SIETE A UNO

Para los tiempos que corren puede parecer que hablar de los Pecados Capitales es un tema a caballo entre el atrevimiento y el aburrimiento. Sin embargo, es intrínseco al ser humano cometer errores, ya sean éstos sin querer o queriendo y es, además, intrínseco al ser humano que esos errores molesten soberanamente al resto y tomen la forma de lo inconcebible, de lo que comúnmente entendemos como lo que nunca debe hacerse o, más extendidamente, pecar.

Pecar es humano y errar lo es aún más.

Cuando pienso en la palabra "Pecado" imagino una lluvia de ideas de palabras diversas que se interrelacionan: Iglesia, prohibición, castigo, tabú, vicio, sexo, lujuria, pereza, gula, ira, envidia, codicia, soberbia...

Y, son precisamente las siete últimas palabras las que constituyen, para los cristianos, la lista definitiva de los Siete Pecados Capitales. Una lista maldita a evitar en aras de saltarse la condenación eterna.

Siempre me he preguntado si esos siete eran los más importantes, lo más detestables, los más repugnantes e imperdonables de ser cometidos. 

Si, por ejemplo, la gula era tan indigna; si lo era más que la crueldad. Por qué se contempla la pereza y no el miedo. Por qué no se consideran el enfado, el abatimiento, la impaciencia, el odio...

Para empezar, es necesario entender que un pecado no es una mala obra, sino un mal sentimiento. Y un pecado capital es la raíz que lleva a otros pecados diversos.

Visto que unos caben dentro de otros, voy a abrir aquí un capítulo en el que iré desglosando semana a semana, con mi sorna característica, los pecados más representativos de la especie humana.

SIETE A UNO: LA CODICIA

Según la rae (2001), la Codicia es el afán excesivo de riquezas y el deseo vehemente de algunas obras buenas.

Dejando a un lado el apartado materialista del término, me gustaría centrarme, en realidad, en El Egoísmo que, seguramente, a todos nos suena menos a posesiones y más a un comportamiento subjetivo que implica pensar en mí antes que en nadie.

Egoísta es el que no comparte aún pudiendo, el que reparte con pocos aunque le sobre para muchos, el que se cuela en una fila, el que acumula sin necesidad, el que no respeta las normas comunes para llegar antes, el que escala puestos pasando por encima del resto, el que se come rápido su plato para repetir el primero, el que chupa un caramelo a escondidas... Egoísta es cualquiera de nosotros cada día.

Pero egoísta también es el que no se esfuerza por empatizar y actúa en beneficio propio justificando su conducta según las coyunturas del momento.

Es ese amigo "geta" que todos tenemos. Aquel que necesita un préstamo para ir de copas; tu coche para impresionar a una chica; tu libro favorito para calzar la pata de una mesa; tus zapatos de los domingos para pasear bajo la lluvia…

Es, en definitiva, un ser narcisista tan adorable como detestable, lo que ha provocado entre vosotros una relación extraña en la que tú sientes que ya debes aceptarle como es, él piensa que no ocurre nada y un tercero, que observa desde fuera, te recuerda lo idiota profundo que eres.

Pero el tema está en que el egoísta no cree serlo. Es un modo de vida. No es un engaño cruel ni premeditado. Por eso, él no lo entiende. Él sólo quiere alcanzar la felicidad a marchas forzadas. Y en su intento de lograrlo, se salta toda ética sin apreciar el daño. 

Piensa que no hay malas intenciones puesto que pide, pero no roba. Juega al tira y afloja, pero no obliga. Decide lo que hará sin contar contigo, pero tampoco te pedirá que saltes con él desde un edificio en llamas.

Al final, el problema del egoísmo no reside en el egoísta. El problema del egoísmo lo tienes tú; que no soportas pero tampoco abandonas. Que te has enganchado a su causa para poderte buscar una excusa de lo mal que ejecuta el otro, sin darte cuenta de que tú siempre has podido decidir si seguir bailando a su son o apartarle de ti.




Así pues, la codicia es el pecado de todos los que no pecan. El pecado de los que consienten ser acaparados.

Cuando lo descubres, te sientes manipulado y estúpido al mismo tiempo. No sabes ponerle fin. Empiezas a ver el mundo desde el prisma de los dos grandes grupos sociales. Uno minoritario y voraz. Listo, calculador, rápido y frío. El de los que no tienen ningún problema con el resto. Y otro mayoritario, ético y bondadoso; pero, por el contrario, infeliz.

No ves más allá y quieres saber en qué grupo estar. Pero nada te parece coherente. 

Entonces, alguien te dice: “piensa en ti”. Hagas lo que hagas, piensa en ti.

¿Pensar en mí? Pero… ¿cómo? ¿A corto, medio o largo plazo?

No voy a tomar la misma decisión según el alcance de las consecuencias de mi propio pensamiento.

Por ejemplo, si proyecto estar con alguien, a corto plazo pensaré en satisfacer el deseo, a medio plazo en casarme y a largo plazo, en divorciarme…

¿Qué debería pensar?

Pensar en mí es egoísta y no hacerlo es estúpido.

Quizá la solución sea auto-codiciarse al máximo. La auto-codicia no es reprochable. Es ser aprovechado con uno mismo. Es la lucha sin cuartel por encontrarse. Es, sin reprobarse, ser la persona que soy y la persona que quiero seguir siendo…

CADA.

¿ES DIFÍCIL SOÑAR?

¡Qué difícil es soñar!, ¿no os parece? Nos pasamos un tercio de nuestra vida soñando mientras dormimos y un buen rato de nuestra vigilia soñando despiertos y sin embargo, parece que el mundo de los sueños se nos escapa como arena entre las manos. Interpretamos los sueños, los negamos criticando a aquellas personas que sueñan, tratamos de encontrar eso que llaman “sueños lúcidos”, estudiamos las fases del sueño mediante electrodos por toda la corteza cerebral y sin embargo, la actividad de soñar misma parece más una película de ciencia ficción que una realidad que todos vivimos y experimentamos.

Soñar es difícil porque parece que nuestros sueños nunca terminan de hacerse realidad. De hecho soñamos y esperamos pero la espera nos sorprende con canas en las sienes y espinas en el corazón. Nos desilusionamos, abandonamos y volvemos a empezar, con un nuevo sueño por cumplir que no termina de llegar por más que permanezcamos de pie en el mismo lugar...¡¡¡¡rrrinnnggg!!!! ¿soñar nos hace permanecer en el mismo lugar? Entonces, el sueño es causa de inmovilismo y de esa manera nunca terminaremos de salir de nuestra zona de confort.

Entonces...¡soñar no es difícil! Lo difícil es alcanzar los propios sueños. No me parece un mal descubrimiento para una estival mañana de jueves. Quizá es que hemos hecho una distinción poco acertada entre lo que significa estar dormido y estar despierto. Los sueños pertenecen, en apariencia, al ámbito de la fantasía, a lo que podría ser y no es. Pero luego te despiertas, observas la, a menudo, cruel realidad y coges el pico y la pala para seguir cavando en esta desdicha de existencia que te ha tocado vivir...Ayyy...Qué bonito sería que ese mundo ficticio de lo sueños fuera algo más que una evasión para corazones perezosos...

Y yo me pregunto...¿qué pasaría si fuera exactamente al contrario? ¿Si la realidad fuera la ficción y la fantasía perteneciera al mundo de lo material?. ¿Por qué no empezamos a dejar de pensar que no puedo alcanzar mis metas y comienzo a planificar qué podría cambiar para que mis sueños fueran la vida que vivimos? En ese instante, sueño y realidad serían lo mismo y no habría diferencia entre la vigilia y el sueño. ¿Y si este cambio es posible?

Podemos imaginarlo, podemos...Sueño con alcanzar una meta, la que sea. Pero en los sueños no me conformo con vislumbrar un objetivo, es mucho más que eso...vivo el objetivo. Me siento ya en un determinado estado. Como punto de partida, nos puede dar una pista que seguir. ¿Qué puedo hacer ahora para sentirme de la misma manera que durante mi sueño? Esto no es difícil, puesto que al fin y al cabo, los estados emocionales del sueño y la vigilia proceden del mismo lugar: una serie de conexiones neuronales activadas en una sucesión idéntica.

Supongo que lo primero que tendría que hacer es buscar aquellas actividades que me hagan sentir como quiero sentirme. O tratar de buscar en mi realidad cotidiana esos espacios donde sentirme así. ¿Cómo me sentía cuando era millonario? Sólo tengo que recordar mi sueño, no es demasiado complicado y ahora, ¿qué oportunidades de sentirme así me ofrece la realidad que vivo? Quizá no de una manera completa, pero seguro que hay un espacio en tu rutina diaria para disfrutar esas sensaciones. Vamos a probar a activarlas, si las has sentido en el sueño, significa que están en tu repertorio...El sueño hará combinaciones extrañas, pero lo que no puedo recrear soñando son sensaciones que no están en mí. Así que voy a intentarlo.

¿Qué sucede cuando empiezo a sentirme exactamente como quiero sentirme? Mi pensamiento ha cambiado, ya no estoy esperando pasivamente a que mi situación cambie, sino que provoco cambios en mi interior y eso me lleva a la conclusión de que por lo menos, una parcela de la realidad puede variar en función de lo que yo decido. Voy a decidir sentirme millonario, o propietario, o artista o sabio o lo que sea. Basta con recordar mi último sueño.



No es mal plan, EDU, pero yo soñé con una persona que me amaba, una persona que ya no está en mi vida y no puedo hacer nada para que vuelva. Y la echo de menos, mucho. Y eso me hace sentir mal, destrozado, perdido, abandonado....¡Espera, espera! Probemos el método en este caso también. Vamos a dejar de pensar, aunque sólo sea de forma hipotética y abstracta, en el dolor que me ocasiona la ausencia. ¿Cómo me sentía en el sueño con esa persona, mientras estaba a mi lado, mientras me cogía la mano, mientras besaba mis labios? ¿Qué experiencia tenía mi cuerpo? ¿Dónde lo sentía? Y una vez más...¿qué oportunidades me ofrece la vida, ahora, para sentirme de la misma manera?

Espera un momento, se empieza a abrir una pequeña luz en el centro del pecho. Es una sensación difícil de definir, porque aún es muy sutil. No la juzgo. No la interpreto. Simplemente observo y esa luz, sutil, empieza a convertirse en una sensación de apertura que siento más o menos a la altura de los pulmones. Y un recuerdo aparece en mi mente...es parecido, casi igual, a aquella vez...aquella que vez que me concentré en, aquella vez que sonreí, aquella vez que me paré con o aquella vez que hice...

Y hago, me paro con, me concentro en y sonrío...Y la sensación vuelve, sin prisa pero inconfundiblemente. Es cierto, esa persona no está a mi lado, no ha desaparecido el dolor que me causa su ausencia, o su indiferencia o su daño. Pero puedo elegir sentirme y hacer y vivir las mismas cosas que si estuviera. Y comienzo a conocerme mejor y comienzo a hablar contigo y a contarte cómo me siento y por qué, cuándo y cómo. Y me miras y en esa mirada descubro que la luz sutil de ayer en mi pecho vuelve a estar ahí, más fuerte, más segura. Pero no es la luz de tu mirada la causante. Es mi propia luz que se refleja en ella y te vas. No ha sido más que un instante, un café sorprendido entre dos atardeceres, pero la luz continúa. Porque en cada café de cada atardecer decido sentir esa luz que me hace sentir bien, aunque no sepa lo que es. Pero sí sé cómo actualizarla cada vez que quiero.

Y cuanto más intento recordar, más fácil me resulta sentir esa misma apertura más o menos a la altura de los pulmones. Y me gusta. Y ya no permanezco atento a las miradas de los demás, por ver si mis pulmones se expanden. Apenas me he dado cuenta, pero mientras andaba enfrascado en expandir esa luz, más o menos a la altura de los pulmones, el mundo ha ido cambiando, lenta pero inexorablemente. Tengo el mismo trabajo, pero la luz sigue ahí. Tengo los mismos amigos, pero la luz sigue ahí. Pero mi trabajo y mis amigos no son los mismos, ahora me tratan de distinta forma, me llaman más, me valoran más. Pero no me importa, porque yo sé que esa luz que brilla con cada elogio la he construido yo, recordando un sueño con una persona que me hizo daño, pero no me importa, porque esa luz sigue estando ahí, más o menos a la altura de mis pulmones.

Atento a la luz, casi no me doy cuenta como, mientras tomo un café sorprendido entre dos amaneceres, una mano se posa en la mía y una sonrisa queda grabada en mis ojos. La luz se expande aún más y esa sonrisa se amplía para decir: dime cómo has conseguido brillar tanto. Alzo la vista, sonrío. En esos ojos, que son otros ojos. En esa risa, que es otra risa. En esa piel, que es otra piel, se ha cumplido mi sueño, que es el mismo sueño. Porque mi luz está ahí, aproximadamente a la altura de los pulmones. Y sé que es amor. Y sé que es mío.

Y es verdad. Estamos confundidos. Sólo estamos verdaderamente despiertos cuando soñamos

Feliz quincena y hasta el próximo post

Os quiero


EDU

OTRA HISTORIA INTERMINABLE

Cuando volvíamos del que iba a ser nuestro último viaje, por fin conseguí hacerte hablar. Tu mirada era distinta; mezcla preocupado, mezcla no querer llegar. Alcanzar la meta era rozar el final. Me bajé y te supo a derrota.

Nunca lo entendiste. No sabías qué era lo que te estaba pidiendo. Al principio yo tampoco estaba muy segura. Quería que cambiaras, pero no ser yo quien te hiciera cambiar. Era una incongruencia y un imposible.

Subí la escalera agotada y muerta de calor. Lo último en lo que pensaba era en alejarte. Racionalmente suponía la lógica. Una historia de libro. Lo que le hubiera recomendado a mi mejor amiga. Detenerlo cuanto antes.

Pero quise conferirle un final de amigos y te pedí que no pensaras que estaba cansada. No eras tú quien me apartaba. Era yo; mi maldito pragmatismo que había medido todos los ángulos. La conciencia de lo que no encaja. La experiencia previa de sufrir demasiado; de cortar a tiempo lo que sería inevitable.

Y mientras me preguntaba cuándo llegaría mi turno de felicidad, tú respondías que entendías mi cansancio. Pero no lograbas comprender cuánto me había enamorado...

Esperaba otra respuesta cuando, por fin, abriste la mano. Me tumbé sobre la cama y respiré hondo. ¿Nada? ¡Todo había cambiado!

Recordé los últimos kilómetros en el coche, cuando te acusé de estarme utilizando, de no saltarte el guión jamás, de crear la sensación de no interesarte tanto, de evadirte, de vivir acomodado sin importarte lo que sintiera, de no regalarme nada de tu ocio, de no querer hablar, de no intentar arreglarlo. Querías argumentar en contra, pero se te ahogaban las palabras. Decidiste dejarlo.

Lo pasábamos tan bien juntos… Habíamos congeniado.

Me mareé al leer tus palabras y, al reconocerlo, quisiste confirmarlo.

Continuar seguía sin ser una buena idea. Tú no querías perderme y yo, no quería afrontarlo. Para nuestra historia no existiría un bonito final. Insistías en creer que, eternamente, podríamos prolongarlo. Imposible con mi frustración, con tus dudas, con el vacío del tiempo. Era caminar sobre polvo y a ti también te hacía daño. Cualquier persona habría dado carpetazo.

No teníamos la solución. Al contrario que en la mayor parte de los casos, conocíamos todas las preguntas, pero ni siquiera podíamos ansiar las respuestas.

Cualquier mujer hubiera deseado oír el timbre en ese instante. Abrir la puerta y premiar con un beso. Pero hasta para mí sonaba rancio. Me sentí como un perrillo que espera a su dueño en la ventana. Pero tú nunca volverías. Entonces lo entendí. El amor es el sentimiento en sí. No va de lo que quiero de tí, ni de lo que quieres tú de mí. Va de quererte a ti y quererme a mí sin más. Sin pedir nada, sin esperar nada. Sin volver a hacernos preguntas sin respuestas. Una mujer enamorada se cuestiona, pero vivir ciega de amor es lo que la corresponde.

Pasé por todas las fases en tan sólo unos minutos. Dejarte, olvidarte, anhelarte, no querer apartarte y, finalmente, decidir vivir por lo único que tuviera delante. No fustigarme más por lo que me gustaría que fuese. Aceptarte como eres. Agradecerte lo que das y corresponderte en su justa medida, con la misma cantidad e intensidad.

Yo ya sé cuánto cuesta querer. Pero no estoy dispuesta a renunciar a mi forma de ser. Si entrego, lo hago con pasión.


(Imagen de: theblogoflidia.blogspot.com) 

Traje a mi memoria la primera vez, cuando te preguntabas cómo podía ser capaz de mantenerme fría. Entonces pensé que tenías demasiadas pretensiones para lo que significabas. Pero tuviste la paciencia de llevarme a tu terreno y ganarme poquito a poco.

Hoy estamos solos.

El amor no es imposible, pero creí que no era para mí.

Otra vez me equivocaba. Porque no se trataba de darle el formato perfecto para encajar en una vida perfecta. Una vida que ya había tenido y desechado. Debía de entender que esto era lo que había hoy; aquí y ahora. Y que por qué iba a rechazarlo. Por qué me lamentaba de lo que no era capaz de mantener en lugar de disfrutar lo que sí podía poseer.

Te iba a echar de menos cada minuto que no estuvieras. Pero eso era parte de vivir esta historia interminable. Parte de su intensidad. Parte de su sabor dulce y amago.

Me sentí como la protagonista de un cuento de hadas, aunque a ésta nadie la iba a entender jamás.
Vino a mi mente la frase de un ser querido días atrás: “Disfruta de la vida. Disfruta del paseo”.

¿Qué me estoy reprochando a mi misma? Después de tantos errores, ¿cómo iba a aprender a apreciar la vida sin vivirla? Intentando siempre colocar las cosas en hilera sobre una línea recta en la que todo es políticamente correcto pero está vacío de sentido.

Ya no es egoísta no continuar pensando. Ya no tiene razón de ser permanecer justificando. Porque la vida sólo es un paseo y tengo que aprender a deleitarme en su tránsito.

Así pues, serás como un fantasma que no existe, que nadie ha visto, que de mi cama vuela y en mis noches de llanto, en mis lunas a secas, en esas que tenga que llenar tu hueco y suplir tu ausencia, entre los largos vanos del tiempo y las escasas horas que nos quedan, atesoraré cada minuto pasado contigo con el buen sabor que dejaste en mi boca; para no mantener la esperanza de tu vuelta consintiendo que, ésta, es nuestra historia…


CADA.

CONSEJOS PARA QUE TODOS SEAMOS FELICES

¿Cuántas veces nos sorprendemos o enfadamos con las circunstancias que nos rodean? ¿De dónde viene ese enfado que en muchas ocasiones nos hace dar puñetazos en la mesa y nos amarga hasta el más dulce de los desayunos? De la falta de sentido, de la falta de encontrar un punto de anclaje que nos muestre que aunque no lo entendamos, lo que nos está sucediendo es lo mejor para nosotros o incluso, es justo lo que necesitamos para generar las mejores circunstancias de nuestra vida.

Al comienzo del campeonato mundial de fútbol, que ya anda por sus últimos coletazos, los comentaristas decían que volviéramos a hacer lo mismo que hace cuatro años, estar con las mismas personas, en los mismos lugares...A mí sinceramente me daba la risa, porque mi vida tiene tan poco que ver con la de hace cuatro años que casi me sentí culpable de que el resultado final se haya parecido tan poco a aquel julio en el que España se proclamó campeona.

Este hecho me dio por pensar en el valor de las circunstancias que nos rodean. Y después de algunos sucesos que han ido acaeciendo en mi vida durante el último mes, no puedo menos que volver a recordarme a mí mismo, y de paso a todos vosotros, que el paso por esta vida es un continuo de momentos en los que hay que decidir si quiero seguir en la infelicidad o si quiero ser feliz sin condiciones.

Sé que es un tema antiguo y también entiendo que muchos de mis conocidos están atravesando momentos tan duros que parece imposible ser feliz en esas circunstancias, sobre todo aquellas que tienen que ver con la pérdida. Pero las circunstancias no son las responsables de nuestros estados de ánimo. Ya sabéis que para mí, el trabajo terapéutico es una especie de termómetro de mi propio inconsciente y me da la sensación, a juzgar por las últimas visitas que he tenido en la consulta, que este es un trabajo que tengo que seguir realizando: decidirme sin condiciones a ser feliz de una vez por todas.

Claro que una cosa es pensarlo y otra vivir en toda su magnitud esa decisión. Para ser feliz hay que empezar por desear la felicidad de los seres que conviven contigo y los seres que conviven contigo son tantos tropecientos millones que hay que poner un cuidado especial para no desear el mal a nadie. Sobre todo cuando esos “otros” se empeñan en sacar lo peor de ti a través de conductas y situaciones que hubiéramos preferido no tener que vivir.

Desear la felicidad al que está enfrente es algo ciertamente fácil cuando el de enfrente nos demuestra su amor, comprensión y amabilidad. Pero a la hora de enfrentarnos a los problemas la cosa se tuerce un poquito más. Es mucho más fácil culpar al otro de ser un tal o un cual, que de revisar qué aspectos de mí son los que hacen que el otro se comporte de tal o cual manera.

En estos días me he dado cuenta de una cosa que creo que es importante, aunque aún no esté seguro de para qué: la intención propia no siempre se corresponde con las emociones ajenas, es decir, que yo puedo hacer algo con una determinada intención y sin embargo, el otro considera que lo hago con una muy distinta. Pero mi intención, que es la que verdaderamente importa, no debería estar regida por las emociones de los demás. Esta conclusión es importante, porque estar en el centro de mi propia vida también es tener la mejor intención aunque el otro no lo entienda y esto es algo que no siempre he tenido tan claro en mi vida.

Imagen de www.melodijeron.com.mx

Muchas veces actuamos para agradar, para dar una imagen, para que otro se sienta bien y nos olvidamos de la intención que ponemos en nuestros actos porque el otro no se siente o no reacciona como esperábamos. Cuando esto sucede, habitualmente nos enfadamos y tratamos de mantenernos en nuestro sitio. Yo os propongo una especie de locura colectiva. Si mi intención no ha tenido el efecto esperado, probablemente es que no he reconocido la intención verdadera de mis acciones. Así que antes de enfadarme voy a hacer un ejercicio de sinceridad absoluta conmigo mismo a ver qué es lo que quería conseguir realmente, donde tenía puesta, de verdad, mi intención.

Y una vez descubierto esto, voy a poner la intención realmente en la felicidad del otro, en hacer que su encuentro conmigo, sea estable o absolutamente esporádico, haga crecer la felicidad en su vida. Sin dejarme llevar por otro tipo de pensamientos y aunque parezca algo forzado en un principio. ¿Qué es lo mejor para ti ahora? ¿Qué hay en mí que pueda ayudarte en ese sentido? Si el encuentro se ha producido no es casualidad, hay algo en ti que puedes aportar para que la situación sea más feliz, para que en tu vida y en la de los otros que comparten tus circunstancias, haya un poco más de sentido.

Ese poner la intención en la felicidad del otro no significa a costa de la mía, ya sabéis que soy enemigo de los martirios, entre otras cosas porque los mártires, emocionalmente hablando, no suelen desear la felicidad de nadie, sino el sufrimiento para todos, incluídos ellos mismos. No, la intención de felicidad ajena, cuando es genuina, supone la manifestación de la mejor versión de mí mismo y eso, indefectiblemente, conduce a la felicidad propia. Si para hacer feliz a otro, me tengo que traicionar o ser algo que no quiero ser, es que la intención no está bien puesta. Si para hacer feliz a otro siento que tengo que dejar de ser realmente yo es que se están aprovechando de mí.

Es cierto que la línea entre la felicidad y la estupidez es muy delgada, tanto que a veces se confunden, pero aquí no existen consejos, el único secreto consiste en ir probando y a ver qué pasa, a ver qué sucede en ti. Alguno refutará que ya se cansó de hacer el tonto y que por lo tanto ahora “va a su bola”. Si es tu caso, no te culpo. Pero mi propuesta es algo distinta. ¿Por qué no empezamos a considerar que quizá mi intención no era tan limpia como parecía? Vivamos el desprendimiento de los resultados. Quiero ser amable contigo porque sí, quiero ser divertido contigo porque sí, quiero ser simpático contigo porque sí, quiero ayudarte en esta tarea simplemente porque a mí se me da bien, quiero acompañarte en tu camino porque sí, en definitiva quiero ser yo en toda la amplitud del término.

Qué pena que consideremos que somos seres insignificantes, el día que dejemos las mamarrachadas y las pequeñeces a un lado, el día que nos dediquemos realmente a decidir ser quienes somos para hacer más feliz, porque sí, a todos los que nos rodean, descubriremos que hemos llegado realmente al paraíso. Ese día, desaparecerán las bombas. Estoy seguro que en Gaza nos agradecerán que lo intentemos, porque hoy puede ser ese día.

Ojalá esta lectura os ayude a poner un poquito más de intención de felicidad en vuestra vida.
Os quiero

EDU


PD.- Dedicado a J, que lleva un año enseñándome que la felicidad pasa por la verdadera intención. Millones de gracias.