APROVECHAR EL TIEMPO

Hace algún tiempo, una noticia que aparecía en el periódico dio pie a una de esas conversaciones de sobremesa que se quedan en el olvido hasta que un día, sin saber por qué, acude de nuevo a la superficie del recuerdo.

La noticia en cuestión tenía que ver con las actividades extraescolares de los niños y niñas, como podéis suponer eran muchas y mantenían ocupada a la prole de cada casa el tiempo suficiente como para que los padres regresaran sin el temor de haber dejado a sus hijos frente al televisor o a cargo de un tercero.

Hasta aquí nada que decir, lo que más debate generó fue el hecho de que casi ninguna actividad tenía que ver con el ocio. La noticia dejaba traslucir que vivimos inmersos en una sociedad que atesora el tiempo como uno de los bienes más preciados y por lo tanto, supone que el mayor delito que alguien puede cometer es perderlo o dejarlo pasar.

Desde siempre, este asunto me ha traído un poco de cabeza. ¿Aprovechamos el tiempo? ¿Qué significa aprovechar el tiempo? Siempre se ha dicho que el tiempo pasa y no vuelve, con lo cual puedo estar de acuerdo, pero, ¿qué sucedería si lo que consideramos aprovechar el tiempo no fuera más que una lamentable forma de perderlo?

Bien mirado, parece que tenemos una especie de fobia a simplemente estar, estar sin hacer nada me refiero, o al menos nada que consideremos “productivo”. A mí me da la sensación de que esta sociedad, especialista de muchas banalidades, es también especialista en ofrecernos mil maneras de “matar el tiempo”, con la enclenque excusa de que en realidad lo estamos aprovechando.

Un conocido hecho neurológico nos recuerda que después de la actividad neuronal, el cerebro necesita un tiempo para recuperar el estado anterior a esa actividad, sin embargo, parece que siempre estemos dispuestos a “hacer algo más” sin caer en la cuenta de que, como casi todo en esta vida, la calidad es siempre mejor opción que la cantidad. Llenamos nuestras agendas, sobrepasamos nuestras capacidades, los servidores de correo electrónico no hacen más que aumentar y aumentar la cantidad de información que somos capaces de enviar y recibir, sin embargo, entre tanta información que nos atosiga, la felicidad se nos escapa como agua entre los dedos, anhelando una pausa que sin embargo, luego somos incapaces de soportar.

La vida está llena de instantes y situaciones que una vez que pasan ya no vuelven, la belleza de lo efímero es siempre mejor opción que tratar de aferrar lo efímero en la belleza caduca de la juventud, la moda o el nuevo hobby  inventado por los gurús del ocio. No hay más ocio que uno mismo, porque si no consigo estar a gusto conmigo en los instantes de silencio y quietud, ni miles de atracciones conseguirán quitarme el hastío vital que supone mirar en mi interior, a modo de un Retrato de Dorian Gray que se actualiza cada vez que el ruido calla en mi cabeza.


 
El valor del momento presente ha caído en desuso, usurpado en su lugar de privilegio por un mañana que encierra una promesa de felicidad que nunca llega. Respirar tranquilamente, observar mis sensaciones, degustar el calor de los primeros rayos de la primavera. Hacer, simplemente, nada. Recuperar las fuerzas desgastadas por horas de pensamientos, actividades, decisiones, recuerdos, rupturas, gozos y fracasos.

El elogio del ahora no es un asunto nuevo ni mucho menos original, pero no me parece mal recordarme y recordarnos de vez en cuando que no se produce más por ir más deprisa, si correr supone tener que hacer dos veces lo que con una hubiera bastado. Si nos miramos con absoluta sinceridad tendremos que estar de acuerdo en que todos llevamos dentro un profundo terror a equivocarnos. Mientras esperamos que la decisión final la tome otro, el tiempo pasa, en su volar inexorable, hacia otra decisión indecisa cargada de miedo al fracaso.

Muchas veces, ese estar centrado en el ahora, se confunde con una especie de miedo a aceptar lo que fuimos en el pasado o una falta de previsión. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Muchas veces enfundarnos el recuerdo como salvoconducto, obliga a revivir situaciones que más vale que quedaran tras las cerradas puertas del ayer. La previsión es el disfraz que utiliza la preocupación para tenernos siempre pensando en lo que puede suceder mañana en vez de sentir lo que está pasando hoy, en este instante. Cada instante guarda en sí mismo la fuente de la eternidad, sólo hay que estar atento a lo que sucede, en vez de estar viviendo la vida de otro que fui o que seré, pero que nunca soy el verdadero yo que piensa, siente y existe en este momento.

Os animo a parar, a buscar ese tiempo necesario para perderlo, a descubrir que no hacer nada es el mejor remedio para retomar la sartén de nuestra vida, una vida delegada con un millón de excusas que no hacen más que recordarnos que el tiempo no se para, cuando en realidad los que no paramos somos nosotros mismos. Me gustaría llamaros a la pequeña sensación (que no reflexión)de recuperar ese tiempo perdido, no porque se escape, sino porque nos lo han robado a fuerza de palabra y majadería.

Feliz semana a todos

EDU

3 comentarios:

  1. Si señor... y para celebrarlo me voy a bajar a tomar un café con una tostadita, que cubriré de mantequilla lentamente y mermelada de melocotón, mientras mantengo una charla vanal con mis compañeros de trabajo... es un momento totalmente inutil, pero que me aporta felicidad en estos momentos en los que vivimos.

    Me alegra leerte!!!

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  2. Diossssssssssss quería decir Banal!!! lo siento....

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  3. Jajaja...Gracias por tu comentario!!Hay un hecho científico que tiene que ver con la actividad neuronal. Después de enviar una señal eléctrica las neuronas necesitan descansar, así que aprovecha ese tiempo "banal" y disfruta tu tostada. Tu eficiencia laboral te lo agradecerá y tu salud mental también. Un fuerte abrazo. A nosotros también nos alegra leer vuestros comentarios. EDU

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