En los comentarios a mi último post: “El verdadero amor comienza por uno mismo” se ha generado un hermoso debate acerca de la ética del cambio personal. Un amigo nos escribía acerca de unos hechos acaecidos en la M-30 y cómo, en ocasiones, esgrimimos el “yo soy así” como la más nefasta de las excusas para no promover ese desarrollo necesario.
Amarse, decía, significa aceptarse, pero aceptar no es sinónimo de justificar. El verdadero amor también implica promover las condiciones necesarias para el cambio, aunque cada paso hacia delante, cada paso realmente significativo en esta andadura, siempre suponga una batalla frente al miedo. Un miedo sustentado en nuestra zona de confort, en nuestra ansiedad por descubrir más allá de las fronteras de lo que nosotros mismos hemos definido como posible.
En otro post escribía sobre si somos lo que hacemos o hacemos lo que somos. Evidentemente me apuntaba a la primera opción. El cambio es posible en cualquier instante, nunca es tarde ni nunca se es demasiado radical. Pero un cambio no debe sustentarse en la mera reacción proyectada. ¿Cuántas veces nos quedamos sorprendidos ante una reacción que nos desborda y que ni siquiera somos capaces de reconocer?
Por esto es fundamental aceptar que no soy la persona perfecta que me gustaría ser. Pero aceptar que no soy perfecto no significa de modo alguno eludir la responsabilidad de buscar esa perfección en mi vida. Tenemos muchas oportunidades para construir un mundo mejor, pero el cambio global no es posible si antes no aceptamos y luchamos por el cambio individual. Como ya anunciaba en “La habilidad de ser amable” podemos elegir constantemente entre alimentar nuestro yo creativo, amable, humano…o seguir alimentando ese lobo oscuro que nos hace sacar lo peor de nosotros mismos.
Me gustaría añadir también que este cambio, aunque sustentado en la decisión personal e irrevocable, no puede quedar aislado de nuestra esencia social. Definitivamente, a nuestro alrededor hay gente que nos hace ser mejores, personas más comprometidas y coherentes, con nosotros mismos y con la sociedad en general. CADA nos recordaba como una niña puede despertar en una madre esa pasión escondida por la música. La vida nos pone delante los hitos necesarios para alcanzar nuestros sueños.
No importa cuántas veces hayamos errado el camino, no importa en cuantas ocasiones hayamos besado el polvo del camino. Nunca es tarde para levantarse, para admitir que me equivoqué o para admitir que estoy en el lugar adecuado aunque los demás crean que me equivoco. Porque al contrario de lo que dice el dicho popular, quien bien te quiere no te hace sufrir, quien bien te quiere te hace superar las dificultades, te guía cuando la sombra acecha, se convierte en el faro del puerto seguro y en la boya esquiva que salva de la tempestad.
No importa cuán alejados estén de nosotros nuestros compañeros de camino. En esto, como en tantas otras cosas, las emociones son el mejor termómetro para tomar las decisiones correctas, si sabemos entenderlas. Todos tenemos la experiencia de personas que nos ayudan a enderezar nuestros pasos, aunque no siempre entendamos la forma en que lo hacen, todos tenemos personas a nuestro alrededor que de una manera u otra, nos hacen sentirnos nosotros mismos, todos sabemos quién nos acerca a sueños que jamás creímos ver cumplidos y quién, con sus críticas o sus falsos halagos, nos separan irremediablemente de esa maravillosa versión de nosotros mismos que somos capaces de alcanzar.
Hay una famosa historia de la tradición cristiana que ilustra lo que quiero expresar y que siempre me ha emocionado, referida a la conversión de San Agustín: Un día, charlaba Jesús con Agustín (antes de que se convirtiera en santo, el chico era un pieza de cuidado) y ambos veían en retrospectiva la vida del de Hipona. Jesús le indicaba las huellas de una playa al tiempo que comentaba: ¿Ves, Agustín, como siempre he estado a tu lado? Y Agustín, conmovido, vio los dos pares de huellas claramente marcados en la arena. Entonces , señalando otros tramos, replicó: Mira todos esos momentos, los más difíciles de mi vida, precisamente donde tus huellas desaparecen. Cuentan que Jesús lo miró con ternura infinita, posó la mano en su hombro, afectuoso y sonriendo dijo: Ah…esos momentos…Precisamente es cuando te llevaba en brazos.
Más allá de cuestiones religiosas, esta historia me ha conmovido siempre porque por suerte, he contado con muchas personas que han sido capaces de tomarme en sus brazos cuando parecía que me quedaba sin fuerzas para caminar. Es curioso cómo, cuando miramos hacia atrás, podemos comprobar que hay personas que desaparecen, personas que nos ayudan, personas que incluso nos hacen cambiar de vida…Pero también hay algunas, muy pocas, que más allá de las desapariciones y los cambios, han sabido respetar nuestras decisiones para estar siempre ahí o incluso para ayudarnos, por un rato, a sobrellevar nuestro paseo. Son estas personas, únicamente, las que nos ayudan a crecer, aunque a veces, simplemente, no sepamos verlo. Son las personas que nos han enseñado el significado de eso que llamamos: AMOR.
Un abrazo muy fuerte para tod@s vosotr@s, que acompañáis a Gente EduCada todas las semanas
EDU
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