Todos hemos “ido de boda” en alguna ocasión. Pueden darse dos situaciones: la típica boda de un amigo a la que estás deseando acudir para disfrutar del fiestón y la clásica “boda compromiso”.
Para lo que quiero relatar a continuación, me da un poco igual qué tipo de boda os estéis imaginando, porque creo que los sentimientos que me asaltan cuando estoy en una boda pueden ser comunes a muchos de vosotros y vosotras.
Partiendo de la idea de que se trate de un casamiento religioso, lo primero que nos vamos a encontrar es la iglesia, sus bancos decorados con flores blancas en los extremos, su mejor iluminación, la gente de pie esperando la entrada de la novia…
Bien, vamos a la parte interesante. Sí, esa en la que los novios se prometen amor eterno. ¡Qué curioso! ¿Verdad? El novio le dice a la novia algo así como “Yo, “Miguel”, prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad y así amarte y respetarte todos los días de mi vida” Y después la novia le hace la misma promesa. ¿Nunca os habéis preguntado cómo ningún ser humano puede ser capaz de realizar semejante promesa? ¿Nunca habéis pensado, mientras oíais estas palabras, que era irónico decir algo así y acabar después en un divorcio? ¿Sabemos lo serio que suena lo que decimos en ese momento? ¿No nos da terror incumplir una promesa tan fuerte?
He llegado al pleno convencimiento de que simplemente lo hacemos porque en ese momento lo sentimos tal cual. Y me parece bien. ¿Acaso no podemos sentir algo tan intenso por alguien y cambiar de idea 10 años después?
La cuestión es que cada vez que estoy en una boda y llega ese momento y escucho decir esas palabras de la boca de esas personas que, en ese momento, lo sienten de verdad, me recorre un escalofrío toda la espalda. Parece perfecto sentir, en un momento dado, tanto amor como para prometer fidelidad eterna venga lo que tenga que venir. Luego, el día a día será otra cosa…
Un profesor mío de la facultad relataba con sorna algo parecido a esto. Solía decir: “eso de poner la otra mejilla… hombre, “Chus”…está ya pasado de moda”. Ironías a un lado, no se trata de que con el tiempo dejemos de querer. No se trata de que seamos incapaces de cumplir nuestra promesa. No se trata de que no podamos con todo. Se trata, simplemente de que aunque seamos los mismos en la esencia, cambiamos en la forma. Sí, es eso. La vida da vueltas. Tan sencillo como que las circunstancias se van reajustando. Cuántas veces hemos dicho cosas como: “Ya no soy la que era” “Ya soy muy mayorcita para aguantar esto” “Ya tengo muchas tablas” etc. Lo que ha pasado no sólo ha sido tiempo. Te has cruzado con gente diferente, has vivido situaciones distintas, has leído muchos libros diversos, has estado en incomparables partes del mundo, has probado varios trabajos, has formado parte de otros círculos sociales. Todo eso, ha hecho hoy de ti la persona que eres; ha forjado tu camino y tu destino. Ha influido en tu toma de decisiones y te ha convertido en quien eres.
¿Qué sentido tiene entonces una boda? En ese instante tiene todo el sentido del mundo. No es, ni más ni menos, que una celebración social de una promesa hecha en público.
Y como toda buena celebración, conlleva un convite. Esa parte también está cargada de intrigas. Podríamos hacer aquí una lista interminable de las mejores anécdotas que nos han contado de otras bodas. Los que se liaron en el baño; la pareja cuyo marido se fue con otra y la mujer con otro; la madre del novio que desapareció durante la cena con un camarero; la sorpresa que dieron los novios en plena fiesta a los invitados; la señora de 90 años a la que le dio un “telele”; etc.
No quiero irme por las ramas. De lo que se trata es de analizar “los clásicos”. Por ejemplo, la mesa. A veces nos toca compartir mesa con desconocidos. En ocasiones resulta fácil engancharles con nuestra alegría y hacer que beban, brinden y hasta hagan la conga con nosotros. Pero otras veces, parece que te han sentado con gente sosa a raudales para así tenerte controlado y que no puedas reírte en toda la noche. Sí, esas típicas personas que tienen mirada de circunstancias adversas y que ponen la nariz muy tiesecita antes de hablar. Siempre pienso: “Cada, tienes que medir más lo que dices y no ser tan irónica, la gente no comprende tu humor”. Siguiendo los sabios consejos de un amigo, en este tipo de cenas lo mejor es aliarse al vino. Harás el ridículo seguro, pero como te estarás riendo de ello te dará igual.
Y al final del proceso: el baile. Lo abren los novios… Ahhhhh… es un clasicazo!!
Seguidamente desparrama todo el mundo. Si puedes, te escapas un poco con alguien “interesante” al jardín y si no, te sigues “ahogando” a copazos y no paras hasta que tus pies no pueden más.
Pero lo que es seguro que he descubierto de las bodas es que NO es cierto que de cada boda salga otra boda. Lo que SI es seguro es que de cada boda sale un divorcio; o, por lo menos, una terrible resaca al día siguiente…
CADA.
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