VIVIR LA VIDA INCONDICIONALMENTE

Hace algún tiempo tuve conocimiento de un hecho que me hizo caer en la cuenta de una actitud fundamental, de esas que pueden incluso hacernos cambiar de opinión sobre la vida entera. El hecho en sí mismo es bastante simple. Un grupo de amigos, una copa de vino y alguien que se le ocurre una pregunta: ¿Si tuvieras que definirme con una sola palabra, cuál sería? (Por cierto, os invito a realizar esta experiencia en vuestro círculo íntimo, cuanto menos es sorprendente). A uno de estos amigos le definimos como “incondicional” y más tarde, volviendo a recordar la anécdota y valorando en su justa medida la definición, comprendí meridianamente dos cosas: La primera, que no es fácil ser “incondicional”, la segunda, que probablemente sea esa actitud la que esté en la raíz de la alegría de vivir de mi amigo. Y siendo este un blog sobre actitudes positivas y alegrías de vivir, ¿qué mejor escenario para escribir unas líneas al respecto?

Habitualmente no somos conscientes, pero tengo la ligera sensación de que andamos por la vida poniéndole condiciones constantemente. En nuestra cabeza, estas condiciones se expresan en pensamientos del tipo “Si…entonces” y podemos ver ejemplos de ello desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir. Incluso nos pasa con los pequeños chantajes emocionales que hacemos con los niños cuando queremos que nos den un gesto de cariño: “Si me das un beso…te doy una galleta”. Bien pensado, quizá estos aparentemente inofensivos chantajes son los que van creando en nuestro interior la estructura necesaria para entender que es lícito y positivo andar poniendo condiciones a cada oportunidad.

Si haces esto, entonces yo haré aquello. Si me das, entonces te daré. Si me quieres, entonces te querré…Desgraciadamente la vida y el Universo son demasiado grandes como para dejarse engañar por nuestros chantajes y se mueve en otros términos. Si existiera algo parecido al pensamiento universal (personalmente creo que existe, pero lo establezco en condicional para no influir en tus creencias) sonaría más bien a esto: “Si quieres algo, pídelo y actúa en consecuencia, lo demás vendrá por añadidura”. Como podemos comprobar, ambas estructuras son completamente diferentes. La vida no tiene condiciones, se nos ha dado. No me imagino a ningún ser superior entrando al útero materno para preguntarle al futuro bebé: “Mira chavala, te voy a poner en este mundo para que sufras, rías, te diviertas, ames, seas amado, crezcas y te desarrolles, pero vas a tener que cumplir un par de requisitos, unas cláusulas sin importancia, firma aquí, aquí, aquí…” Siempre hemos oído decir que los niños vienen con un pan bajo el brazo, pero no he visto ningún infante que apareciera con un contrato…



Y si la vida nos ha puesto incondicionalmente en este mundo, ¿Por qué nos empeñamos en vivir en función de un montón de renglones escritos en letra pequeña que sólo existe en nuestro pensamiento? En realidad, esto no es más que otro ejemplo de que esperamos que la felicidad nos venga dada en un futuro, sin darnos cuenta de que la verdadera plenitud se encuentra en disfrutar lo que vivimos en este preciso instante. Es como estar en la ducha, un sábado por la tarde y andar pensando, cuando salga de aquí y me tumbe relajado en el sillón seré feliz, para comprobar luego que no podemos estar quietos ni dos minutos antes de pensar que queremos salir huyendo del mismo sofá que instantes antes envidiábamos y anticipábamos como el clímax de la experiencia humana.

Pero esto no sólo sucede con nuestro ser interior e íntimo. En la vida en común, ya sea en pareja o con cualquier otro congénere anónimo de los que nos encontramos por la calle. Cuántas veces nos encontramos diciendo aquello de “Mira, si yo haría esto por ti, pero antes…deberías hacer eso o aquello” Y el esto o el aquello nunca llega porque claro, el otro, que no es tonto y se ha criado en las mismas reglas del juego que yo, alza su mejor sonrisa para decirme que me quiere mucho de la siguiente manera: “Encantado de hacer eso o aquello, pero antes deberías hacer esto por mí” Y así, entre condiciones, se nos pasa la vida entera sin que ninguno de los dos nos movamos ni un ápice de una situación que no nos favorece en absoluto.

Y yo me pregunto: ¿No sería más sencillo, más divertido y más feliz si nos encontráramos sincera y honestamente para decirnos me apetece hacer y por lo tanto hago? Las consecuencias están implícitas en la misma acción. Quizá sea hora de acabar con los condicionales, con los condicionantes y con los sucedáneos. Porque no nos engañemos, una existencia basada en el ya veremos ni es vida ni es nada. Probablemente la vida en tetrabrick, pasteurizada, desparasitada y desnatada, es mucho más segura, ni duele ni indigesta. Pero el que ha probado el auténtico sabor de vivir, aun a riesgo de alguna que otra indigestión, puede decirte sin reservas que lo del tetrabrick es una auténtica basura…

Nadie puede andar mis pasos por mí. Por muchas condiciones que le ponga a la vida, el sendero sigue estando ahí delante, con sus cuestas, sus bajadas, sus piedras, sus charcos y sus paisajes inconmensurables. En realidad, todas esas condiciones no son más que la excusa del niño pequeño que se sienta y grita que está demasiado cansado como para seguir adelante. Pero como diría, probablemente, una de mis maestras, que además es una de mis mejores amigas, ya es hora de sorberse los mocos, limpiarse la nariz, secarse las lágrimas, coger la mochila y echar a andar. Sin condiciones, sin excusas, sin envidiar el trecho del camino de al lado, porque no tengo ni idea de lo que al de al lado le queda aún por caminar, porque aunque no queramos enterarnos, la responsabilidad de tu vida es única, irremediable e incondicionalmente tuya.

Que tengas una feliz semana, sin condiciones.

EDU

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