Hablando con un amigo sobre las relaciones de pareja, incipientes, he caído en la cuenta de una circunstancia que me gustaría compartir con todos vosotros a modo de reflexión. ¿Os habéis dado cuenta de cómo nos complicamos la vida con complejidades que no tienen nada de natural?
Uno de los pilares de la Inteligencia Emocional son varios consejos o trucos para “ser feliz”, al contar esto casi siempre recibo la misma respuesta: “Eso es muy difícil”. Pero lo cierto es que no, que la vida es sencilla y además, es simple. Al menos, la felicidad es simple.
Me gustaría poneros un ejemplo cercano, el otro día estaba en casa, tranquilo. Cuando a través de la ventana, pude descubrir los primeros brotes verdes de un árbol que crece en mi patio. Cada primavera ese árbol llega puntual a su cita con la vida. Me recordó que cada día, en nosotros, hay, literalmente, millones de razones para ser feliz. El problema es que no siempre somos conscientes de dos asuntos fundamentales:
Primero, pretendemos que los brotes crezcan en un solo día, o peor aún, que nunca se vayan.
Segundo, en muchas ocasiones no valoramos esos pequeños brotes en la medida que se merecen.
Crecer, en cualquier sentido o dirección, es un proceso complejo, pero como cualquier proceso humano, suele construirse sobre cimientos relativamente sencillos. El amor es un edificio de palabras, gestos y actitudes pequeñas pero constantes y no hay nada que nos haga más felices que querer y sentirnos queridos. Es más fácil alcanzar un objetivo cuando no lo complicamos con tareas excesivas que nos dispersan y confunden. A su vez, esto nos ayudará a valorarme más positivamente y por lo tanto a ser más feliz.
En las relaciones, la tendencia a complicarnos llega incluso hasta el absurdo. Vemos a alguien que nos gusta, a quien parecemos caer bien, su compañía me resulta agradable, incluso compartimos cierta intimidad, bromas y un par de sonrisas. A la hora de despedirnos, un inevitable ¿quedamos otro día? Y entonces él, o ella, olvidando la esencia palpable de lo que hemos vivido durante las tres últimas horas, sonríe y comenta: ”Soy muy complicado/a”. En realidad, casi podemos oír los gritos de socorro de su pobre cerebro, devanándose a toda prisa en dar una excusa que no existe, puesto que todas las evidencias demuestran que sí, que otra tarde tranquila es posible, que otra charla sería placentera. ¿qué está sucediendo aquí?
Sin querer, imaginamos un café, una cena, una alcoba, un desayuno, una casa en la playa, dos niños correteando por el jardín y llamándome ¡Papá!. Si ese momento no es para salir corriendo…ya me diréis. Pero la vida es simple y ha tenido a bien llamar café al café. Claro que también puede ser que el susodicho se dé por la mañana y entonces entre la tarde y el amanecer haya compartido sábanas y caricias. Pero aun en este hipotético caso, todos mis actos habrán llevado un consentimiento pleno y decidido, mil pasos que he tenido que dar y que me hubieran llevado a cualquier otro lugar de haber elegido cualquiera otra de las alternativas. ¿Por qué tenemos la dichosa costumbre de pensar en la decimosexta decisión cuando todavía no hemos sobrepasado la primera?
No solo la felicidad es fácil, sino que es mucho más fácil de alcanzar cuando nuestra vida se llena de sencillez. Aquel que puede alegrarse por el descubrimiento de un brote en un árbol del jardín, probablemente no necesite millones de euros en la cuenta corriente y no se pasará media vida obsesionado por engordarla, malgastando la otra media en elucubrar medidas para que no le roben.
Es cierto, el dinero puede permitirme muchas experiencias, incluso algunas felices, pero lo importante es poder sentarme aquí y ahora, sin preocupaciones y caer en la cuenta de la enorme suerte que supone, simple y llanamente, estar.
Aceptar la vida, con sus momentos de penuria, de grandeza, de riqueza, de salud, de enfermedad es simplemente enraizar con la verdadera naturaleza de la existencia y cuanto más enraizados estemos, más fácil será darnos cuenta de que la felicidad no es un ente externo y mágico que se encuentre en algún lejano lugar, sino que simplemente es una decisión que tenemos que tomar, a cada instante, en cada lugar, en toda circunstancia.
Recuerdo a otro amigo, una de las personas más agradables que conozco. Cuando yo iba a la facultad él estaba cerca de la jubilación pero coincidíamos muy a menudo en la estación y nos sentábamos juntos en el tren. Al llegar a Atocha, cientos de caras expectantes, malhumoradas, sonrientes, somnolientas, esperaban pacientemente a que se abrieran las puertas del tren. Con un deje de picardía en la voz, mi amigo me miraba risueño y me decía: “ Somos famosos…Mira cuánta gente ha venido a recibirnos” Más de una mañana, oí una risa anónima saludando la ocurrencia.
La vida es sencilla. Para terminar un pequeño consejo. Intenta gastar la mitad de tiempo en hacer algo que te resulte fastidioso, sólo tienes que hacerlo la mitad de veces. Todo ese tiempo, dedícalo a lo que realmente te apasiona y descubrirás que el mundo no se ha parado, simplemente, eres el doble de feliz.
Os deseo una feliz y sencilla semana a tod@s. Un fuerte abrazo
EDU
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