nosotros parecen absolutas idioteces o nos puede dar vergüenza que alguien conozca cosas que hacemos, como poner la calefacción a todo trapo para abrir la ventana… Pero todo eso no importa; lo verdaderamente importante es disfrutar el momento. Vivir ese instante que nos renueva.

No sólo desde bebés experimentamos los placeres de los que hablo, sino que en nuestro día a día nos empeñamos en terminar con ellos porque las normas de la sociedad son así por esto o por aquello. El ejemplo más claro de esto es el biberón. Muchos niños o niñas de pequeños acostumbran a llevarse un biberón de leche y cereales a la cama para tomárselo justo antes de dormir. Sin embargo, un día nuestros padres, seguidos por no sé qué tipo de estúpida razón, deciden que ya eres “mayorcito” para el bibe y sin más, debes decirle adiós a ese maravilloso goce que llenaba tus noches de deleitación. De hecho, no has vuelto a ser el mismo desde entonces. Vamos a hacer la pregunta que está en la mente de todos ahora mismo: ¿acaso pasa algo si un tío de 40 años se mete en la cama con un biberón de leche? Absolutamente NADA, excepto que dormirá tan feliz. ¿Por qué nos empecinamos en fastidiar a los demás cuando experimentan sus propios pequeños placeres? ¿En qué tipo de sociedad vivimos que aquello que no hace mal de ningún tipo a nadie se termina prohibiendo porque de lo contrario supondría convertirnos en el hazmerreír general?


Menos mal que con el tiempo aprendemos a obviar ciertas normas absurdas y comenzamos a atrevernos a experimentar en nuestras propias carnes el riesgo de llevar a la práctica aquello que nos apetece y goza de ser estúpido pero benigno.

A todo el mundo le llega el día en el que se le termina el chupete, el biberón, el oso de peluche,… etc. Y, ¿por qué? ¿Tan malos somos como para merecer semejantes castigos?

Quien ha perdido al niño que un día llevó dentro, corre el riesgo de no volver a complacerse con el deleite del biberón que hoy podría estar bebiendo. Es decir, que si somos incapaces de mirar hacia dentro y buscar nuestros más profundos pero sencillos placeres no podremos disfrutarlos y estaremos viviendo con menos intensidad y, lo que es peor, no nos estaremos autocomplaciendo.

Si has visto la cara de satisfacción del bebé que saborea su bibe, puedes tratar de emularle y saborear tu propio disfrute personal.

Deberíamos ser capaces de volver al pasado si estamos siendo incapaces de vivir nimiedades en nuestro presente. Deberíamos pararnos a pensar y, más aún, detenernos a disfrutar. Recrearnos por unos instantes con algo breve pero intenso como aquél biberón que nos tomábamos de niños…

CADA.

EDUCANDO LA PACIENCIA

Hay un cuento de Jorge Bucay que me gusta especialmente. Trata de dos ranas que caen en una tinaja de leche. Las dos ranitas patalean y patalean hasta que una de las dos le dice a la otra que está cansada. No puedo más, se queja. Esta situación es absurda, nunca lo conseguiremos. Dicho esto, se deja ir, sin más esfuerzo, hasta el fondo de la tinaja. La otra ranita, lejos de darse por vencida, continúa nadando y nadando hasta que la leche, a fuerza de ser batida, obtiene la consistencia de verse convertida en nata.

Nuestro amigo Jorge no suele darnos moralejas para sus cuentos, puesto que en cada circunstancia de la vida pueden cambiar y las asociaciones que cada cual establece también forma parte de su terapia. A mí, este cuento siempre me ha sugerido una de las virtudes para ser más felices en nuestra vida: La paciencia.

(Imagen por: eljergon.com)

No creáis que estoy hablando de algún tipo de esotérico remedio religioso para vivir con resignación, antes bien, la paciencia es un arma poderosa para ayudarnos a conseguir nuestros objetivos más elevados, haciendo, en multitud de ocasiones, que las circunstancias se vuelvan a nuestro favor en lugar de correr en nuestra contra.
Como la ranita del cuento, la paciencia es la voz interior que nos recuerda, constantemente, que nuestras virtudes siguen estando intactas aunque no observemos inmediatamente los resultados.

En ocasiones, sentimos que la vida no hace nada por ayudarnos, nos vemos a nosotros mismos como fracasados o vencidos. Hemos puesto sobre el tapete nuestras mejores cartas y sin embargo, la mano parece estar perdida. Si perdemos con lo más sofisticado de nuestro repertorio…¿qué no sucederá después?.

Una de las consecuencias de la frustración, quizá la más dañina para nuestros intereses, es la falta de confianza y el desánimo posterior que provoca. La desesperanza abotarga los miembros y la creatividad, volvemos a definir el problema en los mismos términos y esto hace que siempre demos con las mismas conclusiones: No hay solución posible. Cuando somos capaces de valorar positivamente las fortalezas que todos tenemos, cuando somos conscientes del ilimitado valor de nuestra forma de actuar, las circunstancias constituyen sólo un acicate necesario y no un yugo insuperable.
Esta confianza inquebrantable en nosotros mismos es uno de los pilares de la paciencia. No se trata de obcecarse compulsivamente en los mismos errores, sino actuar con la calma del agua, que a fuerza de lamer las rocas, consiguen desgastarlas hasta reducirlas a un lejano recuerdo. La paciencia actúa con la fuerza invisible de la tenacidad.

Queda claro que una cosa es la paciencia y otra muy distinta el empecinamiento. La paciencia como hemos visto, se sustenta en la confianza y tiene como consecuencia el esfuerzo continuado. El empecinamiento, por su parte, es fruto del miedo a cambiar y la ceguera selectiva para no comprender todos los datos de un problema. Una mente abierta, dispuesta a observar y replantear las condiciones iniciales, buscando alternativas creativas, es imprescindible si queremos conseguir solucionar problemas o enfrentar una situación comprometida.

 En muchas ocasiones, la vida nos conduce a tesituras no del todo deseadas, pero que no queda más remedio que enfrentar y resolver. La solución no siempre es rápida y en algunos casos, incluso, depende de factores externos como el tiempo y la distancia. Una de las enseñanzas más valiosas que he descubierto a lo largo de los años es que todo llega y con la misma facilidad, todo pasa. Lejos de ser una sentencia definitoria, a mí particularmente me resulta muy liberadora. Puesto que todo llega, no merece la pena fantasear con expectativas, consecuentemente, todo pasa, así que lo mejor que podemos hacer es aceptar lo que viene sin juzgar si eso es positivo o negativo, disfrutemos de lo que tenemos, aceptemos el dolor, vivamos el presente saboreando hasta el final la copa de la vida. El caleidoscopio vital sólo nos permite ver sus preciosas imágenes cuando somos capaces de integrar cada experiencia en un todo lleno de luz y color. Ser paciente significa saber esperar a que las cosas lleguen, ser paciente también significa entender que el dolor desaparece, de una forma u otra. Cuanto antes seamos conscientes de esto, antes nos liberaremos del cruel  cautiverio del tiempo y por lo tanto, mayor será nuestra paciencia para enfrentar tanto lo bueno como lo malo.

Otra de las facultades que nos ayudan a ser más pacientes es lo que técnicamente se conoce como “Autocontrol”. Probablemente el tema diera por sí sólo para un post, pero sin entrar en demasiados detalles podríamos decir que el autocontrol es la habilidad para manejar las propias emociones negativas (en este sentido conforma parte de la Inteligencia Emocional y no debe confundirse con la represión de los sentimientos). Cuando estamos esperando algo o nos encontramos en medio de una situación indeseada, solemos sentirnos inquietos, nos cuesta concentrarnos, reducimos la eficacia de nuestros juicios y nuestros esfuerzos. El autocontrol nos ayuda en estos casos primero, a saber reconocer aquello que sentimos, es decir, ser conscientes de nuestra impaciencia. En segundo lugar, una vez que reconocemos la impaciencia nos ayuda a gestionarla y a identificar el mensaje que se oculta tras ella. En cada caso ese mensaje puede variar, pero personalmente, la impaciencia me ha ayudado a darme cuenta de que estaba atravesando por una situación que no me gustaba y por lo tanto me ha permitido poner en marcha los mecanismos necesarios para cambiar. Otro mensaje que a veces me cuesta escuchar y que puede llegarme en forma de impaciencia es ser consciente de cuánto deseo que suceda algo determinado.

Quizá os parezca innecesario, pero muchas veces nos encontramos con eventualidades y no somos capaces de darnos cuenta de cuánto nos agrada la situación. Esa ligera impaciencia es un recordatorio de que sea lo que sea nos encontramos en la dirección adecuada.

Lo importante, no obstante, es no dejar que la impaciencia se transforme en la excusa para olvidar lo que tenemos delante de nuestros ojos. Podemos caer en la tentación de enfocar nuestra actividad hacia el futuro o no ver más allá de ese ligero malestar, haciendo que nuestro día a día sea sólo un pasar de puntillas esperando siempre encontrar al final una recompensa que nunca llega. Esta actitud nos conduciría a una peligrosa espiral en la cual vivimos un etéreo mundo de sueños incumplidos, siempre aspirando a lo que no tenemos, fuera de nosotros y de la realidad, sin ser conscientes de que el suelo que pisamos está lleno de los ladrillos que precisamos para construir la casa de nuestra verdadera felicidad.

Aprended a aceptar todos los acontecimientos de nuestra vida, sin dejarnos llevar por la impaciencia, reconoced en ella los pequeños mensajes por los que guiarnos en las bravas aguas de la existencia, construid la felicidad sin dejaros llevar por fantasías de futuro y…HABRÉIS CONQUISTADO LA PACIENCIA Y VUESTRA VIDA!!!

Un abrazo muy fuerte para todos y todas

EDU

ODIO REPOSTAR

Creo que a muchas personas nos ocurre lo mismo. De hecho cada vez que tomo un coche prestado observo que está en reserva. ¿Casualidad?

Ciertamente, llenar el depósito del vehículo es algo bastante incómodo.

Cuando estás en un atasco insalvable se enciende la dichosa lucecita de aviso. Cuando estás disfrutando de lo mejor de la conducción por carretera, se enciende la dichosa lucecita de aviso. Cuando tienes prisa y llegas tarde, ¿adivinas lo que sucede? ¡Sí! Se enciende la dichosa lucecita de aviso.



En un intento por creer que el coche posee algo así como un doble fondo, al igual que las maletas, tendemos a apurar hasta la última gota. Por este motivo han inventado una especie de cuenta atrás que nos indica los kilómetros que nos quedan antes de que el automóvil se detenga por completo. Y claro, esto es lo peor. No sólo vas con el estrés de llegar tarde a un sitio a la vez que se enciende una luz roja y hay un pitido constante, sino que no puedes parar de mirar por el rabillo del ojo al indicador que dice: 47 kms, 32 kms, 26 kms…

Como ya has puesto a prueba tu depósito en otras ocasiones y ya sabes que es cierto que tiene un límite, tienes dos opciones:

  1. Prestarle tu utilitario a alguien
  2. Acercarte hasta la gasolinera más próxima

Decides decantarte por la segunda opción ya que recuerdas que la última vez que elegiste la primera, te devolvieron el coche cuando el indicador decía 11 kms.

Bien, vamos a esa estación de servicio que está al otro lado de la ciudad pero que tiene el litro de combustible 1 céntimo más barato.

Y ya que hay que ir hasta allí, aprovecharemos para realizar un par de recados que nos quedan de camino.

¡Uf! ¡Esto está cada vez más rojo! Pero no pasa nada. Seguro que aguanta. Los fabricantes ponen menos kilómetros de los que en realidad quedan. Es algo así como la fecha de caducidad de los yogures. Todos hemos comido yogures un mes después de su caducidad y seguimos vivos. ¡Puro marketing!

Bueno, una cosa era aprovechar el camino para determinados quehaceres y otra que nos pille un atasco, nos piquemos con otro en un semáforo y salgamos haciendo ruedas y que nos entren calores después de la carrerita y pongamos el aire acondicionado…

¡Vaya! ¡Si la lucecita se pone más roja seguro que el coche arde!

Vale, ya estamos avistando la gasolinera. Está en esa manzana, después de este semáforo. Aunque el coche se pare, es cuesta abajo. Llegamos por inercia. ¡Sí! Vamos a conseguirlo una vez más. Hemos vuelto a desafiar las leyes de la física.

Pero cuando por fin estamos a punto de entrar en la zona de surtidores hay una cola inmensa. En décimas de segundo miramos el reloj y pensamos:

Ya que estoy aquí debería lavarlo. Hace dos meses que sólo se moja con agua de lluvia. Las llantas están negras. Puedo lavarlo mientras se despeja un poco la cola. Y a la vez que está en el túnel de lavado puedo entrar a comprar el pan. Pero es que voy fatal de tiempo… Entre que lo lavo, compro el pan y echo el gasoil… A ver cuánto dinero llevo: ¡20 €! ¿Sólo? ¡Puaj! Con esto ni salgo de la reserva. Perder tanto tiempo para tan poco dinero no merece la pena. Además me tengo que bajar, abrir el depósito, ponerme los guantes, marcar los veinte euros en el surtidor, meter la manguera, echar el gasoil, tirar los guantes a la papelera y volver a entrar para pagar. Para eso entro una sola vez y compro el pan. Pero entonces no lavo el coche. Bueno, total ya, por unos días más sin lavar… ¡No! Paso de tragarme la cola. Es demasiado tarde. Mejor lo dejo para cuando vuelva a casa. Aún tengo suficiente autonomía.

Por lo tanto, después de estas cavilaciones, abandonas. Pero al volver a casa por la noche estás demasiado cansado y decides dejarlo para el día siguiente.

Y entonces, ocurre el milagro. Cuando te metes en la cama, ya con la luz apagada, tu pareja te dice:

“Cariño, mañana me llevo yo el coche…”

CADA

TRANSFORMAR AMENAZAS EN OPORTUNIDADES

Ayer estaba comentando con unos amigos todo el follón que se ha montado con la nueva “ley antitabaco”. La verdad, no me deja de resultar curioso cómo nos revelamos ante cualquier cambio en nuestros hábitos y costumbres. El caso es que uno de ellos, fumador, me decía: “Pues a mí me parece muy bien, fíjate que ayer estaba tomando algo en un bar y salí a la puerta a fumar, así que coincidí con otros fumadores que hacían lo mismo. Entre ellos había una chica con la que difícilmente hubiera podido coincidir en otras circunstancias, pero con la excusa del tabaco nos pusimos a charlar y la conversación resultó de lo más interesante”.

La anécdota puede parecer banal y desde luego no pretendo promocionar el tabaquismo como herramienta de relaciones sociales. Lo que me resultó revelador y me dio que pensar fue el hecho de comprobar cómo hay personas que son capaces de transformar una posible amenaza en toda una oportunidad.

Hay una herramienta muy valiosa que utilizan, entre otros, los consultores empresariales para gestionar el negocio de sus clientes. Se llama análisis DAFO y consiste en hacer un informe detallado de las Debilidades y Fortalezas personales, así como de las Amenazas y Oportunidades presentes en el entorno. La diferencia entre las personas o instituciones de éxito de aquellas que no lo tienen es que las primeras son capaces de transformar, como mi querido amigo el fumador, una situación en principio problemática, en una oportunidad para alcanzar sus objetivos.

Las situaciones, ya lo he dicho muchas veces a lo largo de los artículos publicados en el blog, son difícilmente modificables y por lo tanto más vale aceptarlas como son. Sin embargo, lo que sí podemos modificar es nuestra visión de esa realidad o mejor dicho, podemos mejorar nuestras habilidades de afrontamiento a las situaciones que nos preocupan o molestan. Hay varias formas de hacer esto.

Las oportunidades muchas veces se esconden detrás de aquello que no resulta evidente, cuando todos van en una dirección, parece más interesante elegir la dirección contraria, por ejemplo, ¿Por qué es tan malo lo que me sucede?¿Cómo sería la situación si la considerara buena?¿Por qué es tan buena la solución imaginada? Contestar a estas tres preguntas nos puede dar una pista bastante aproximada de lo que realmente queremos y de los obstáculos que debemos enfrentar para llegar a una solución creativa y satisfactoria. Probablemente descubramos aspectos que se nos habían pasado por alto o definiciones más interesantes del mismo problema.



Otra manera de buscar oportunidades puede consistir en replantearse los viejos hábitos y preguntarse si hay otra manera de hacer las cosas. Quizá me moleste salir a fumar mientras estoy tomando una copa, pero también es posible que el tiempo que estoy sin tabaco lo pueda invertir en prestar más atención a lo que estoy tomando (al fin y al cabo el tabaco perjudica tanto el olfato como el gusto) o concentrarme en la conversación que estoy teniendo. Por cambiar de ejemplo (que no quiero que me acuséis de alegatos pro-leyes), veamos cómo se puede aplicar ésta técnica a las relaciones de pareja. Muchas veces he visto parejas que están quejándose continuamente de manías que tiene el otro o lo difícil que es la convivencia. Hay veces en que gastamos tantas energías en tratar de descubrir lo mal que estoy, que después de quejarnos ya no queda ni una sola gota de ánimo para tratar de solucionarlo. En vez de eso, podemos tratar de buscar soluciones que abarquen un punto de vista más amplio y por lo tanto darnos cuenta de que, en realidad, aquello que nos separaba era una mera ilusión. Empezar a hacer las cosas de otra manera a menudo conlleva encontrar el punto de equilibrio necesario.

La experimentación y el juego también es una buena forma de encontrar oportunidades en medio de las crisis. Cuando uno juega se olvida por un instante de quién es (o de quien cree que es) e inventa nuevas formas de estar en el mundo, nuevas formas de relacionarse con los demás.  No se trata del cambio por el cambio, sino de explorar, con una inversión mínima, aspectos del sí mismo de los que quizá no somos plenamente conscientes. La experimentación también nos abre un abanico nuevo al desarrollo, una relajación de las viejas estructuras, de los antiguos hábitos que quizá nos esclavizan en rutinas imaginarias.

Cuando me permito a mí mismo salir al mundo, enfrentarme realmente a todos los datos del problema, en vez de imaginar compulsivamente un mundo quizá mejor, pero inalcanzable, la realidad inmediatamente se transforma. El ser humano es un ente especializado en encontrar relaciones, orden en el caos aparente, pero para dar con ese orden es necesario haber internalizado todos los datos del problema. Al tratar de evitar los aspectos negativos me niego a mí mismo la posibilidad de encontrar la solución. A menudo, ésta aparece como una especie de descubrimiento, de ¡EUREKA! inconsciente segundos antes. Al igual que la flor del loto se alimenta del cieno en el que crece, la solución imprevista hunde sus raíces en los aspectos más oscuros de la situación.

Os deseo una vida llena de oportunidades maravillosas y el recuerdo constante de que es muy posible, que alguna de ellas, se encuentre sumergida en mitad de esas amenazas que, aparentemente, salpican de vez en cuando el cuadro maravilloso que suele ser nuestra existencia

Un abrazo muy fuerte para todos

EDU

PRÓPOSITOS DE AÑO NUEVO: VIVIR EL PASO DEL TIEMPO

Cuando comienza un nuevo año, muchas personas tienden a hacerse autopromesas incumplidas hasta el momento. Es curioso, porque se trata de hacer algo así como los propósitos a partir de una fecha. Personalmente siempre he pensado que si deseas hacer algo como empezar a ir al gimnasio, dejar de fumar o aprender a tocar la guitarra, simplemente debes comenzar a hacerlo sin más. Sin analizar factores ni ponerle una fecha de inicio.

Sin embargo, reflexionando un poco sobre esto me he dado cuenta de que no se trata de que el cambio de año incida sobre un deseo, sino que el tiempo en sí coordina todas nuestras acciones. Debemos datarlo todo para conferirle un sentido.

Ahondando en estas materias vitales pienso en frases como el tiempo todo lo cura, el tiempo pone a cada uno en su lugar, date tiempo, con tiempo y una caña se acaba pescando, el tiempo te dará la razón.

Como siempre, yo no manejo las respuestas a las grandes cuestiones de la humanidad. Yo, desde el humilde sillón de mi despacho, me limito a analizar con una perspectiva profundamente personal lo que, desde mi opinión, parecen atisbar algunos de esos asuntos. Y en la incertidumbre por saber si realmente el tiempo pone y quita sólo se me ocurre mirar dentro de mi historia personal, marcada por hechos relevantes que la confirieron de una forma de pensar un tanto especial. Cuando pienso en esas ciertas cuestiones relevantes y afronto una mirada rápida sobre situaciones de mi pasado, me doy cuenta de que si bien el tiempo no logró correr un tupido velo sobre las relevancias de mi vida, lo que hizo fue enseñarme a vivir con aquello que me produjo dolor.



Vamos, que no te queda otra. Mientras tratas de superar un asunto más o menos complejo piensas que si te das tiempo podrás lograrlo. Piensas que si alejas de ti todo lo que te produjo dolor con la suficiente distancia, acabarás por conseguirlo. Pero ahora mismo, sin apenas pensar, se me ocurren dos hechos que han modificado mi trayectoria. Y, os puedo asegurar, que si bien el tiempo no ha conseguido que olvide ninguno de ellos, cuantos más años pasan más cuenta me doy de que no puedo renunciar a ellos.

La distancia en el espacio y la distancia en el tiempo, en ocasiones acrecientan la necesidad de reencontrarte con aquello que anhelabas alejar. No traté de olvidarlo, sólo pretendía distanciarlo lo suficiente como para que produjera una pizca de satisfacción haberlo vivido; así, la parte dura de la historia debiera ser, tan sólo, un fortalecimiento de mi alma, una enseñanza de la vida. Pero no fue así.

A veces pienso que no he aprendido nada.

Pasa el tiempo y parecemos tener la sensación de que no nos hemos movido del punto de partida. Cuado queremos darnos cuenta lo único que de verdad ha pasado es tiempo. Esto suena tan peligroso… Porque si en el anhelo por superar un hecho doloroso hemos caído en la tentación de creer que el tiempo ayudaría y lo único que ha sucedido es que cada vez estás más atrapado y los meses han caído uno tras otro, te harás la pregunta de a ¿qué he estado jugando?

Lo único que no debemos pensar es que hemos perdido el tiempo. Esto sí sería complicado de aceptar. Pensemos que, efectivamente, todo en la vida nos enseña y aporta algo.

Si el tiempo que creí perder me causó dolor, puede que en mi sufrimiento me sintiese esperanzada o puede que durante esos momentos creyese que esa sensación era la que me correspondía para poder dar el siguiente paso.

Siempre me he preguntado cómo se siente exactamente una persona anciana que ha ocultado su verdadero amor desde la adolescencia. Qué percibe un hombre cuyos ideales se mantuvieron dormidos durante décadas. Cómo se profesa aquella mujer que nunca afrontó su tendencia sexual ante su familia, etc. ¿Apreciarán estas personas la soga del tiempo rodeando su cuello?

¿Es mejor vivir el silencio de la esperanza eterna que dejar de sentir? Sin duda es más sencillo pero también, sin duda, nos perderíamos la sensación de dulzura de una emoción escondida en la profundidad de nuestro corazón.

Ante estas difíciles dilaciones la pregunta que todo humano se hace es ¿acaso el tiempo todo lo cura? Quizá podamos concluir que lejos de esto, el tiempo sólo produce paso del tiempo.

Siento no haber aprendido a que el tiempo todo lo cure. Siento no haber aprendido a desear con franqueza que así fuera. Pero lo que sí creo haber aprendido es a saborear el sentimiento que el recuerdo del paso del tiempo me produjo…

CADA