Esta frase se ha hecho famosa por ser un recurso muy empleado en las “noches de fiesta”. La pregunta del millón es ¿cuándo he hecho o me han hecho esa pregunta?
Empecemos por el principio.
Las personas buscan cubrir objetivos y necesidades diferentes según sean las etapas de su vida. Es bien sabido y lógico que no es lo mismo tener 20 años que 60, ¿verdad?
A los 20 años, la gente busca aventura. El espíritu es activo y el cuerpo puede con todo. Seguramente, si estás en este período, salgas continuamente por las noches y no te importe mantener cualquier tipo de relación esporádica. Puede que las mejores anécdotas de tu vida se encuentren en esta etapa. El día que lo hiciste por hacerle un favor, el día que no te acordabas de tu nombre así que como para acordarte del suyo, etc.
La falta de compromiso y el ansia de libertad y de vivir nuevas, intensas y variadas experiencias caracterizan este período.
A los 30, surge una especie de necesidad imperiosa de asentar un poco la cabeza e ir formando una familia. La vitalidad sigue siendo inherente a tu condición, pero no todo son fiestas en tu vida. Mucho trabajo y amplias relaciones sociales ocupan tu tiempo. Encontrarás que, en ocasiones, el cansancio te puede y, otras veces te sentirás el amo del mundo y podrás con todo.
A veces, una melancólica mirada sobre tu etapa anterior te hará preguntarte por qué tomaste ciertas decisiones en tu vida que te hicieron cambiar, serenarte, tener hijos… y querrás volver atrás para sentirte emancipado. La tentación podría llamar a tu puerta. El deseo de ser libre y de vivir a tope antes de la senectud te son irreprochables y crees que justifican tus actos.
Pero te posicionas, admiras lo que has creado y continuas hacia delante. Luchando por ser la persona que aspiras ver algún día frente al espejo.
A los 40 años, alcanzas la madurez y el punto de mayor equilibrio de tu vida. Buscas seguridad, apoyo y el amor de una pareja estable. Sin embargo, hay días difíciles en los que añoras ser tu mismo, sin depender de nadie, sin ataduras. Pero tu experiencia no la cambias por nada. Has avanzado, te has hecho fuerte y consecuente con tus actos. Eres firme y resolutivo/a. Ya no analizas las causas, sólo las consecuencias. Si decides vivir una aventura lo tienes claro y también sabes qué buscas en tu casa al final del día.
A los 50 años, te tranquilizas. El futuro ya es presente. Miras hacia el legado que has producido y te sientes realizado con los frutos del esfuerzo de tu pasado. En tu hogar buscas tranquilidad y en tu pareja un amigo fiel que siga contigo el resto del camino.
A los 60, quieres jubilarte junto a la persona amada. Deseas paz, contigo y con tu pareja. Ya no te planteas vueltas al pasado, ni lo que hiciste bien, ni lo que hiciste mal. No miras hacia delante ni hacia atrás. Sólo vives el día a día. Quieres sacar el máximo partido de la situación y volver al hogar sintiéndote seguro y querido.
Aunque al final del recorrido todo el mundo parece buscar compartir la tranquilidad con alguien, el inicio del camino ha podido marcar trayectorias muy diferentes.
No parece igual la persona que encontró pronto el amor y vivió con la misma pareja desde la década de los 20 que aquel que tardó en reconocer a su media naranja perfecta.
Algunas personas han sido incondicionales a otras desde el principio de los tiempos. Otras, sin embargo, han oscilado de un lado a otro probando hasta alcanzar la calma.
No hay caminos mejores o peores. Sólo circunstancias. Pero lo que sí es claro es que la mayoría de las personas necesitan vivir sus momentos antes o después. Quizá, ansíes una segunda, tercera o cuarta adolescencia hasta que centres los por qués y encuentres las respuestas.
Si te sirve de consejo mi experiencia y los últimos descubrimientos que, en este sentido, he realizado, te diré que no es el camino en sí lo importante sino las personas que en él hayas encontrado.
Al final, si en tus vueltas atrás o en tus miradas melancólicas al pasado, no has hallado lo que buscabas o no has llenado tu alma con las experiencias ansiadas, no busques responderte a ti mismo dónde está lo que necesitas. Sigue sin más. Déjate llevar. Imprégnate de vida. A veces, las soluciones están a la vuelta de la esquina y hay que llegar hasta ese cruce para poder darse de bruces con ellas.
Últimamente, me ha dado por observar ciertas relaciones personales y de pareja que se están produciendo en mi entorno y que me han hecho darme cuenta de cómo cambian las cosas con el tiempo. Observo anécdotas curiosas y opiniones de conocidos que hasta que no han vivido determinadas situaciones no han cambiado su prisma.
Pero, no queriendo extenderme demasiado hoy, si os parece bien, hablaré de ellas el próximo lunes.
Hasta entonces, estéis en la década que estéis, disfrutad de las relaciones que estén a vuestro alcance, vivid con intensidad los momentos junto a otras personas, saboread los encuentros más fugaces y también los más intensos; en definitiva, agarrad lo que tenéis delante para aprehenderlo, aunque sólo sea por un momento…
CADA.